Aliki, mi amor.-
Por una sonrisa un cielo
Por un beso…
¡Yo no sé, que te diera por un beso ¡
(Gustavo).
Es algo inevitable, una trampa de la naturaleza,
absolutamente reconfortante, para la que no tenemos antídoto.
Desde ese momento en que abandonas la niñez y que,
curiosamente, viene marcado por el primer enamoramiento, en el que encuentras
un nuevo y extraordinario aliciente para
soportar las impertinencias de lo que viene después.
Ya no me atrevo a reírme, sarcásticamente, es decir con
ganas de hacer daño, de los que se enamoran de la imagen de alguna virgen o de
la de algún santo. Dicen que el San Luis
gozaba (y también gonzaga) de gran devoción por lo bonito que era.
Aunque cuando estuve en su pueblo, saqué la conclusión de que padrinos no le
faltaron al niño, y así no vale.
Pero … uno es de carne y hueso también y, por tanto,
absolutamente entregado a la idolatría, adoración de las efigies, profanas en
mi caso, que contemplaba desde muy temprano en la pantalla – por entonces no
había pantalla grande ni pequeña pantalla, solamente pantalla, éramos pobres- y
quedaba prendado, hechizado de aquellas que mi subconsciente hacia compatibles
con la adoración nocturna – nada que ver con la homónima de los feligreses
parroquiales- es decir de las que un
adolescente encontraba más próximas y asequibles, al menos en cuanto a edad.
Las voluptuosas
estrellas del cine adulto, quedaban asociadas a las mujeres malvadas, a las
meretrices -palabra que sigo sin
descifrar- o bien a las esposas o madres de los protagonistas, dignas de
respeto pero nunca de devoción, que como bien sabéis es otra cosa.
Por otra parte, las más cercanas geográficamente, las niñas
prodigio nacionales, eran un auténtico coñazo ante su ilimitada y profusa
insistencia; además de que físicamente tampoco me resultaban seductoras. Raro
que es uno, pero ni Marisol, Ni Ana Belén, Ni Rocío, ni las Pilimilis, me han
gustado nunca; a pesar de que por sonrisas, saltitos, o coplas cuchifritas –
solían ser versiones de otros artistas- no quedaba la cosa. Casi me ponía más
la sonrisa bobalicona de la Isabel Garcés, la abuela de todas ellas. Tiempo de
pipas, precursoras de las palomitas de ahora.
Por eso cuando la vi en la pantalla, a ella, cuando me miró
sonriendo y cuando siguió haciendo gazmoñerías, desplegando toda la coquetería
que una chica puede atesorar, que evidentemente dirigía , exclusivamente
hacia mí, no pude hacer otra cosa que entregarme.
¿Cuántas veces vi “Aliki en el colegio” y “Aliki en la
marina”?. Todas las que pude. En el programa doble del sábado y el domingo, en
la matinal que proyectaban en la casa del obispo – era cinéfilo, también- y en
la sesión de repesca en el cine del internado. Todas las veces que pude, hasta
impregnarme del mensaje que no dejaba de enviarme, con aquella mirada un mundo,
con aquella sonrisa un cielo.
Por si no fuese suficiente el germen que inoculaba a mi
inexperto corazón, al poco tiempo me dieron la dosis de recuerdo. Pusieron, que
no estrenaron, la versión española de “I
liza kai i allí” su siguiente película, cuyo argumento “A rich girl leaves her family to avoid
marrying the person her father has chosen for her. Her father offers a reward in order to find her
and an other girl that looks exactly as her is ...” era idéntico a los de las hispanas
niñas prodigio –no sé si lo correcto sería decir prodigias, disculpad - y que
en todo caso me hizo ver, entrever más bien, que aquella chica tenía una
cualidad diferencial, aparte de la grieguitud –lo que en aquella época no era
todavía algo ominoso – y es que, aunque yo todavía no fuese del todo consciente,
la chica estaba maciza.
Luego pasó lo de siempre, la distancia es el olvido, y los
distribuidores dejaron de traer películas suyas, no sé si por imposición de los
productores, más o menos proxenetas de las chicas de aquí, o por imposición
directa de los que manejaban la “Calificación moral de los espectáculos” que no
veían nada censurable en la blancura de aquellos argumentos pero que
consideraban a las chicas como Aliki, algo absolutamente reprobable. Mi amor.
Snif.
Curiosamente la película que hizo después fue “Aliki, my
love”. De la que solo el título conozco, y me parece confirmar que la hizo
también para mí.
Despues vienen las cosas de la vida, del tiempo que pasa y
de ese grandísimo hideputa – los escritores del boom lo escribían así, y nos
parecía correcto- que es el azar.
Más o menos veinte años después, long time ago, como en los
cuentos, me encuentro haciendo tiempo en el aeropuerto de Atenas, en el
internacional, dando pasos para calmar los nervios de un vuelo delayed, de esos
que se vuelven eternos, y encuentro al volver una esquina a una señora rubia, esplendida
todavía, maqueada y vestida con ropas tan caras como desafortunadas – aunque es
una apreciación personal, la mayoría de los vestidos de diseño exclusivo, me
producen urticaria conjuntival – y acompañada de una dama “de compañía”, de un
amago de la Garcés de antes. Algo extraño, inusual, pero razonablemente
asumible en el entorno de un aeropuerto donde uno se encuentra realmente fuera
de lugar.
Más extraño aun fueron los segundos, se me hicieron minutos
eternos, en que me dirigió la mirada, me sonrió, me volvió a sonreír, y me dijo
con la voz del alma eso que tanto duele a quien lo pronuncia
- ¿Pero es que ya no
te acuerdas de mí?
- Y .. la verdad es que no.
Puse cara de circunstancias, de
reconocer que me encontraba ausente de aquel sentimiento que intentaba
transmitir y que no pocas veces he recibido en vano de aquellos famosos-as que
me han saludado solicitando, supongo,
complicidad y reconocimiento con la notoriedad que creen poseer y que,
desgraciadamente, no tiene saldo en la parte de acá, la del que suscribe.
Además su aspecto me resultó comparable, con la distancia
que marcan la diferencia en la estatura y el color del pelo, con otra paisana,
también adicta al corsé y a los afeites, pero que nunca me hizo tilín, la
verdad, la Montiel.
Me quedó el disgusto de haber rechazado, injustamente
supuse, a alguien cuya mirada y cuya sonrisa eran extraordinarias, aunque
incomprensibles para un turista rumbo Mikonos.
Ha tenido que pasar el tiempo, volver a hacerlo, otra pila
de años, para que la reconociera. A mi Aliki Vougiouklaki.
Y resulta, como de costumbre,
demasiado tarde para decirle las frases banales de siempre, las preguntas cuya
respuestas ni esperas ni te interesan, el cómo estàs y el que ha sido de tu vida,
sin la menor posibilidad de volver a navegar en la profundidad de sus ojos
verdes - el cine era en blanco y negro,
quizás esa fue la causa- y volver así a los catorce años.
Me queda el regusto, la sospecha, no sé si la revelación, de todo tiene el asunto, de que esta relación amorosa,
tan universal – no invento nada, supongo - como desgraciada; no haya sido otra
cosa que la sombra del argumento, quizás solo los títulos, de una docena de
boleros. Al final va a resultar que la vida es solo eso, un bolero.
“Aquellos ojos verdes, Ansiedad, Perfidia, La nave del
olvido, Miénteme, Nunca más, Estoy decepcionado, Sin ti, Amor fugaz, Toda una vida, Y…, Quizás, quizás,
quizás”.
Que tiempos.
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