sábado, 6 de febrero de 2010
DE PERDEDORES Y OTRAS SIMPLEZAS.
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El perdedor es siempre parte del problema, el vencedor es parte de la solución. Eso dicen los manuales de autoayuda, los esquemas simples para vidas, mundos simples y sencillos, que obviamente no son los nuestros.
De entrada excluyen el factor mutante, el movimiento continuo que diferencia entre estar y ser, entre la posibilidad de cambiar el estado de las cosas y la irremisible asunción de que el tiempo verbal ha cambiado, y el pretérito ha convertido irreversiblemente al perdedor en perdido, en victima, en alguien por quien merece abrir la cartera de los buenos sentimientos y empezar a extender talones de lástima, de compasión, de solidaridad….Podría servir en Haití el ejemplo entre perdedores, que ya lo eran antes, y perdidos, que lo son ahora.
Pero es otro el hilo del que estoy tirando. Es el hecho de que ante las grandes catástrofes de la humanidad, las masacres provocadas, potenciadas y finalmente ejecutadas por congéneres , suelo identificarme con las victimas. Suelo tomar partido por aquellos que sufrieron el castigo mas cruel de todos, el del extermino en nombre de la injusticia y el del olvido en nombre de la estupidez. Supongo que debe ser un sentimiento innato, propio de perdedores en ciernes, y bastante común por cierto. Porque me consta que esta asunción solidaria del rol de aquel que siente que “Podría haberme sucedido a mi” es universal. Solo así puede entenderse la germinación de las esporas de organizaciones humanitarias al calor del desastre, o el eco interminable del holocausto, de todos los holocaustos, que sigue atormentando las almas de aquellos que la tienen, casi un siglo después.
Claro que la apertura inexplicable de la espita, de nuestro surtidor de generosidad, tiene matices, tiene ciertos condicionantes propios de que esa identificación, esa fusión con el padecimiento de los otros, esté limitada a algunos otros, no a todos. Me explico. Siguen estando presentes las eternas diferencias entre el próximo, el prójimo, el que tiene nuestro color de piel, nacido en nuestro continente, y perteneciente a nuestra clase social, y aquellos que no tienen nada de esto. Podrá seguir siendo injusto, podrá ser políticamente incorrecto, o podremos apalancarlo en nuestro generoso subconsciente, que suele cargar en silencio con todo tipo de impertinencias, pero sigue ahí presente e intangible a lo largo de los siglos. El Domund y la penúltima ONG – extraña palabra y el mismo cometido- para los negritos de las misiones, y el duelo, el dolor y el homenaje de desgravio para las otras victimas cercanas, las nuestras.
Ello hace que siga viendo a mi madre entre los ancianos que otros convirtieron en humo en los campos, y que siga considerando como algo natural, la mala suerte del mulato caribe, de su cadáver hinchado bajo los escombros.
Por supuesto que existe algo mas, aparte de la coincidencia del genoma, que me une a las victimas, a todas las de la injusticia, y que explica parcialmente esa actitud diferencial ante el dolor ajeno. Existe la convicción de que el origen del dolor, la esencia del mal, está en los seres humanos en el primer caso. Y no sabría decir si en los ejecutores, en los que lo permitieron con su abstencionismo, o incluso en las propias victimas que asumieron su propia condición con la naturalidad, y la animalidad, del cordero pascual. Supongo que ese es y será un enigma, como tantos otros, irresoluble.
Pero tampoco es solo eso, el origen humano de la catástrofe , de la shoah, de todas las shoahs. Tambien está siempre presente, una vez asumida la evidencia de que en aquellos momentos y como dijo Primo Levi: "Mataron a Dios”. De manera real y para siempre añado yo, y sigue presente la peor de las pesadillas. La idea de que pudo haberse evitado, y por tanto de que podrá evitarse la próxima. ¿Podrá evitarse?. En ello estamos.
En el mundo virtual, este del pensamiento, resultan tan fáciles los paralelismos, condicionados por la cantidad, la insistencia de información que nos llega sobre tal o cual hecatombe, que resulta harto frecuente omitir la prevención de las propias, de las personales, cuando no directamente ignorar las de antesdeayer del vecino de enfrente. Paradojas.
Como paradójico resulta que una de mis victimas históricas mas queridas, a pesar de su lejanía en el tiempo, en el genoma, y en los atributos de genero, una de las imágenes que recurrentemente se repiten en el trocito ese de memoria histórica, la de “No quiero olvidarla para no tener que repetirla” que tengo en el disco duro cerebral, sección “escenas inolvidables del cine”, sea aquella de los eunucos del “Ultimo emperador” donde aquellos que sacrificaron toda una vida de servicio, con el añadido extra de castidad real, se encuentran sin trabajo, sin pensión, y sin otra posibilidad que la manifestación publica de de aquello que entregaron a cambio de nada. Sus testiculos calcificados, dentro de una cajita que hacían sonar en protesta ante la injusticia.
Y es que, tantas veces me he sentido solidario con esos budas emasculados, esos seres tan extraños y lejanos que aun tuvieron el valor de denunciar el incumplimiento del contrato para el que no había cláusula de rescisión alguna. “Yo te entrego mi vida y mi masculinidad y tu a cambio cuidarás de mi hasta el final”.
Evidentemente que estoy hablando de nosotros. De una vida de trabajo en condiciones de marginalidad absoluta. Donde el hecho de cotizar al estado, a la seguridad social y a la hacienda publica, te convierte en un paria, en alguien en inferioridad de condiciones con muchos de los beneficiarios netos de ese estado, algunos de los cuales han gozado y siguen gozando de ingresos impunes, que no solo les permiten un nivel de vida superior a los tuyos, para ellos y sus hijos, sino que, además, les exime también del disgusto de saber que toda aquella gran parte de tu salario que has entregado al estado durante treinta, cuarenta años, para que cuide de ti hasta el fin de tus días, como los eunucos, corre el riesgo de desaparecer también en el humo del crematorio. De que el vivir tolerando la injusticia durante todo este tiempo, no te da derecho a otra cosa que mover la cajita. A enseñarla a los demás con las dos canicas minúsculas en su interior.
Me gustaría pensar que no somos tan borregos. Que nuestra sociedad tiene recurso para percibir, y prevenir, situaciones que terminan como huracanes que luego llenan paginas y paginas en los libros de historia, y sobre todo que, a nivel individual, no podemos ni debemos seguir tolerando que nos traten como eunucos. Como a aquellas pobres victimas amarillas de imperios lejanos. No señor, para ellos estaba el Domund, y para nosotros la justicia.
Mejor sin acritud, pero si no queda mas remedio, con ella.
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Verdaderamente, vivo en tiempos sombríos.
ResponderEliminarEs insensata la palabra ingenua. Una frente lisa
revela insensibilidad. El que ríe
es que no ha oído aún la noticia terrible,
aún no le ha llegado.
Bertolt Brecht