viernes, 20 de agosto de 2010

INTERMEZZO SINFÓNICO. (LECTURAS VERANIEGAS)

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LITERATURA Y GUERRA CIVIL (1936 - 1939)


Después de dedicar demasiado tiempo a un solo libro- meses incluso- meditando, disfrutando lo leído, y deseando volver a él. A la vez que quieres terminarlo para poder continuar con la selección, con la lista de espera que te apremia desde la penúltima vista a la librería, desde el último regalo que te hicieron o quizás desde idénticas circunstancias a esta durante el año, o los años anteriores.
En una beneficiosa y parsimoniosa lectura, aconsejada por cierto, por varios autores, entre los que citaré a Berger o a Kapuscinsky, que estiman que aquellos que leen algo de un tirón, en un solo día, o sin respiro alguno, realmente no han leído ni han entendido nada.

Pero luego llega la circunstancia del descanso estival, el dilema desaparece, y te encuentras como el más rico y feliz de los hombres al disponer de manera ilimitada de aquello que es lo único absolutamente imprescindible para leer un libro. El tiempo para hacerlo.

Termino los rescoldos, los últimos capítulos de aquellos que he ido marginando durante el pasado invierno, para constatar lo difícil que es terminar bien un trabajo literario por mucho brillo que tenga en su inicio o por bien que esté condimentado en su desarrollo, cuando en las ultimas paginas encuentras al autor perdido en unas disquisiciones que te hacen sospechar si no están allí tan solo para justificar el numero de paginas acordado con el editor.

Situación que se repite en no pocos de mis santones de la cosa, como la insistencia de Grossman en “Todo fluye” o incluso Camus en “El hombre rebelde”, que acaba vaticinando la rebelión del hombre mediterráneo o algo que no logro entender, como corolario a una obra maestra.

Otros ni tan siquiera llegan a estropearlo todo al final, puesto que desde el principio ya hacen gala de su intención, como alguna novela de Muñoz Molina de cuyo titulo no quiero acordarme, aunque si del despropósito mio de, todavía, leer novelas. Si bien tengo en el descargo, la ausencia de mejor material a la hora de llenar la magra mochila de viajero apresurado.

Igual me ha sucedido con algún Pla pendiente, o con cierto cantamañanas prestigioso, icono viviente de la intelectualidad catalana que solo me hace sospechar de la oquedad mental de sus numerosos lectores y del prodigioso poder mediático de algunos editores que intuyo, tienen en los sótanos una colonia semisecreta de negros especializados en el estilo de menganito y zutanito, generando material suficiente para publicar cada año dos o tres títulos de cada uno, en la premisa de tenerlos vendidos de antemano.

Y uno, tropezando por enésima vez en la misma piedra. En el culto al autor, a aquel que tocó la flauta, aquella vez, con tan prodigiosa maestría, que lo obliga a repetir, a esperar el nuevo y genial silbo del añorado maestro. Fantasías.

Pero a veces, ni las horas pasadas entre los estantes de la librería mas completa, ni la evocación de aquellos escritores que marcaron sus iniciales en el lomo de tus circunvoluciones – Si, estas tienen lomo, babilla, y contramuslo. Faltaba mas – te sacan del atolladero de la apatía. Tiene que ser el azar, bendito él, en la forma de:

-Oye, léete este libro, que es de lo mejorcito que últimamente ha pasado por mis manos- Para continuar.

- Aunque quiero volver a releerlo, despacio, varias veces, quédatelo, que ya conseguiré otro ejemplar-.

Y pone en mis manos aquel tratado, que es lo que es, aquellas cerca de mil páginas que ojeo por cortesía, antes de decir falsamente aquello de:

-Gracias, pero ya me quedo con la referencia y lo compro luego-

(1ª persona, plural)

Y comenzamos la lectura, la pasión, y nos damos cuenta de que tenemos cuatro días para terminarlo, que los proveedores están inaccesibles en estas fechas, y que algo tan excepcional no podemos dejar sin completar sin, a la vez, apartarlo de su generoso propietario, y nos sumergimos en aquello que Kapuscinsky nos ha prohibido desde el principio, el saltarnos los silencios, las pausas en el texto, las ausencias en la nada, tan necesarios para comprender lo que está pasando en las paginas, que por otra parte son un cúmulo infinito de nombres propios, reales, de fechas, de títulos, de chascarrillos quizás, y de la relación de cada uno de ellos con todos los demás y con la historia perdida de nuestra tierra, de nuestro país, de unos años que hoy, ochenta después, siguen cubiertos de bruma.

