martes, 19 de octubre de 2010

CACA DE PERRO


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O LAS LIMITACIONES DEL ENTENDIMIENTO.-

Existen dos tipos de personas, aunque quizás esté creando una división arbitraria e irreal, como palanca para echar a andar en un desapacible y otoñal dia, en el que las castañas todavía no y los membrillos, que ya deberían estar, pues tampoco, y esto es lo mas preocupante.
Mal está lo del cambio climático, pero si llega el invierno y los membrillos no han madurado, me temo que vamos a llegar a mayores con el calendario. El resto de preocupaciones serán banales siempre al lado de la perspectiva de quedarme sin compota.
Decía que hay, que debe haber, dos tipos de personas, unas que tienen una extraordinaria capacidad de observación, una sensibilidad especial para detectar las menores irregularidades, anomalías o curiosidades que ocurren a su alrededor, de recogerlas, etiquetarlas y clasificarlas para su enciclopedia personal a la que no cesarán de añadir epígrafes a lo largo de la vida, convirtiéndose, no en mas sabios o en mas cultos, si no en mas repletos de conocimiento.
Aunque como suele pasar a los libros de esta índole, sean absolutamente incapaces de hacer con este conocimiento, algo de provecho. Salvo en algún concurso de autómatas o en la tertulia del bar donde suelen espantar la parroquia. A alguno he visto recitar el texto del locutor del telediario, uno o dos segundos antes de que lo hiciera el busto parlante, tal es su retentiva.

Otros en cambio parecen estar ausentes del mundo que les rodea, ensimismados en una aparente y continua tarea de meditación trascendental, en la que se supone que redescubren ideas extraordinarias para el pensamiento universal, que ya habían sido esbozadas, reiteradas y resueltas, o desechadas, que viene a ser lo mismo, hace dos o tres mil años.
Hablan poco, y cuando te miran a los ojos percibes que son mas listos que tu. Normal. Eso es bastante fácil.

Sucede que esta diferenciación no es absoluta ya que todos tenemos componentes de ambos personajes con mayor o menor influencia de uno de ellos, según el carácter, las capacidades, o lo que suele ser mas frecuente, las circunstancias.

Suelo encontrarme camino del trabajo, en el paseo más agradable dia, cuando las tiendas están cerradas y todavía el ayuntamiento no ha llenado las aceras de turistas, a componentes de una tribu urbana, de relativamente reciente aparición en nuestro paisaje.

Se trata de gente que va corriendo, o a paso demasiado ligero como para llamarlo caminar, hacia ninguna parte. Visten una ropa extraña y bastante uniforme, con cierto parecido a los astronautas, antes viajeros espaciales, de las películas de ficción de los años cincuenta, serie B por supuesto, solo que sin casco.
No me atrevería a llamarlos deportistas porque no llevan el chándal, o el pololo, de rigor, cómodo y holgado a la vez que discreto para las fisonomías y tranquilidad de los ocasionales e involuntarios espectadores, y en su lugar aparecen cubiertos de unas ropas ajustadas, con colores llamativos, cuando no directamente fosforescentes, y con alguna banda personalizada de un tono totalmente opuesto al complementario en la estética tradicional.
Tampoco me atrevo a reconocerlos como deportistas porque el lugar, las calles del centro, no son el lugar mas adecuado para ejercerlo, o no debería serlo, solo que ante la carencia de un espacio idóneo supongo que están forzados a hacer de su ejercicio matinal una representación involuntaria del estado de las cosas.
Es moda que empezó en Central Park hace unos años y que el imperio tiene a gala extender por todo el planeta. Y no es de las peores. Que conste.

El otro dia, el observador impenitente que llevo dentro, se fijo en uno de estos extraños sujetos limpiando la suela de la zapatilla en un umbral de mi calle, lo que atribuí, -el pensador tambien me posee-, a que el circular a velocidad excesiva resulta incompatible con el esquivar las heces perrunas con razonable eficacia, y pensé incluso en que condiciones llevarían los zapatos a casa tras el ejercicio, dadas las constelaciones de zurullos matutinos que alfombran la ciudad. Gajes del oficio, sin duda.

Solo que mas adelante vi otro y ya empecé a valorar la inconveniencia de esta actividad a la vez que la mala persona,- que tambien llevo dentro-, no podía menos que comenzar a ver la situación como algo divertido.
Pero casi al final de mi recorrido, vuelvo a contemplar identica escena, pero en esta ocasión eran dos, los mozalbetes que apoyaban la planta del pie en un escalón de un local público, y no pude menos que identificarme con ellos, y comentarles:

-Ya está bien con la falta de civismo de los que tienen perro y no limpian el suelo. Hay que fastidiarse.-

Y de fastidio y asombro fue la cara que pusieron mientras yo seguía mi camino feliz de haberme solidarizado, a la vez que extrañado de que no reconocieran mi gesto.

Fue mi amigo invisible el que tuvo que echarme una mano, el que razonase un poco y ofreciese luz, una extraña luz, a la situación incomoda en la que me estaba introduciendo.

-No, hombre- Me dijo
-No es caca de perro, ni se están limpiando los zapatos. Hacen estiramientos.

-¿Estiramiento?- Pregunté a mi amigo.
-¿Estiramiento de qué?- Insistí.

Y ahí solo recibí una sonrisa por respuesta. Mitad sardónica, disfrutando a su vez con mi ignorancia, mitad compasiva, sobre alguien tan fuera del mundo, en su intento de entender, de comprender, de ajustar las cosas en una lógica universal y escolástica que cada dia resulta mas extraña y anacrónica.

Hace un siglo, Valle y Baroja paseaban por las calles periféricas de Madrid hasta que el gallego decía al vasco.
-Cuidado Pio:!El campo!- Y se daban la vuelta evitando el peligro a que se exponían de persistir en esa dirección.

Hoy, no les asusta el campo, y a falta de circuitos idóneos para el deporte hacen “estiramientos” en cualquier lugar y a la vista de todo el mundo.

Seguramente que es algo que va contra la moral y que habrá estado prohibido hasta no hace tanto. Seguro que es cosa del libertinaje.

Pero a mi lo que mas me intriga es :
-¿Qué es lo que se estiran tanto?

Esta pregunta, tambien me la ha dejado sin resolver el compañero de viaje, y la verdad, es que tampoco me solucionaria gran cosa el saberlo.

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