miércoles, 10 de julio de 2013

LECTURAS PÓSTUMAS.-




Lecturas póstumas.-

O el por qué los gorriones se estrellan en mi parabrisas.

 

Conste que voy despacio, que con 1300 cc. en las carreteras secundarias de un país en crisis, y con la mirada intermitente sobre el consumo medio o instantaneo del motor, no estoy en situación de emular a nuestros campeones.
Y,  a pesar de que todavia no me hayan multado por ello, por ir despacio, o por distraerme con algo tan estúpido como litro más o litro menos, se que es punible.

De hecho toda conducción , por acción u omisión es punible, risible en un mundo donde la infracción, como el pecado original, nos viene asignada con el permiso de conducir, y el solo hecho de usarlo, de vivir en suma, nos hace acreedores de la pena, de pagar, de seguir haciendolo hasta el fin de nuestros dias, perplejos ante los delitos ajenos , pecados reales, no heredados del bautismo, y su impunidad.
Como si viviesemos en un mundo virtual, paralelo, donde las reglas del juego (Renoir) son cambiantes, instantanea e inevitablemente modificadas , según quien maneje la pelota en cada momento.

Revisaba mentalmente las sanciones, pagadas todas sin recargo, es decir sin rechistar, a lo largo de mi carrera de asesino de pardales – algún perro tambien se ha enredado con el palier, la verdad – a lo largo de unos quinientos mil kilometros, (para dar consistencia al ensayo clinico, que exige un cierto numero de casos para gozar de credibilidad), y se me hacia evidente que dos de cada tres multas, eran absolutamente injustas, a la par que ponian de manifiesto mi indefensión para este tipo de justicia rapida, como la del juez Roy Bean en el western ( Entre Paul Newman y Walter Brennan, resulta dificil la elección) solo que basada  en el pronto pago, en la recaudación, al fin y al cabo.

Multas por no llevar la matricula, de tamaño reglamentario en la rueda delantera de la moto,  por conducir con las luces apagadas a las doce del mediodia, bajo « una intensa lluvia » imaginada por el agente y corroborada por su compañero y testigo de cargo. Testigo habitual en las sanciones, como en su acepción seminal , en tandem para producir la semilla, del mal en este caso, y sin que puedan atribuirse en propiedad la autoria del daño, tan solo la de colaboración necesaria en el delito.

A veces, hasta me han dado a elegir amablemente el tipo de infracción que iba a aceptar, entre dos ficticias, entre el sainete y el esperpento, entre Alvarez Quintero y Valle, y yo en medio, disfrutando del paisaje que me ha tocado. 

 

Y sin embargo los pajaros se lanzan a cruzar la carretera, inician el vuelo en el momento que más daño pueden hacerme, rompiendome el corazón tras cada impacto, y dejandome la sensación del que abandona sin socorrer a la victima de su error. Vuelve el mal rollo de la culpa, y luego dirán que es cultural el pecado. Universal resulta la pesadumbre sobre los propios errores, incluso de aquellos que no lo fueron a priori, sino que desembocaron accidentalmente en daño ajeno. Pero, al parecer, algunos tienen el crimen por oficio – los anglosajones llaman crimen a cualquier falta, incluso la de la misa domical, y me dan envidia – y estan exentos de los cargos de conciencia, los peores cargos.

Solo que el gorrión, el pardal, soy yo en este caso, y me estrello una y otra vez en el espejo donde intento encontrar algo en lo que creo firmemente, a pesar de estar avisado sobre su inexistencia. Las ediciones postumas de ciertos libros que sus autores, no quisieron publicar en vida. Cuando no la correspondencia, las invitaciones de boda, o los recibos de la compañia electrica del escritor consagrado.
Pero veo el volumen exquisitamente editado, en la colección que alegra y fortalece mi biblioteca, con la magnifica portada, derechos reservados , de la agencia tal y el prologo del crítico cual, y no me puedo resistir.

Sebald y su « Campo Santo ».

!Por favor!, que no aparece ninguno a lo largo de sus páginas, y mira que es sugerente la trampa. Ni los abuelos corsos que aparecen en la foto con sus chalinas y chambergos de hace dos siglos por lo menos, tienen nada que ver con  la media docena de ensayos sobre literatura alemana de los setenta, de los airados Kluge, Boll y adlateres, y de las meditaciones de Sebald sobre la redención moral de una Alemania en forma de reparación que, afortunadamente ni los acreedores ni ella misma exigieron en ningun momento.
Claro que, después de « Vértigo » y sobre todo de « Austerlitz » uno queda subyugado por la brillantez en la exposición indirecta, comme il faut, de esas pequeñas anécdotas, grandes pero bellisimas masacres morales, que la mirada de un apátrida culto, deja caer sobre la Europa que le ha tocado en el reparto vital..

Inevitable volver a él, aunque sea dejándome las plumas en el parabrisas otra vez. Sucede que muere precozmente, como Camus, conduciendo un auto, seguramente de mayor cilindrada que el mio, y que los comerciales del papel impreso saben con certeza que cualquier borrador que aparezca en su escritorio, con o sin sello de la testamentaria, va a tener salida en las librerias.

Otro caso igual, solo que ciertamente más placentero, me ha sucedido con el penultimo Bolaño, a pesar de que no muriese en accidente de tráfico, y por tanto, no puedan culparme de ello los agentes de Farenheith 451. (Bradbury, que ya lo intuyó que me iba a suceder).

« Los sinsabores del verdadero policia ». Bolaño.

Pasamos que el editor nos cuente la historieta de que el policia en cuestión es el lector, o que nos confiese que son fragmentos que ha ido apilando hasta rellenar el numero mágico de trescientas páginas , o incluso la revelación, de la confidencia que el autor le hiciera , sobre que esta era realmente « su »  novela, la de su vida, con todo el morbo que eso añade al lector que esté sediento de ese tipo de veleidades. 


No obstante, lo pasamos, lo perdonamos, lo pagamos, y ciertamente lo disfrutamos.

En este caso, doy por bueno que en el nombre de Bolaño nos vuelvan a vender textos ya publicados con otros títulos, en ese puzzle en que han convertido su obra, en el que tan dificil resulta distinguir el texto original, del repetido en una o hasta dos publicaciones anteriores, pero que una vez sumergidos en la segunda página, cuando no en la primera, nos atrapa otra vez la prosa del colega dispuesto a divertirnos, a deslumbrarnos con el relato de aquello tan cercano para nosotros, que pasó o que pudo pasar, y cuya proyección literaria, imaginación y humor de Roberto mediante, nos llena de satisfacción a los pajarillos que hemos iniciado el vuelo por el calor de los primeros dias del verano, calor que nos desorienta a la vez que nos exige elevarnos para intentar acercarnos al aire fresco, a la lectura aplazada durante largos y oscuros meses, y que da por bueno el que alguna que otra vez nos estrellemos, incluso  contra la luna de un biscuter.

 (Este, el biscuter es de Vazquez Montalban. El pardal, el German Areta de « El Crack » la película de Garci, con la  última aparición de Bodalo, grandísimo actor). 


        «(no me gusta) la unanimidad sacerdotal, clerical, de los comunistas. Siempre he sido de izquierda  y no me iba a hacer de derechas porque no me gustaban los clérigos comunistas, entonces me hice trotskista. Lo que pasa que luego, cuando estuve entre los trotskistas, tampoco me gustaba la unanimidad clerical de los trotskistas, y terminé siendo anarquista [...]. Ya en España encontré muchos anarquistas y empecé a dejar de ser anarquista. La unanimidad me jode muchísimo.»
Roberto Bolaño[

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