lunes, 13 de mayo de 2013

UN CALEIDOSCOPIO.- (NUDO).






Y es precisamente esa imagen, ese paisaje enmarcado en el portal de John Ford, en el que vemos alejarse al tío Ethan, o en el rostro inmaculado de aquella joven cuya sonrisa te hizo soñar con el horizonte que presumiste existía oculto tras los árboles, intuido al fondo del valle que se iniciaba tras las rocas que cerraban el sueño.
Es esa diapositiva, a la que ya no puedes despojar de sus manchas, partículas de polvo, o de la degradación de sus colores originales, sin correr el riesgo de que se pierda para siempre, de que su ropaje impresionista vaya acentuándose hasta limitarse a representar tonos ocres y azulados tras la niebla, un Turner inacabado en un viaje de vuelta hacia el lugar de la pared en que ahora las sombras parecen mas estáticas, más siniestras y fantasmagóricas que nunca.

El moderno protagonista de esta vida soñada, tiene la libertad de elegir. A pesar del delito cometido contra vosotros naciendo, los dioses son magnánimos, en caso contrario no lo serían –dioses-, y permiten a Segismundo que, desde su torre para unos, cueva para otros, decidan si continuar con la contemplación de la vida falsa y ajena proyectada en la pantalla de su salón, o bien intentar asomarse una vez más a la ventana, intentar recuperar, o recomponer el juego de luces y sombras, de figuras y colores en los que una vez basó su afán.  

El libre albedrío según Calderón, la incapacidad humana para discernir entre apariencia y realidad según Platón, nada nuevo aparentemente. Pero si continuamos vivos es porque seguimos empujando la piedra cuesta arriba, y la esperanza de seguir haciéndolo, de poder hacerlo, es la que nos sugiere continuamente ideas para intentar una escapatoria, seguir creyendo que podremos conseguirla, y poder conjurar la evanescencia con que nuestra memoria ha guardado aquella imagen nítida de entonces y que ahora solo parece un fantasma pixelado de difícil reconstrucción.
Aceptamos, que nuestros ojos no son los mismos de entonces y que difícilmente lo será el panorama perdido, el Shangri-La de nuestras fantasías adolescentes;  pero no nos rendimos, como no lo hace el Sísifo de Camus, ni nadie que pretenda seguir vivo. Y si bien las fuerzas, el deposito de combustible ya no está lleno,  no podemos pretender tampoco subirnos en el tren de largo recorrido – Long train runnin, me encanta la canción de The Doobie Brothers - tampoco cerraremos el mapa.
Supongo que las soluciones no figuran en manual alguno. Y que probablemente no exista una guía de supervivencia para estúpidos, "Survival for dummies", por lo que será valido e impagable cualquier intento individual al respecto. 

Aquí como en gran parte de las circunstancias vitales, no sirven las soluciones colectivas, al fin y al cabo el trabajo, las necesidades fisiologicas y afectivas, y la lucha cotidiana contra el piélago de calamidades, son absolutamente intransferibles, por más que Segismundo, Sísifo, o el mismísimo príncipe de Dinamarca pretendan arrogarse la exclusiva y que la generalicemos con sus nombres.
Afortunadamente, y no por desgracia, las penas son de los hombres, las vaquitas son ajenas, como bien cantaba Yupanqui.
Y como no me rindo, repito para intentar convencerme de ello, llevo tiempo buscando una solución, a mi alcance, para este tremendo problema.


 Comencé, intentando seleccionar ciertas secuencias, extraídas  de la cinemateca universal en las que pude imaginar el intento del autor de encontrar el talismán que yo buscaba, la piedra filosofal que podía convertir la proyección de una película sobre una pantalla rectangular en la imagen perseguida por tantos. Ya en Soylent Green  - traducida como “Hasta que el destino nos alcance”, demostrando que no solo nos alienamos con las imágenes, también con las palabras - vemos a Edward G. Robinson entrar en la sala donde pasaría sus últimos minutos contemplando el paisaje ante el que desaparecen todos los temores, y el suyo, el de su final, era absoluto. Pero no nos permiten entrar con él, y solo intuimos que existe el santo grial que andamos persiguiendo y que su búsqueda es, en cierto modo, si no universal, al menos compartida. 

 


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