jueves, 7 de noviembre de 2013

SEÑAS DE IDENTIDAD I .-






El Santo patrón.

Esto de las tradiciones, por muy templado que sea uno, puede llegar a provocar pesadillas justo al despertar. En ese instante entre dos luces, cuando la consciencia intenta apartar las tinieblas, las telarañas en que ha estado sumida en la no existencia del descanso nocturno.
En ese momento existe un amago de lucidez, que aunque infinitésimo en su duración –inmediatamente el cuerpo se levanta hacia el baño y la mente, aún ofuscada, va con él - obliga a cuestionarse cualquier indicio sospechoso en cuanto a su capacidad para amargar el resto del dia, el dia completo.

Y ahí se encuentra uno los tópicos de siempre, las zapatillas y el despertador, las gafas y el reloj, como objetos imprescindibles que se acoplan a su anatomía, igual que lo hacen otros, igualmente extrínsecos, a su esquema vital, a sus condicionantes sociales y a los esquemas identitarios de su propio país. Y todos tenemos alguno, país, como primera imposición personal.
Los demás vienen a continuación, el nombre, los apellidos…

Resulta que el nuestro, país, tiene un santo patrón, como casi todos, mediante el cual, la religión establece un marco, -asumido sin la menor oposición, por su aparente inocuidad, supongo - en el que el passepartout de la imagen colectiva lleva incorporados desde tiempos inmemoriales para algunos, y bastante más concretos en cuanto a su datación, para otros, los nombres del patrón, y de  la patrona, santos ambos, y además virgen ella, sobre la que no vamos ni podemos abundar, porque ya nos costó la pérdida del imperio y no es cosa de que ahora me cueste la del pelo, poco y escaso a estas alturas.

El patrón de España, no es otro que Santiago Matamoros, el invocado por el Capitán Trueno antes del inevitable cuerpo a cuerpo con el infiel, que siempre acaba yacente y atravesado por la espada del héroe o la lanza del santo, que suele hacerlo desde su caballo en toda la iconografía relevante al respecto. Véase la de la catedral de Burgos, capilla dedicada al titular, protector de la unidad territorial entre otras discutibles tradiciones.

Obviamente, ese señor que cada mañana se me sube a la chepa en cuanto salto de la cama – curiosamente con los años se hace más cómodo saltar de la cama que hacerlo poco a poco, que requiere movimientos bastante más complejos y una pérdida de tiempo irrecuperable-  se me hace absolutamente anacrónico y peligroso, por más que sea muy santo - no entro a discutirlo - o que la tradición –otra santa, para algunos- así lo haya impuesto desde tiempos inmemoriales, que tampoco lo son salvo para los desmemoriados, ya digo.
Pero es que, además, el asunto de los moros en el mundo globalizado este, requiere un andarse con cuidadin, cuidado. No es solo el peligro de exponerse a recibir una justificada galleta por quien se sienta ofendido, sino que enarbolar a estas alturas el pendón medieval con el santo en su caballo, pateando y desmembrando musulmanes, me parece, aparte de demostrar muy mal gusto, una actitud moralmente reprobable, una agresión injustificada a los creyentes de medio mundo, o al menos de cierta parte  del mundo, ultimamente molesta, hay que reconocerlo (observad los resultados de la censura y el torpe manejo del pshotoshop sobre la segunda imagen).

Hay otra razón que me induce a desarrollar la tesis de hoy, la del necesario e imprescindible cambio de titularidad en el santo patrón. Y es la de encontrarme con el auténtico, el genuino, el inimitable santo de la realidad española, al menos de la que me ha tocado conocer en mi corta vida, aunque mirando hacia atrás, sin ira, sin acritud como diría Felipe, podría firmar los últimos doscientos años bajo el sacrosanto patrocinio del inefable que veo cada mañana en cuanto consigo descabalgar de mis hombros al matamoros.

No es otro, y bien lo sabéis, que San Dimas. Para que vamos a engañarnos durante más tiempo. Lo tenemos en la primera plana de todos los noticiarios y todos los días del año. Sale indemne de todos los juicios, de todas las acusaciones, incluso de las peores, las mediáticas según dicen los que prefieren que el santo ni llegue a pisar los juzgados. Está reproducido simultáneamente por toda la geografía española, como cierto personaje de las mil y una noches, demostrando que su capacidad milagrosa es probablemente ilimitada, y lo mejor de todo, - hecho incluso reconocido por los agnósticos -  es que no ha matado a nadie, no ha tenido necesidad de hacerlo. 
Tan solo la de robar para hacerse con un buen nombre y con cierto prestigio, hasta conseguir estar considerado como y desde entonces, dos mil años, indiscutibles en esta ocasión, y tan solo con la pequeña bula, con el salvoconducto político en la mano, y la oportunidad de plantar su cruz – todos tenemos cruz, no solo los santos- en el lugar más adecuado, recibir un ligero adjetivo  “buen”, que antepuesto a ladrón, hace milagrosamente otra vez, cambiar el sentido de las palabras.





“El buen ladrón”  Ya no es un ladrón, no lo será nunca, el buen ladrón es un santo, San Dimas, y es el patrón inequívoco de nuestro país, por más que en su modestia, consiga la opacidad de sus cuentas bancarias, la dilución de propiedades entre sus fieles familiares, y tan solo nos muestre las inevitables corbatas tornasoladas y los ternos  principescos imprescindibles para vestir santos.
San Dimas, es el auténtico patrón, no le demos más vueltas. El ladrón convertido en santo y por tanto intocable. Lo veo todos los días ya digo, bajo cien nombres y cien cargos –públicos o semipúblicos- diferentes, y su impunidad, signo inconfundible de  santidad, la acepto como insignia patria que deberá figurar en lo más alto del mástil. De hecho me lo encuentro todas la mañanas en el espejo, por detrás de mi hombro, al afeitarme, y doy gracias de que solo sea ladrón, que solo ataque al septimo mandamiento, de momento.

P.D. (Hoy, surtidos).

1.- Las señas de identidad de Goytisolo son, evidentemente, otra cosa. O quizás no sea tan evidentemente, o quizás no sean tan otra cosa. Juzgarlo vosotros.

2.- El monopolio del que presumen en Fuentesaúco sobre  el buen garbanzo y el buen ladrón “De Fuentesaúco son”, es  falso, en cuanto la afirmación no es excluyente para otros territorios, aunque en lo de los garbanzos tienen algo de razón.

3.- “Loor a San Dimas, nuestro patrón”, es el título frustrado de una magnífica película, de Berlanga, a la que la censura obligó a titular “Los jueves Milagro”. El tiempo ha dado la razón a este anarquista que militó en la división azul, y ha puesto en evidencia que los milagros, los de San Dimas, en modo alguno se limitan a los jueves. De hecho este buen santo, perdón, buen ladrón, no descansa en su ministerio, en  su sagrado latrocinio, ni los domingos, ni las fiestas de guardar. Como debe ser.

Y 4.- Por lo que respecta a los amantes del camino, Le Chemin de Saint Jacques, y los pulpos compostelanos – que por cierto es una ciudad de interior- deben tener la seguridad de que su afición no tiene el menor riesgo de desaparición aunque reconozcamos al auténtico patrón de España en el venerable San Dimas. La Vía Láctea sigue ahí arriba, y aunque no voy a repasar ahora la de Buñuel, si debo reconocer que tengo algunas cajas de botellas con ese nombre, procedentes de Rioja, que van a reconfortar mi espíritu las próximas semanas. 

Hasta que vengan tiempos mejores, esperándolos estamos, no es una mala terapia.
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