miércoles, 4 de noviembre de 2009

¿QUIEN ES MERSAULT?


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ALBERT CAMUS O “EL HOMBRE REBELDE” ..-

Yo no tengo padre, yo no tengo madre
Yo no tengo a nadie que me quiera mí
Yo no tengo padre ni madre que sufran mis penas
Huérfano soy
Solo llevo tristeza y martirio en el alma
El cruel dolor...

.
Se enfrenta uno a una cita ineludible. De esas que lleva aplazando media vida, un poco porque hasta ahora no ha supuesto una necesidad inminente, y otro poco por cobardía, por miedo a enfrentarse a un reto, a mirarse en el espejo que le devuelve la imagen de su realidad. En este caso de tu capacidad para digerir un ensayo de cuatrocientas paginas sobre filosofía, sobre historia, sobre ¿La condición humana? Ni tan siquiera tengo claro cual debería ser la etiqueta, el estante donde debo colocarlo. No resulta extraño el temor inicial ante una tarea que va a requerir un esfuerzo mental extraordinario y para la cual, dudo de estar capacitado. Conste que no es la falsa disculpa del humilde presuntuoso, que no lo soy. Que es, sinceramente, la necesidad de acercarme, de una vez por todas, al conocimiento de los padres de la filosofía, del arte o de la literatura, que lo han sido del poder y de las religiones a lo largo de los siglos, y conseguir comprender las ideas en un sentido mas cercano a ellos que el de los libros de texto o el de los panfletos mediáticos al que he dedicado esa media vida de que antes hablaba.
Acepto el desafió, y no lo hago con la intención del deber pendiente, ni de probarme si todavía, es decir si ya, estoy preparado para sacar provecho. Lo hago, como se hacen la mayoría de las cosas, por simpatía, porque , el atractivo de su autor me induce en parte a leer cualquier escrito suyo que caiga en mis manos, y porque estoy seguro que nunca voy a encontrar mejor compañía, la de un hombre sabio y bueno, para intentar atravesar el Hades, el mundo de los muertos y el desierto de las ideas, para intentar la peligrosa ascesis que tan fácilmente puede llevar de la tontuna, como es mi caso, a la locura, privativa de los que tienen excesiva lucidez.
Camus, que es listo como hemos dicho, acota desde el principio hasta el final, y eso es bueno. Se centra en la rebeldía del hombre, en esa actitud de enfrentamiento continuo con la sociedad y con los dioses, sus fantasmas. Y es con esa virtud de intentar intentarlo, que Homer Simpson no ha hecho mas que recordarnos, con la que perseguimos la luz desde Caín, desde Lucifer y otro centenar de malditos mas cercanos, hasta la génesis de la hecatombe a que condujo la penúltima ola del océano del pensamiento, en medio del siglo veinte, el siglo de “La Inteligencia” según algunos.
Lástima que en la edición de Alianza Editorial hayan olvidado incluir el dato, sin duda intrascendente para editores y libreros, de la fecha en que el texto fue escrito. Todo pensador utiliza un punto de apoyo para la palanca con la que pretende mover el mundo, y generalmente es el tiempo en que esto sucede, es la referencia sobre la que van a pivotar los sucesos del pasado que van a condicionar los del futuro inmediato, que son, además de los que el sabio nos intenta prevenir. Nada nuevo, solo es desprecio del mercado de las ideas a facilitarnos, por pura negligencia, el indispensable punto de apoyo. Afortunadamente hay otra edición, también actual, de Losada, en cuya trasera leemos, en caracteres ciertamente discretos: escrito en 1951, y ya nos quedamos tranquilos. Empezamos a contar hacia atrás, con los dedos, ya digo que la mente no anda muy sobrada para tamaña abstracción, y llegamos hasta esa fecha. Fundamental para saber el terreno en que nos movemos, y para comenzar la andadura del que suscribe estas lineas.
Guiados en medio de la niebla, de la mano de D.Alberto, sin importarnos si vamos en una barca atravesando el lago, o el rio, cuya otra orilla es siempre, el paso de cada página, de cada breve capitulo, la prueba de la irreversibilidad del conocimiento. De cómo los maestros del pensamiento han ido rompiendo barreras sin cesar, matando y aboliendo todos y cada unos de los tótem anteriores, han desenmascarado a la moral de los múltiples disfraces prestados por las distintas ideologías y han reivindicado la terrenalidad de pioneros como Confucio, Buda o Cristo, en su mensaje altruista, desmontando las motivaciones interesadas de sus respectivas iglesias que han supuesto una losa infranqueable sobre el mensaje original.