Estamos en la tercera edición, y leemos sobre las anteriores como parte de una obra viva, como estructuras pretéritas y obsoletas de un edificio en remodelación constante, como la pintura que Picasso hace y deshace sobre un cristal transparente ante los ojos atónitos de Henri Georges Clouzot, y de los espectadores, en “Le mystère Picasso” 1956, como, esos cincuenta minutos en una sola toma, resumen el esfuerzo del artista para rematar un trabajo que oculta para siempre a otros cien, tan estimables quizás como la obra final.

Supongamos que no es una obra terminada, que ya avisa de la ausencia, de la demora en la entrega de ciertos testimonios que, de producirse, cambiaran el sentido del relato, aunque solo sea en sus márgenes. Supongamos que continuará enriqueciéndose con documentos gráficos, , apretados al modo de los "thumbnail", de las miniaturas con que el ordenador etiqueta las imágenes, y supongamos que seguirá completando las semblanzas de los centenares de protagonistas que pululan por sus páginas, a saber tres generaciones de literatos, la del 98, la del 14 y la del 27; sin olvidar sus ecos, la de los menos afortunados en la gloria literaria ni la de aquellos a los que el exilio condenó a un ostracismo del que , al día de hoy, seguimos siendo deudores por ignorantes, los lectores. Sigamos leyendo.

Descubrimos la extraordinaria importancia que tuvieron los poetas¿? en la contienda, en franca contradicción con la mustia cosecha del género en los ochenta años subsiguientes. Quizás la propaganda y su necesidad de aportar figuras populares a la bandera tuvieran algo que ver.

Tambien resulta elocuente, por obvio, el como la mayoría de los intelectuales, y entre ellos hubo mucho literato, no dejaron de clamar por la Tercera España - la que no tuvo ninguna oportunidad - mientras aceptaban por bueno, por genuino y verdadero el bando que les había tocado en suerte en el reparto territorial de los primeros días de aquella guerra incivil, a la que cualquiera que lea esta versión corre el riesgo de llamar guerra de los poetas. Esto, en caso de no ser transportados por el viento ardiente, cual involuntarios vilanos, del uno al otro lado del frente. O como personas desnudas, seres humanos a los que la realidad despojó para siempre del disfraz, del personaje figurado con que suelen pasar a la historia la mayoría de los plumíferos.

Interesantísimos el antes, el durante y el después – el que lo tuvo – de las vicisitudes personales, sobre todo, y artísticas en menor grado debido a las circunstancias, de esta pléyade de escritores que al parecer no dejó alumnos ni herederos que recogieran el testigo, al menos con la misma intensidad de las letras, del primer tercio del siglo pasado.

(1ª persona)

Total, que me veo incluyéndolo en el próximo hatillo a conseguir, buscándole un lugar de honor, a la vez que cercano, en la mesa que ostenta el centro geométrico entre las estanterías de la casa, y leyéndolo, releyéndolo, subrayándolo y aprendiendo, rememorando aquello que les sucedió a tantos, mas que las causas o las razones del desastre. Aunque no esté demás seguir escuchando voces, todas las que todavía suenan, para evitar su repetición, o al menos comprender por que la historia se obstina en hacerlo de manera tan dolorosa.

P.D.- Y que sirva de precedente.

Circula en la red de redes una copia digital de la 1ª edición. (A precio de ADSL, formato PDF)

La tercera, esta que tengo en mis manos, cuesta en el templo - de los mercaderes – la inexpugnable cantidad de cuarenta duros de plata.

Si mi pluma valiera tu pistola, capitán..


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