
El Santo patrón.
Esto de las tradiciones, por muy templado que sea uno, puede
llegar a provocar pesadillas justo al despertar. En ese instante entre dos
luces, cuando la consciencia intenta apartar las tinieblas, las telarañas en
que ha estado sumida en la no existencia del descanso nocturno.
En ese momento existe un amago de lucidez, que aunque
infinitésimo en su duración –inmediatamente el cuerpo se levanta hacia el baño
y la mente, aún ofuscada, va con él - obliga a cuestionarse cualquier indicio
sospechoso en cuanto a su capacidad para amargar el resto del dia, el dia
completo.
Y ahí se encuentra uno los tópicos de siempre, las
zapatillas y el despertador, las gafas y el reloj, como objetos imprescindibles
que se acoplan a su anatomía, igual que lo hacen otros, igualmente extrínsecos,
a su esquema vital, a sus condicionantes sociales y a los esquemas identitarios
de su propio país. Y todos tenemos alguno, país, como primera imposición
personal.
Los demás vienen a continuación, el nombre, los apellidos…
Resulta que el nuestro, país, tiene un santo patrón, como
casi todos, mediante el cual, la religión establece un marco, -asumido sin la
menor oposición, por su aparente inocuidad, supongo - en el que el passepartout
de la imagen colectiva lleva incorporados desde tiempos inmemoriales para
algunos, y bastante más concretos en cuanto a su datación, para otros, los
nombres del patrón, y de la patrona,
santos ambos, y además virgen ella, sobre la que no vamos ni podemos abundar,
porque ya nos costó la pérdida del imperio y no es cosa de que ahora me cueste
la del pelo, poco y escaso a estas alturas.
El patrón de España, no es otro que Santiago Matamoros, el
invocado por el Capitán Trueno antes del inevitable cuerpo a cuerpo con el
infiel, que siempre acaba yacente y atravesado por la espada del héroe o la
lanza del santo, que suele hacerlo desde su caballo en toda la iconografía
relevante al respecto. Véase la de la catedral de Burgos, capilla dedicada al
titular, protector de la unidad territorial entre otras discutibles
tradiciones.
Obviamente, ese señor que cada mañana se me sube a la chepa
en cuanto salto de la cama – curiosamente con los años se hace más cómodo
saltar de la cama que hacerlo poco a poco, que requiere movimientos bastante más
complejos y una pérdida de tiempo irrecuperable- se me hace absolutamente anacrónico y
peligroso, por más que sea muy santo - no entro a discutirlo - o que la
tradición –otra santa, para algunos- así lo haya impuesto desde tiempos
inmemoriales, que tampoco lo son salvo para los desmemoriados, ya digo.
Pero
es que, además, el asunto de los moros en el mundo globalizado este, requiere un andarse
con cuidadin, cuidado. No es solo el peligro de exponerse a recibir una
justificada galleta por quien se sienta ofendido, sino que enarbolar a estas
alturas el pendón medieval con el santo en su caballo, pateando y desmembrando
musulmanes, me parece, aparte de demostrar muy mal gusto, una actitud
moralmente reprobable, una agresión injustificada a los creyentes de medio
mundo, o al menos de cierta parte del
mundo, ultimamente molesta, hay que reconocerlo (observad los resultados de la censura y el torpe manejo del pshotoshop sobre la segunda imagen).
Hay otra razón que me induce a desarrollar la tesis de hoy,
la del necesario e imprescindible cambio de titularidad en el santo patrón. Y
es la de encontrarme con el auténtico, el genuino, el inimitable santo de la
realidad española, al menos de la que me ha tocado conocer en mi corta vida,
aunque mirando hacia atrás, sin ira, sin acritud como diría Felipe, podría
firmar los últimos doscientos años bajo el sacrosanto patrocinio del inefable
que veo cada mañana en cuanto consigo descabalgar de mis hombros al matamoros.
