A veces la desesperación te conduce por caminos desconocidos
por los cuales tú, ni probablemente nadie, habría osado deambular. Y no es que
vayas buscando el peligro, que desees abreviar tu inminente final- todos lo
son, justo un ratito antes- o que no te importe el daño que puedas sufrir en un
agujero tan negro como proceloso, a priori, no.
Realmente buscas una salida, una rendija por la que poder escapar del peso insoportable que te aplasta contra el suelo. Esfuerzo que afrontas pacientemente durante años, como el buen-mal Sísifo (1), que todos llevamos dentro – casi todos, no hay que exagerar tampoco- y que ante la primera muestra de decadencia física, inevitable entre los mortales, te hace pensar que cualquier día la roca que empujas hacia la montaña va a caer sobre ti, laminándote contra la pendiente de duro asfalto sobre la que la has empujado toda tu vida.
Realmente buscas una salida, una rendija por la que poder escapar del peso insoportable que te aplasta contra el suelo. Esfuerzo que afrontas pacientemente durante años, como el buen-mal Sísifo (1), que todos llevamos dentro – casi todos, no hay que exagerar tampoco- y que ante la primera muestra de decadencia física, inevitable entre los mortales, te hace pensar que cualquier día la roca que empujas hacia la montaña va a caer sobre ti, laminándote contra la pendiente de duro asfalto sobre la que la has empujado toda tu vida.
No solo es el temor a perderla, la vida, o el que las
secuelas del cataclismo mutilen tus brazos
y quedes reducido al personaje de Ray, el padre bengalí que atraviesa
trágicamente el rubicón que separa al hombre que sostiene una familia con su
trabajo, de aquel que tiene que ser sostenido por ella, algo imposible cuando
la pobreza es real, no como en la, hasta ahora, impostada del primer mundo.
Un Sísifo sin miembros superiores cuya única opción
razonable, la única salida para los seres queridos, es la desaparición del
otrora proveedor de alimento. En la película de Ray, Satyajit Ray, el
protagonista se introduce mansamente en el Ganges, como Alfonsina Stormi en el mar,
a sabiendas de que el destino ha puesto las cartas boca arriba, y estas son
ineluctables.
Pero curiosamente, tampoco es el final, la mayor pena del
que se encuentra en la encrucijada donde el riesgo fatal es algo más que una
ostentosa premonición, el autentico final es la constatación de que todo el
esfuerzo de su vida, su vida misma, queda incompleta al no poder continuar con
su trabajo, con el cotidiano arrimar el hombro al enorme pedrusco y guiarlo
cuesta arriba un día tras otro. Es alumbrar la consciencia de que la vida ha
sido exclusivamente la posibilidad hecha realidad a través de ese magnifico
esfuerzo y de que el momento en que se aparte para dejar caer la piedra,
evitando lastimarse, solo habrá sido la fecha en que el reloj se ha parado para
él. Indemne pero inerme.
Forzosamente vuelve la imagen de las sombras proyectadas en
el fondo de la cueva, la realidad censurada que, nos obliga a sumergirnos en
ella y sin embargo se muestra esquiva cuando queremos tocarla. Nos impide
atrapar aquello que nos ofrece, y nos demuestra que el tacto es un sentido tan
ilusorio como la vista.
Y si por fortuna, las cadenas consienten en que nos asomemos
a la entrada, que vislumbremos la imagen fija del pequeño fragmento del mundo
real que queda a nuestro alcance, el tiempo, aliado inmisericorde de los
dioses, nos demostrará enseguida que la próxima ocasión en que podamos mirar
aquello que el sol convierte en sombras chinescas, o en la pantalla de plasma, solo
dejará en evidencia la impostura de una singladura con el mas terrible de los
destinos, el azaroso puerto del paraíso, aquel que solo existe en nuestra
imaginación.
Hasta esa posibilidad remota de que nuestra mirada vuelva a
contemplar la maravilla intangible, la felicidad soñada, queda rápidamente yugulada
por el amo del reloj, el que nos hace ver que lo que ves ahora ya no es lo que
viste antes, que quizás solo haya sido un sueño aquello que recuerdas con
fruición, los restos del mástil a los que te sujetas desesperadamente, a
sabiendas de que ni tan siquiera este es de madera fetén, tan solo una pieza de
plástico y aluminio que en cualquier momento se entregará dócilmente al fondo
marino, haciéndote ver lo insignificante de tus pretensiones, eso que tu
entiendes como supervivencia.
(1).- Aniversario de la marcha de Albert Camus. Quién tenía perfectamente conjurada la maldición/bendición de la piedra eterna, no contaba en absoluto con la presencia del arbol.
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