lunes, 16 de agosto de 2010

Jornadas místicas y gastronómicas en La Provenza, o casi...(3)


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3ª Etapa Carcasonne.-

“L´Os Moelle avec Fleur de Sel”

Dicen que el nombre significa “Carcas te sonne”, o sea “Carcas te llama” . Que era la señora del caudillo sarraceno que, proveniente de Toledo, conquistó esas tierras hasta que Carlos Martel, que no solo dio nombre a un discreto coñac - los buenos son los nuestros, como siempre, le dijo aquello de “Échate pafuera” cuyo eco sigue sonando en el interior de ciertos cráneos, autodenominados autóctonos.

También aprendí que Wamba, Alarico y otros personajes presuntamente históricos, tuvieron sus raíces en ambos lados de los Pirineos, con lo cual el asunto este de los nacionalismos queda al nivel de la raya que cada uno quiera situar en el tiempo, en la época que mas placer le sugiera a su hipotálamo, siempre y cuando las imágenes que haya compuesto al efecto provengan de fuentes tan fiables como las medievales, es decir muy poco o nada.
Pretender que los desinformados indigentes mentales en que nos han convertido, podamos disponer de datos sobre el pasado lejano, cuando el cercano del mismo ayer pertenece a la nebulosa activa de la propaganda tanto como a la pasiva del no quiero saber, es solo eso, una pretensión.
Por todo ello, es mejor decir que sí, a todo lo que nos cuenten, al menos lo relativo a cualquier pasado común. Se evitan fricciones y se da por buena cualquier teoría de contertulio documentado, al que de momento, mantendremos en la ignorancia de que nuestros grandes héroes reales del ayer, son los del mañana, y no son otros que Flash Gordon y El Capitán Trueno. Aunque debo reconocer que Viriato… es mucho Viriato, para dejarlo en la fantasía.

La verdad es que no he tenido otra sensación tan desagradable como la de Carcasona, al desembarcar en un crucero de estos, desde la vez que aterricé en Le Mont Saint Michel, cuando tuve que darme a la vuelta en el primer recodo medieval, al sentirme parte de aquella masa nauseabunda de turistas.

-Que si, papá, que somos turistas también- Me recuerda mi hija. Mientras reniego, me niego a aceptarlo, y me doy la vuelta.

Volvió a sucederme al atravesar las murallas,- en este caso el plural es certero, tienen dos – de la Ciudad Antigua de Carcasona, al igual que me sucede muchos días en mi propia ciudad, el tomar consciencia de que no eres más que un extraño , dentro de una multitud en calzoncillos que mira hacia todos lados y camina con el ritmo lento e irregular de los zombis – con ese lento y errático andar, gracias al cual escapamos de ellos en las pesadillas nocturnas - solo que es mi ciudad y no puedo darme la vuelta. Solo lamentar el vivir en un parque temático en el que ni siquiera tengo derecho al fast pass, a la tarjeta mágica que te evita los embotellamientos, bouchon en francés. Ya que estábamos en el Languedoc, cuando me di la vuelta alejándome de aquel horror, y dirigiendo mis pasos al restaurante recomendado de la etapa.
Cerrado, con un cartel en la puerta que explicaba que era solo por un día, ese, y por un asunto de boda, sin especificar de quien ni el por qué, lo que dejaba el asunto en algo realmente extraordinario,- es la primera vez que me cierran un sitio de postín por este motivo-, y en algo confuso y preocupante. ¿Seria el hijo del dueño? ¿El mismo dueño quizás? ¿O seria la hija? No sé, no sé. Me quedó la historia incompleta, y yo sin comer.

En unas horas tardías, peligrosas en cualquier país distinto del nuestro, y más en este en el que cuando el estomago nos recuerda la proximidad del almuerzo, en la mayoría de los establecimientos están pasando el trapo a las mesas y nos reciben con un desolador “Desolé Monsieur”.
No fue el caso. En la plaza mayor del pueblo, o sea en la parte viva de la ciudad, encontramos una terraza donde pudimos reponer algo el cuerpo. Lo del espíritu ya fue más difícil.
Elijo la silla ciega, como es costumbre, para permitir a la familia unas placenteras vistas hacia el exterior, y quedo mirando hacia la oscuridad y hacia los carteles donde anuncian el plato del día. “L´Os Moelle avec Fleur de Sel”.

Les preguntamos la esencia y la consistencia del producto ofertado y provocamos una cierta turbación entre camarero y cocinero- hasta el sumiller intervino- quienes ni en inglés ni en su idioma materno fueron capaces de darnos razón. Cosa que yo entendí como una estratagema o quizás como una premonición y me arriesgué – esa jugada la veo, me dije –
Una bandeja mediana y primorosa – eso ya debería ser obvio-, con tres canutillos en el centro, cilindros verticales de unos cinco centímetros de longitud y que me pareció identificar con secciones transversales de un hueso largo, fémur de vacuno sin duda, y cuyo contenido, el tuétano de mi añorada infancia, me era ofrecido con la dignidad del no va más culinario. Dos pequeñas rebanadas de pan de ajo, tostadas hasta hacerlas absolutamente incompatibles con su función de absorción de la grasa, que lo es todo, de aquel canuto gourmand. Y el toque, absolutamente imprescindible y personal del chef, de unas manchitas blancas que coronaban el plato y que correspondían a la “Flor de Sal”, ciertamente riquísima pero que era eso, sal.
A veces los comentarios logran convertir semejante experiencia en un momento mágico, de esos de un antes y un después, para el peregrino, y a veces el mejor comentario es el silencio.
Este es el caso.

Solo que a medias, de tan larga y extenuante función, comencé a observar unas miradas y unas risitas entre las chicas de la familia, a las que no quise prestar atención, no fueran a pensar que había errado mi elección – algo imposible – y ante las que me hice el sordo y ciego, por aquello de la dignidad de padre, hasta que sucedió algo insólito, el postre. Comenzó a sonar una bandurria a mis espaldas, magistral punteo de la veterana púa, sin duda, y detrás, o a la vez, los acordes de las guitarras. Me doy la vuelta y El Horror. El Horror de Conrad, bajando el Rio Congo: La Tuna de Ciencias de Granada, cantando el “Clavelitos” a una distancia en la que la indefensión fue absoluta. Cosa, copla que hicieron bien, sin duda. Llevan siglos haciendo lo mismo, y nada más, me temo.
Afortunadamente se sentaron para comenzar su comida, con una presentación musical en homenaje o suplica, hacia el cocinero, supongo. Ya que parecían más informados, y sonrientes que yo. Aunque el hecho de sentarse al sol, en un día de alarma calórica, y con la indumentaria tan apropiada para el mediodía estival que suelen llevar, hizo alegrarme en un principio, como pasiva venganza ante la ofensa infligida, pero luego me hizo pensar en algo peor: Seres extraños de un mundo que se extingue…Los zombis, que no sufren el calor. El Horror. El Horror.

Salimos por piernas. Otra vez.

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