
por eso nunca progresamos,
por tanto genio y tanto sabio
que juegan yoyo en el café.
(Los Apson. 1965).
Ayer volví a recorrer los campos que dejé. La extraña paz de
aquel lugar…
(Esta es de Formula V).
La feria del libro usado y de ocasión, en la Plaza Nueva, precursora de la
venta de dulces navideños y conventuales, en la casa del obispo. A beneficio de
los huérfanos, los huérfanos, y de los pobres de la capital.
La
marquesa iba a dar una fiesta
de gala………
Y tan caritativa
y siempre tan cristiana
la iba a dar…………
de gala………
Y tan caritativa
y siempre tan cristiana
la iba a dar…………
(Moncho Alpuente, en “Las madres del Cordero”)
Algunos tuvieron un
brillo efímero en el firmamento, Alpuente como los cohetes del cuento de Wilde,
otros ni eso, como en el cuento de Wilde.
Han trascurrido forrenta años (Forges) y hay cosas que no
cambian, como de costumbre. Sin ir mas lejos, la basura que exponen los
tenderos de la feria del libro.
Tan solo ha cambiado, a mejor, el nivel de los vendedores,
su atención con el público, su resignación ante lo que les ha tocado como
diplomados en paro, afortunados de soportar ocho horas de frío frente a esas
pilas de revistas, folletos y mugrientos tomos recién rescatados de los
contenedores por los profesionales del papel por kilos.
Imagino los títulos que dentro de nada sustituirán a los
cutres que ayer contemplaba, serán los superventas de hoy y de ayer, las sagas
nórdicas, las novelas históricas, las crónicas de postguerra…el horror de
Conrad, pero sin Conrad.
No lo busquéis que no lo encontrareis, tan solo los restos
de las bibliotecas domésticas de los años setenta y ochenta, la nada.
La mayoría eran monográficos en su oferta, falsos comic,
reediciones facsímil de los tebeos, ofertados como originales al comprador. Vendedores
de nostalgia a sabiendas de quien la busca está dispuesto a pagar caro por
aquello irrecuperable, la infancia.
A punto estuve, antes de retirar el celofán protector, de
cargar con una edición antológica de la obra cumbre de Ambrós, prologada por el
mismísimo ministro de cultura, cualquiera de ellos, que ofrecía en formato
original, y también en copia coloreada, los primeros cuadernillos – que eran en
A4 aproximado- en un fastuoso tocho en A2 donde la impresión a una sola tinta
se conservaba como tal, solo que el negro lo habían cambiado por un rojo
anaranjado que denunciaba la más soez de las herejías. Vade Retro. Ni de
regalo.
Los expositores “serios” variaban su mercancía entre las especialidades
litúrgicas, estamos en la capital de la cosa (según Silvio), y las de carácter
político antediluviano, de cuando el país estaba dividido en dos facciones
antagónicas e inmiscibles, y no como ahora…
Y es que los cambios son tan intangibles como los sueños
perdidos sobre las magdalenas de Proust – solo tienen el primer tomo, pero
muchas veces y en muchas ediciones, vírgenes la mayoría de ellos- que ahora me
las ofrecen más insulsas y pequeñas, con una gominola encima y las llaman…
brownies. Eso. No hemos salido de la magdalena.
Y es que tampoco está ya la cosa de las marquesas en el palacio del
obispo, que desde que marchó Monseñor Amigo, ya tampoco es lo que era. Ahora
han desplazado la labor piadosa y los caprichos conventuales, ligeros en miel,
almendra y yemas, en fruta escarchada y en licor de cereza, al recinto de los
reales alcázares, cuna de la hispanidad y del concilio de Trento, donde Isabel (Si, la misma de la serie, para que luego os metáis
con la tele) pariría con dolor – sin epidural, por haber manifestado su
intención de expulsar a los moriscos, la muy tonta- a su inefable hijo Juan (todos
lo fueron, inefables) asistida por “La Herradera” partera sevillana y postinera.
Fernando, que estaba escribiendo el borrador de “El príncipe”,
Luego editado con el seudónimo de Maquiavelo, la reconvino duramente, por no
haber respetado uno de los principios fundamentales de la moral humana: “Primero
pide el favor, luego muerde la mano de quien te lo otorga; pero nunca hagas al
revés”.
La verdad es que el lugar, frío y laico, exento de santidad,
por más que lo pretenda el apodo popular de susodichos, no tiene color. Hacer
la cola, de horas, en el patio gélido del señor obispo, para luego ser atendido
compasivamente por la flor y la nata de la aristocracia local no tiene precio,
como la nostalgia de los embaucados en los tebeos que multiplican su valor
facial, la peseta – una- por euros –varios- algo absolutamente fantástico.
Tan es así mi descontento, que este año pienso proveerme de
la glucosa celestial en la tienda del gourmet del cortinglés, que es de donde
nunca debió salir. Aparte de hacer un favor a D. Isidoro y a sus contritos
empleados que tienen el futuro más negro que el de los miles de trabajadores
pendientes de dejar de serlo (dependientes). Por ellos y por las monjitas, que
algún día os haré el ranking de las que irán al cielo y de las que se condenan,
estas últimas por vender su trabajo dos veces, una por el dinero y otra por el
cielo, y sobre todo por hacerlo mal.
Compré un opúsculo del autor del desasosiego, básicamente
porque tenía un tamaño de los que caben en el bolsillo del gabán – de Zara, que
Massimo se está subiendo a la parra- y porque los pensamientos entrevistos son
tan razonables y digeribles como su tamaño, aptos para la mansedumbre contumaz
y persistente que nos domina.
P.D.-
Lo de las galletas fritas ha sido un terrible desengaño. (Alguien
debería dedicarles un bolero, si es arrancherado mejor). Expectativas incumplidas,
mucho peor que las plegarias atendidas de Capote, que ya sabéis.
Las monjitas de Arcos hacen unos almendrados de muerte. (Si
no tienes una mano amiga que te retire la caja a tiempo).
El tiramisú del Eslava, sin apenas mascarpone y
absolutamente nada de azúcar, delicioso.
Hoy ayuno y tristeza, pero es que no se puede tener todo. Ni
pretenderlo.
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