Todo ello aderezado, en continua pugna con los sesudos comentarios del autor que brotan en cada línea de cada página haciéndote parecer irrelevante la mas brillante de las teorías ajenas.
Tarea ingenua la mía, la de ir marcando con el rotulador las genialidades que iban apareciendo. Al revisar, totalmente verdes, las primeras diez páginas, comprendí que en casos así no procede enmarcar ni resaltar nada, porque el brillo es tan absoluto y cegador que, no tiene sentido ir buscando destellos y anotándolos de uno en uno.
Son centenares de nombres propios, familiares la mayoría y desconocidos en alguna ocasión, de personajes literarios, de figuras mitológicas, de políticos o de poetas, de maestros del pensamiento, que abundaron en la misma tarea, la rebelión del hombre contra la injusticia del cielo, contra la esclavitud y contra cualquier obstáculo impuesto en la libertad del ser humano. Conceptos, todos ellos, igual que el bien y el mal, que sucesivamente rodarían por el suelo en la búsqueda de la perfección que supone el continuo esfuerzo, la acción positiva que intenta mediar una y otra vez sobre un futuro mejor.
Seguimos, junto al autor, la evolución este pensamiento unas veces en el ascenso y otras en el retorno hacia los orígenes, la tierra, el mar…
Solo he leído, y parcialmente digerido, el primer tercio. No tengo prisa, más bien tengo miedo de terminarlo. Es un placer demasiado insólito como para no estirarlo en lo posible. Pero es que además mi lectura ha adoptado el esquema de un extraño paso de baile que no termino de ubicar. Dos líneas a la izquierda, una a la derecha, dos adelante y una hacia atrás. Unas veces porque no entiendo correctamente su significado hasta la segunda, otras porque las maravillas de colores que desprenden ante mis ojos, me obligan a volver a ellas, a repetirlas. Sin duda este va a ser un libro de relectura. Un descubrimiento feliz que, de momento, me ha condicionado a la compra compulsiva de media docena de ejemplares para ir preparando el stock de regalos navideños. (Por una vez el consumismo irresponsable no me parece tan malo, y además, he incluido en el pedido el lapidario IV de Kapuscinski – me bajé los cuatro tomos desde la biblioteca celestial para comprobar que estaban en polaco y aprender que editado en castellano solo esta muestra- y otro, tratado gastronómico de Josep Pla con el que pienso reírme un rato largo, que va haciéndome falta).
Cuenta Camus que matamos al padre, cuando Iván Karamazov lo hizo también estaba matando a Dios, solo que yo no me había enterado. Matamos a la madre, Iglesia, con la seguridad de que el nuevo estado, socialista, la haría innecesaria, entre otras razones porque volvería a ser la misma cosa, la misma religión, con nombre diferente, y yo tampoco me había enterado. Los enterramos junto a la moral, la libertad y todos los que se pusieron delante y…quedamos huérfanos.
Una orfandad que el superhombre de Nietzsche deseaba y soñaba para generar un nuevo mundo que no contaba con la realidad, con la condición de las masas, las que inevitablemente se rebelarían de una manera harto diferente a la esperada, siguiendo la versión de Ortega, José.
La reflexión del lector, a setenta años vista es aun mas deprimente, y mas enriquecedora si cabe, al encontrarse en una época en la que a la ausencia de dioses milenarios mas o menos implacables o divertidos, según se mire, y a la inexistencia de Estados con visos de durar una generación al menos, se añade la ausencia de nuevos focos de pensamiento, de esos que marcan una raya indeleble en la historia de la humanidad, de un antes y un después, o, al menos, de los que reconfortan el camino que nos queda por delante, que estimo tan infinito como la capacidad de la mente ajena para seguir enriqueciendo la nuestra, aun a riesgo de hacernos perder la razón.

Creo recordar como sigue la canción

..de no hallar una mujer,
una mujer buena..
Que me llene el vacío tan grande que ellos dejaron
con tierno amor…
Huérfano, huérfano soy
Yo soy, el huerfanito.

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