
Y no es hasta la tercera vez que contemplo la
proyección de “2001”, en su formato
original, es decir lo que ahora llamaríamos impropiamente en pantalla gigante,
cuando encuentro la secuencia prodigiosa que me reafirma en el camino, en la
certeza de haber encontrado las fuentes del Nilo.
Es aquella larguísima, dura
minutos, en la que, la visión que aprecia el viajero espacial, o la que cree
observar en su velocísimo desplazamiento
entre las estrellas, donde Kubrick nos muestra los limites del universo, el
desconocido, y que están obviamente dentro de una pupila humana.
Un viaje
interminable por las recovecos maravillosos encerrados en el iris, el que
encierra todos los colores del arco y todas las imágenes bellas que cualquier
mortal ansia a contemplar incansablemente. Quizás esa era la proyección que
esperaba al anciano de Soylent Green, antes de convertirse en papilla verde,
para alimento de sus congéneres. Quizás no sea un final tan terrible como para
poner en marcha la furia apocalíptica de Charlton Heston y estropearnos la
historia.
En cierto modo, la Odisea en el espacio de Kubrick estaba
respondiendo a mi pregunta, y esos minutos en forma de clip musical, los he
vuelto a contemplar, decenas de veces, intentado reconstruir la escena vislumbrada
desde el castillo donde me tienen, nos tienen, encerrados. Realmente es
bastante parecido, y resulta balsámico para el espíritu en los momentos de
desesperación en que crees no poder desplazar la piedra ni un solo centímetro
más. No es la panacea, pero al menos te hace sentir reconfortado por algo
parecido a lo que buscas.
Pero no ha sido hasta comentar mis cuitas, los dos primeros
actos de este enigmático drama, a alguien, De la Boetie quizás, que perdió la
visión en un intento propio de un semidios, el atrapar el rayo verde durante
todas las puestas de sol en el que el astro estuvo presente, y sobre el
horizonte de su tierra natal.
El amigo ciego que sonríe ante mis desvelos, y
deja que termine la exposición con los motivos de mi desesperación. Si no lo
conociese desde hace tanto, desde los tiempos en que ambos aunábamos nuestras
miradas para apreciar detalles que un par de ojos no podrían jamás llegar a
percibir, si no supiese que es real y no un personaje extraído de esos lugares
donde creemos se atesora la sabiduría milenaria, sean conventos de cartujos o
templos tibetanos, ignorando que esta está bastante mas cerca, más al alcance
de cada uno, aunque el atraparla resulte tan difícil como recuperar la imagen
perdida, o quizás simplemente soñada, como la de Segismundo.
El invidente, solo hacia fuera de sus gafas oscuras, me
vuelve a sonreír, y me lo espeta, aunque sea a modo de amable sugerencia.
-
Tu lo que necesitas es un caleidoscopio.
Un caleidoscopio (del griego
kalós bella éidos imagen scopéo
observar) es un tubo que contiene tres espejos, que forman
un prisma triangular con su parte reflectante hacia el
interior, al extremo de los cuales se encuentran dos láminas traslúcidas entre
las cuales hay varios objetos de colores y formas diferentes, cuyas imágenes se ven
multiplicadas simétricamente al ir girando el tubo mientras se mira por el
extremo opuesto. Dichos espejos pueden estar dispuestos a distintos ángulos. A
45º de cada uno se generan ocho imágenes duplicadas. A 60º se observan seis
duplicados y a 90º cuatro.
Y ante mi silencio, que sin duda interpreta como muestra de
placentero asombro, y con toda propiedad era lo que estaba sintiendo, añade.
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Mejor dos. Son similares pero siempre diferentes. Y no
lo tienes fácil, aunque creo que antes de que deba regalarte uno de mis
bastones, debes intentarlo.
Y aquí me tenéis.
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