miércoles, 16 de febrero de 2011

DE LA SERIE..

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De la serie:
Notas que suelo escribir para aclarar las ideas de los que no se quieren enterar y que por respeto a sus deseos, destruyo después. Pero algunas veces olvido hacerlo.


GAME OVER




Hubo un tiempo.. long time ago.

Pasamos buenos ratos frente a las maquinitas.
Cutres, con la austeridad propia de los pioneros, de los fundadores que toda historia de ciencia ficción coloca en el óleo que corona el lado noble del salón del trono. La verdad es que los cuentos han cambiado poco desde los primeros que escuchamos.

La maquinas, tragaperras sin posibilidad de premio alguno, que no fuese otra partida, gratis, sucedieron a las sinfonolas, jukebox, vitrolas para otros, y durante un tiempo convivieron con ellas.

Las primeras en blanco y negro, con juegos de pocos, poquísimos bits, como el ping-pong o los marcianitos que había que destruir antes de que ellos lo hicieran contigo. Destacaba el Pinball con sus bumpers y sus bolas aceradas y relucientes. Horas, años y siglos de educación sentimental encerrados en cuatro patas y un par de teclas, dos botones laterales que mediaban entre tus reflejos y tu maestría estratégica en la actividad que se enfrentaba al mas poderoso de los peligros para un adolescente, el aburrimiento.

Todas ellas, las maquinitas y los juegos que encerraban, tenían algo en común, que pasó a ser una valiosa enseñanza. Las dos palabras fatídicas, las primeras con que nos iniciamos en el inglés, y las que nos insistieron, otra vez, (pesada que es la vida del artista), en la diferencia que existe entre el antes, cuando el juego sigue, y el después, cuando el game over, cuando la única manera de seguir jugando era introduciendo una moneda, otra, en la ranura al efecto.

Y es que tengo la impresión, de que la inconsciencia colectiva lleva tiempo soslayando que está jugando con la última vida que le queda a la maquinita que tenemos entre las manos del presente, en nuestra andadura como colectivo. De que la bola que el bumper acaba de lanzar hacia arriba, es la que precede, tras desaparecer por el cruel y previsible orificio, al mensaje que aprendimos hace tanto tiempo. Game over.

Y que lo aprendido era algo más que eso. Aunque algunas de esas enseñanzas puedan parecer perogrulladas.

Primero es que la cosa no funcionaba sin monedas en la ranura. Había que gastar la paga del domingo si queríamos disfrutar del pequeño placer. Nunca, jamás, era gratis.

Y ese es el primer error, u olvido, presente en el ambiente donde nos movemos. Piensa el personal que lo gratis existe, y que por tanto no hay que preocuparse por su futuro, al fin y al cabo “siempre” lo ha sido.

La segunda falacia es que si la cosa deja de funcionar, cuando aparece el letrerito en la maquina, basta con dirigirse airadamente al encargado del local para que vuelva a iniciar la partida, sin coste alguno. Eso, entonces, no funcionaba. Es mas, ni se nos pasaba por la cabeza semejante planteamiento. La puerta de la calle era la única opción que quedaba para el bolsillo vació. Aquí, y ahora, veo al personal mirando alrededor en busca de la próxima vaca a esquilmar, Alemania, “Europa” en su inexplicable e ilimitada bondad de madre consentidora, o quizás los financieros, la banca internacional, heredera de aquellos que, por no pagarles las deudas contraídas fueron expulsados de sus casas e incluso quemados en la hoguera inquisitorial. ¿Que me voy muy atrás? Bueno, un poco mas lejos que las maquinitas del game over.

Pero es que flipo (Flipper era el nombre de otra maquinita) al ver la cantidad de agujeros que tiene la lata del aceite, al ver como ya solo mana babeando por los mas cercanos al suelo, y como los mas listos siguen arrimando la tostada (sin tostar, el pan crudo retiene mas aceite, y lo saben) en primera línea, dejando para la mayoría la esperanza en el maná, en los brotes que arrancaremos esta primavera al almendro, sin dejar que se conviertan en su fruto natural, cosa que solo el trabajo y el tiempo , unidos al agua pura y a los planetas…(Miguel Hernández, ya sabéis) pueden conseguir.

