jueves, 18 de julio de 2013

MASA Y PODER – ELIAS CANETTI.- (LA PELÍCULA).


Tiempos mezquinos, estos...




.. cuando el nivel del confort, extendido a toda la sociedad, ha superado el listón del bienestar que nuestros padres, ni que decir nuestros abuelos, considerasen utópico, imposible. No contábamos con que el ascenso era irrefrenable, sin alarmas ni válvulas de seguridad que limitasen el volumen de placer/pecado que íbamos alcanzando.

Ni mucho menos que esa situación, era en gerundio, en la parte inicial, la optimista de una curva de Gauss, que obviamente iba a continuarse con un limitado momento de estabilidad, de falso equilibrio, para iniciar el descenso desde el que, de pronto, observamos con total lucidez, la obscenidad, el despropósito identificado con el derroche barroco – horror vacui – en el hemos estado sumergidos hasta hace bien poco.

Mirando hacia atrás, sin ira cuanto más atrás, se comprenden mejor ciertas situaciones increíbles, imposibles, salvo en ciertos pasajes bíblicos.

Nos negamos a aceptar que las aguas del Mar Rojo, se abriesen para dejar pasar al pueblo elegido, salvo que la magia sea escenificada por Charlton Heston, y aun así buscamos el truco, los efectos especiales de Hollywood que, mira por donde, son insignificantes comparados con los ¡Hale Hop! De la Historia.

¡Nada por aquí y nada por allí!.

Vale, vale. Que el pueblo elegido, unos cuarenta mil, deambulen durante cuarenta años por el desierto, hasta alcanzar la tierra prometida, y terminen convertidos en quinientos mil, sigue siendo dogma de fe para ese pueblo. Y para los demás, un relato trasnochado con el que asombrar al auditorio infantil. Puede ser.

Aunque no estaría de más, repasar uno por uno esos pasajes, prohibidos en nuestra infancia por aquello de que todo lo sucedido a la humanidad hace más de, exactamente dos mil trece años, es discutible, irreal, cuando no un patraña.

Un curioso límite temporal a la memoria colectiva que nos deja huérfanos de tradiciones milenarias como las procesiones de los politeistas, o las corridas de toros como ofrenda litúrgica a la diosa Mitra, que no recuerdo si era chico o chica, pero que tampoco importa.



Olvidamos lo que no deberíamos olvidar y, en vista de la parte del tobogán en que nos encontramos, yo no descartaría episodios tan interesantes como el diluvio universal –en el que todos y cada unos seremos nuestro Noé, no preocuparse- o el de Sodoma y Gomorra, para la que no he conseguido encontrar subtítulos, a pesar de que, dicen, sea una de las peores películas de Robert Aldrich, o de que Stewart Granger no diese precisamente el tipo del dechado de honestidad al que los dioses deciden salvar de la quema, y de la salazón.

Y hay más, centenares de historias divertidas y sobre todo formativas para aquello del espíritu nacional, que tampoco sirvió de gran cosa, la verdad.

Creemos saberlo todo y, lo que es peor, no molestarnos siquiera en comprobarlo, convencidos de que el conocimiento está a nuestro alcance inmediato, en la red, en las bibliotecas – en franca decadencia, sobre todo al constatar que su metamorfosis en lector de libro electrónico solo ha engendrado la universalización del peor enemigo de la cultura universal, el best seller- o en los bustos parlantes con corbatas demoníacas y falsas rubias con o sin mechas, que son la antitesis de los misioneros, benditos ellos, que infundían el temor de dios, cuando no el terror, en los sermones ignacianos, alimento espiritual y promesa de futuro más o menos lejano, cuando no existía la tele todavía.

Los predicadores de telediario, mienten igualmente, pero buscan nuestro mal en lugar de nuestro bien, y de manera inmediata, sin esperar a la otra vida.


Lo lamentable es que la actitud colectiva no ha cambiado un comino, la pasividad absoluta, el verlas venir con resignación, y el limitarnos a cambiar el nombre y el atuendo de los demonios de antes por los de ahora.

El conocimiento, en estos tiempos mezquinos, en los que los únicos mezquinos somos nosotros, en el que el tiempo sigue siendo tan solo la cuarta dimensión de un universo que prácticamente desconocemos, pretendemos adquirirlo por aquel procedimiento extraordinario, tan cómodo y tan frecuente en la Biblia, llamado revelación.

Un solo y breve párrafo, mejor una línea única, preferiblemente con cuatro o cinco palabras a lo sumo, es todo lo estamos dispuestos a escuchar, mucho menos a leer.

Y por ello, esa avidez por el desconocimiento colectivo será colmada, sin esfuerzo, por pequeños, breves flashes, mejor en la pantalla televisiva, o en las pequeñas de las tabletas y móviles, donde otro hijo espúreo de la incultura, las redes sociales tiene la hegemonía.

De hecho, solo estoy intentando rechazar la acusación de algún seguidor de estas notas, del “hay que vivirla”, sobre la ininteligibilidad de alguna de ellas. La aparente dispersión de las ideas que pretendo anotar.



Desconozco si podría ser más explicito, Elías Canetti – antes Cañete- lo es. En las seiscientas páginas de “Masa y poder” que estoy disfrutando estos días, resulta absolutamente diáfano y cómplice con el lector , quien la mayoría de las veces no aprende nada nuevo , tan solo comprende realmente algo que intuia desde hace mucho tiempo, prácticamente desde que comenzó a pensar.

Lo hace extremadamente fácil, inteligible, pagina y media por cada idea, en cucharadas gustosas y asimilables.

Tan solo una pequeña observación - no me voy a reprimir- la de que le llevó veinte años de su vida, semejante tarea; y lo que es peor, o mejor, que el lector necesitará el doble de tiempo, vividos con cierta intensidad, previos a que su lectura consiga iluminar su alma, antes llamado intelecto.

Lo de las revelaciónes, los flashes, o la literatura de los minicuentos, no tienen lugar desgraciadamente, ante la complejidad del ser humano.

Los filántropos, los optimistas o los amigos de quemar hierba envuelta en finísimo papel de arroz, insisten en lo beneficioso que resulta el llegar al fondo, al límite inferior de la decadencia, para de ese modo volver a resurgir cual ave fénix.


Obnubilados, sin duda, por los efluvios ambientales y por la comodidad de las frases hechas, ignoran que ese pasaje no viene en el libro sagrado y que, resulta difícil, imposible, conocer donde está el fondo hasta que se logra salir de él, que no es el caso. Insisto en que manda el gerundio, descendiendo, en la parte más incomoda de la curva, y sin la certeza de que esta sea sinusoidal, armónica, o como sea aquella que se repite periódicamente, que tiene un ascenso inmediato, y por supuesto prolongado, justo inmediatamente después de haber tocado el suelo.

Si bien , los pesimistas y agoreros, como el que suscribe, debemos aceptar que esto de los ciclos ya sucedía en el Egipto de los faraones, Nilo arriba, Nilo abajo, y que a fin de cuentas todo, o casi todo, está escrito.



Solo que a veces la lectura implica un esfuerzo complementario al de saltar líneas o páginas, y si Elías Canetti utiliza seiscientas para intentar explicarnos aquellos episodios antiquísimos y olvidadizos, los del siglo pasado, solo podremos comprender la causa de los mismos, mejor dicho, intentarlo, si admitimos o digerimos, en medio de una, al menos liviana, discrepancia, la vitalidad de esas ideas, su permanencia a lo largo de los siglos, desde que tenemos constancia escrita de ellos. Desde ayer tan solo.



Seguiré con ello, y si sobrevivo, os lo resumo, lo prometo.



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