sábado, 7 de julio de 2012

GAZNÁPIROS SOMOS.-



La realidad, que no admite el distanciamiento necesario para la poesía, ni siquiera para la ficción.


Recuerdo aquel clásico del cine japonés de los cincuenta, Rashomon, Kurosawa 1950, en el que un suceso singular era narrado por sus cuatro personajes con versiones tan dispares, que terminaban convertidas en cuatro historias independientes, e incompatibles entre si. De esa historia, relato original de Akutagawa, surgió una obra maestra que nos hace reflexionar sobre la fiabilidad de los testimonios ajenos y la vulnerabilidad de los propios; apalancados con algo tan voluble como es la propia memoria.




Al fin y al cabo aquello que recordamos solo tiene cierta consistencia cuando se apoya en las pruebas de hecho o en las testimoniales de los que estaban allí, entonces, junto a nosotros. La primera vez que me plantee esta cuestión, la de poner la mano en el fuego al asegurar que era una lagartija y no una culebra, salí chamuscado por algo tan imprevisto, como la opinión en sentido contrario de testigos que también estaban allí; y cuya memoria plural discrepaba con la mia. Luego he comenzado a aceptarlo con la misma sensatez que admitimos que lo cierto, la verdad, la realidad, o como queramos llamarlo, suele tener varias formas, y además cambiantes. Al menos el disgusto al comprobarlo ya no me afecta con la misma intensidad; solo me producen quemaduras de primer grado, que intento disimular con el rubor propio de la ingenuidad...

Por eso la distancia, que la esfera personal exige al que intenta describir asuntos más o menos cercanos, desaparece confundida en ese velo de irrealidad que nos envuelve a todos de manera universal, por más que pretendamos darle una interpretación individual y por tanto subjetiva. Y asumo que esa distancia es absolutamente necesaria para enfocar de la manera menos dolorosa posible esa cosa llamada realidad.

Lo cierto es que la visión está alterada por motivos externos, y las gafas que acabo de recibir de China, via comercio electrónico, poco o nada tienen que ver. Progresivas, polarizadas con filtro solar necesario para estas latitudes y monturas ultraligeras, a un precio exactamente 90% inferior al de la óptica de la esquina. Las gafas funcionan estupendamente, insisto. Pero sigo viendo escenas propias del humor esperpéntico de los hermanos Marx, tan inclasificables como el uso “habitual” del Chanel nº 5 para enmascarar en algún despacho el olor del cigarrillo recién apagado. (Cierto).


Pero no ha sido hasta encontrarme con el estallido emocional que ha hecho añicos mi espíritu, el evento inimaginable que rompe la rutina cotidiana, la que nos hace apacible y segura la jornada de cada día, es decir, la ausencia de papel higiénico en el baño en el momento supremo, si ese, en el que toda mi falsa seguridad por lo que me rodea se ha derrumbado como un castillo de naipes sobre mi cabeza. Afortunadamente le he dado enseguida el valor que tenia, el de presagio de otras desgracias inminentes, y me he puesto inmediatamente a analizar la situación. (Noticias).

Empleadas del hogar que siguen sin legalizar su situación. Cuatrocientas mil -por dos- familias, que no aceptan el deber con sus iguales, que transgreden la ley con el eufemismo de “la economía sumergida” “el trabajo en negro” .Un fraude en el que participan ochocientas mil familias.
Para este delito siempre hacen falta dos delincuentes, igual que para no pagar el IVA de algo que lo tiene, y queda la constatación como norma, el pensamiento colectivo de que ello es posible e impune, y que las necesidades de todos son algo gratuito. (Nada nuevo).

El nuevo PGOU de mi ciudad, ampliando nuevas zonas a la edificación, abriendo nuevas puertas al urbanismo innecesario que tan solo va a seguir moviendo el dinero negro generado hace cinco años y que está quemando en los bolsillos de los de siempre. (Se construyeron miles de viviendas, suficientes para el doble de la población real, mientras tanto, languidecen vacías, a la espera de su probable derrumbe).