Y es que leo las penúltimas declaraciones de la ministra: Gracias al Consejo Interterritorial, la crisis económica no ha afectado a la calidad asistencial del SNS.

Y no puedo menos que pensar en el game over.

Los trabajadores publicos, denostados funcionarios (marditos roedores), todos, y entre ellos los peor remunerados entre todas las CC.AA. del país que tiene los salarios mas bajos de la Europa que conocemos, han sido empobrecidos en un 20% adicional, es decir empobrecidos un poco, o un bastante mas, y todo ello sin afectar a la calidad asistencial del SNS. Gracias al Consejo Interterritorial que, aunque no sepamos en que consiste, en una sanidad atomizada en diecisiete y con presupuestos estancos, al menos es útil para sacarlo a relucir en los momentos en que la luz de la maquina comienza a debilitarse amenazando con entrar en breve en reposo, en hibernación, para no malgastar la batería, a punto de agotarse.

Por hablar de salud, de la de todos, sin olvidar la enseñanza, la justicia…. Las prestaciones básicas e imprescindibles para cualquier estado que se precie de serlo.

Por insistir ante los infinitamente crédulos, ante los envidiables creyentes en que eso es posible. Que se mantengan servicios básicos, y sarcásticamente, “de calidad”, cuando el que los recibe, los ciudadanos, deja de pagar (a través de sus encargados para tal menester) y el que los oferta, el trabajador público, deja de cobrar. Me temo que como en la maquina de marras, ello no es posible. Entelequia, lo llama la lengua española, antes de acudir a otras palabras mas fuertes.

Me gustaría estar escribiendo historias de ciencia ficción, en las que todo, incluso eso, puede suceder; o jugando con maquinitas en las que el game over se resetea al acabar la partida y uno sigue feliz e inconsciente en una edad en la que jugar era una de las cosas mas importantes, quizás la que más.

Pero, aparte de que ahora no estamos jugando, ni podemos ni debemos pensar en hacerlo, la presencia de la última bola en el juego nos apremia a ser realistas e ir pensando en lo que viene.

Tenerlo todo no es posible. Ya lo hemos visto. Y si nos conformamos con menos, solo con un algo diminuto, tambien sabemos que nunca es gratis.

Ahora viene la hora de contar las monedas pequeñas, el níquel de la serie negra, aluminio para nosotros, y plantearnos como las vamos a administrar.

La fantasía, mejor dejarla para los niños.


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2 comentarios:

  1. Emilio:
    los que llegamos a convivir con esas maquinitas tambien recordamos otra palabra fatídica: "TILT" si se intentaba hacer trampa dando empujones. La máquina se quedaba literalmente muerta y adiós a la partida y a la moneda. A ver si podemos jugar esta última bola completa sin excesivos sobresaltos (a veces se hacían milagros en esa postrera) y vivimos para contar la calderilla que aún nos quede... o nos dejen. Pero lo de la partida gratis, como siempre, va a estar muy jodido.

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  2. Muy oportuna la extensión de la partida nostálgica al recuerdo de los trucos (curiosamente en inglés truco, trick, significa trampa).
    Esto de la manipulación de la bola por medios poco ortodoxos, prestaba un cierto grado de "flexibilidad" y de "tolerancia", igual que ahora sucede en nuestra sociedad con los habilidosos de la cartera ajena.
    Pero al que pillaban, el que se excedia con el empujoncito, acababa fuera. GAME OVER por TILT, casi nada. Y volvemos a la analogía.
    ¿Son saludables e incluso necesarios los tramposos?
    Indudablemente que los son, siempre que reciban su castigo. Así se evita su proliferación y se permite el desarrollo de una sociedad justa.
    Yo he visto a muchos, recriminados por el encargado de la sala de juegos, e incluso algunos a los que no se les permitia jugar con las maquinas.Era la unica manera de mantener el negocio. Supongo

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