No es otro, y bien lo sabéis, que San Dimas. Para que vamos
a engañarnos durante más tiempo. Lo tenemos en la primera plana de todos los
noticiarios y todos los días del año. Sale indemne de todos los juicios, de
todas las acusaciones, incluso de las peores, las mediáticas según dicen los
que prefieren que el santo ni llegue a pisar los juzgados. Está reproducido
simultáneamente por toda la geografía española, como cierto personaje de las
mil y una noches, demostrando que su capacidad milagrosa es probablemente
ilimitada, y lo mejor de todo, - hecho incluso reconocido por los agnósticos - es que no ha matado a nadie, no ha tenido
necesidad de hacerlo.
Tan solo la de robar para hacerse con un buen nombre y
con cierto prestigio, hasta conseguir estar considerado como y
desde entonces, dos mil años, indiscutibles en esta ocasión, y tan solo con la
pequeña bula, con el salvoconducto político en la mano, y la oportunidad de
plantar su cruz – todos tenemos cruz, no solo los santos- en el lugar más
adecuado, recibir un ligero adjetivo “buen”, que antepuesto a ladrón, hace
milagrosamente otra vez, cambiar el sentido de las palabras.
“El buen ladrón” Ya no es un ladrón,
no lo será nunca, el buen ladrón es un santo, San Dimas, y es el patrón
inequívoco de nuestro país, por más que en su modestia, consiga la opacidad de
sus cuentas bancarias, la dilución de propiedades entre sus fieles familiares,
y tan solo nos muestre las inevitables corbatas tornasoladas y los ternos principescos imprescindibles para vestir
santos.
San Dimas, es el auténtico patrón, no le demos más vueltas.
El ladrón convertido en santo y por tanto intocable. Lo veo todos los días ya
digo, bajo cien nombres y cien cargos –públicos o semipúblicos- diferentes, y
su impunidad, signo inconfundible de santidad,
la acepto como insignia patria que deberá figurar en lo más alto del mástil. De
hecho me lo encuentro todas la mañanas en el espejo, por detrás de mi hombro,
al afeitarme, y doy gracias de que solo sea ladrón, que solo ataque al septimo
mandamiento, de momento.
P.D. (Hoy, surtidos).
1.- Las señas de identidad de Goytisolo son, evidentemente,
otra cosa. O quizás no sea tan evidentemente, o quizás no sean tan otra cosa. Juzgarlo
vosotros.
2.- El monopolio del que presumen en Fuentesaúco sobre el buen garbanzo y el buen ladrón “De Fuentesaúco
son”, es falso, en cuanto la afirmación
no es excluyente para otros territorios, aunque en lo de los garbanzos tienen
algo de razón.
3.- “Loor a San Dimas, nuestro patrón”, es el título
frustrado de una magnífica película, de Berlanga, a la que la censura obligó a
titular “Los jueves Milagro”. El tiempo ha dado la razón a este anarquista que
militó en la división azul, y ha puesto en evidencia que los milagros, los de
San Dimas, en modo alguno se limitan a los jueves. De hecho este buen santo,
perdón, buen ladrón, no descansa en su ministerio, en su sagrado latrocinio, ni los domingos, ni
las fiestas de guardar. Como debe ser.
Y 4.- Por lo que respecta a los amantes del camino, Le Chemin
de Saint Jacques, y los pulpos compostelanos – que por cierto es una ciudad de
interior- deben tener la seguridad de que su afición no tiene el menor riesgo
de desaparición aunque reconozcamos al auténtico patrón de España en el
venerable San Dimas. La Vía Láctea sigue ahí arriba, y aunque no voy a repasar
ahora la de Buñuel, si debo reconocer que tengo algunas cajas de botellas con
ese nombre, procedentes de Rioja, que van a reconfortar mi espíritu las próximas
semanas.
Hasta que vengan tiempos mejores, esperándolos estamos, no
es una mala terapia.
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