No queremos aprender una lección tan sencilla como esa, y pretendemos que cambiando al pelele cada cuatro años, y quemándolo públicamente, se arreglen nuestros disparates.

Ganas me dan de decirlo claramente “Iros todos a tomar por…”, pero me contengo, me muerdo la lengua como hacen los políticos prudentes, y pienso que también deben quedar algunos compañeros de viaje justos – conozco varios centenares- por los que merece seguir cumpliendo.

No los doscientos cincuenta mil que usan fraudulentamente tarjetas de pensionistas siendo trabajadores en activo. Ni los cincuenta mil que cobraban la prestación de desempleo a la par que trabajaban remunerados.

Todo ello en la última semana. Y el año tiene más de cincuenta.



Claro que no faltarán los vivas a las vírgenes este verano, y no solo a la de San Gil precisamente, a la que cantaba el Valderrama, a la virgen del pueblo de cada cual - el mio tiene cuatro-. Y que no son otras que la virgen de la impunidad, a la que no me canso de implorar para que cambie de parroquianos, porque estos, flaco favor hacen a la afición.

Tampoco las imprecaciones a los “culpables” oficiales, que no dejan de serlo por ello, a los nombres propios que encabezan la corrupción pública, institucional, y monopolizan la ineficiencia absoluta en la gestión del problema.

Y mira que lo pone clarito en el cuarto mandamiento, que no lo es únicamente de la ley divina, el de "no codiciaras los bienes ajenos" – no se que pensarán al respecto, todos esos - A veces me dan envidia algunos preceptos, y castigos del denostado Islam, y me imagino un país de mancos, de ciudadanos/nas sin muñecas donde ubicar sus rolex y sus pulseras. Al menos se los podría reconocer de un vistazo, mano –ausente- disimulada en el bolsillo.

No hay salvación, como no la tienen los griegos actuales, para los que no sirve el comodín de retrotraerse a los logros de aquellos tan distintos de hace treinta siglos; ni la tendrá la evocación de pretéritos imperios de una España que no existe más allá de los libros de contabilidad de los “tenedores de deuda”. Suerte tuvimos con que nuestro acreedor predilecto de los años cuarenta perdiese la posibilidad de cobrarnos los servicios prestados.

Hoy, me temo que sus sucesores genéticos – a diferencia de los griegos, los alemanes de hoy, algo de ADN, tienen en común con los de entonces - están en condiciones de exigir contrapartidas al fraude que con el dinero de sus contribuyentes lleva realizándose aquí por los que se niegan a contribuir en estos lares.

Y pagar pagaremos, todos. Solo que en el camino van a quedar muchas cosas, creencias sobre la honestidad de nuestros ciudadanos que no lo son – ni honestos ni ciudadanos- y lo que es peor, sobre la existencia de una identidad común, basada en un inexistente mínimo de base ética colectiva, apoyada exclusivamente en ciertas tradiciones, harto superfluas, como el futbol, la fiesta de los toros, o la exhibición publica y desaforada de algo tan intimo como es, y debe ser, la fe religiosa. (Mal vamos).

La verdad es que podría escribir sobre las divertidas incidencias con las que me cruzo cada día; y convencerme de lo importante que resulta la ironía, el toque de humor, aunque solo sea en su intento frustrado, en el optimismo que cualquier lector necesita para continuar leyendo estas paginas, y tantas otras cosas, pero como dijo Silvio el dia que vino a cantar a este pueblo, cuando lo encontraron sentado en el descansillo de la escalera, después de tres días de mucho beber y poco comer:

- “Me parece que hoy no estoy yo para mucho cante”- terminando así su esperada actuación.

Y la verdad es que aquí la fiesta, ajena, ha durado más de la cuenta, aunque parece ser que para algunos todavía tiene recorrido, pero lo cierto es que un servidor, como Silvio ”No está para mucho cante”.



Gaznápiro: Palurdo, simplón, torpe, que se queda embobado con cualquier cosa.



La ilustración es de Anselmo Ballester (Don Anselmo).
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