martes, 19 de noviembre de 2013

POR ESO ESTAMOS COMO ESTAMOS (LOS APSON).-




Por eso estamos como estamos,
por eso nunca progresamos,
por tanto genio y tanto sabio
que juegan yoyo en el café.

(Los Apson. 1965).



Ayer volví a recorrer los campos que dejé. La extraña paz de aquel lugar…
(Esta es de Formula V).


La feria del libro usado y de ocasión, en la Plaza Nueva, precursora de la venta de dulces navideños y conventuales, en la casa del obispo. A beneficio de los huérfanos, los huérfanos, y de los pobres de la capital.


La marquesa iba a dar una fiesta
de gala………
Y tan caritativa
y siempre tan cristiana
la iba a dar…………
 (Moncho Alpuente, en “Las madres del Cordero”)

 Algunos tuvieron un brillo efímero en el firmamento, Alpuente como los cohetes del cuento de Wilde, otros ni eso, como en el cuento de Wilde.

Han trascurrido forrenta años (Forges) y hay cosas que no cambian, como de costumbre. Sin ir mas lejos, la basura que exponen los tenderos de la feria del libro.
Tan solo ha cambiado, a mejor, el nivel de los vendedores, su atención con el público, su resignación ante lo que les ha tocado como diplomados en paro, afortunados de soportar ocho horas de frío frente a esas pilas de revistas, folletos y mugrientos tomos recién rescatados de los contenedores por los profesionales del papel por kilos.

Imagino los títulos que dentro de nada sustituirán a los cutres que ayer contemplaba, serán los superventas de hoy y de ayer, las sagas nórdicas, las novelas históricas, las crónicas de postguerra…el horror de Conrad, pero sin Conrad.
No lo busquéis que no lo encontrareis, tan solo los restos de las bibliotecas domésticas de los años setenta y ochenta, la nada.
La mayoría eran monográficos en su oferta, falsos comic, reediciones facsímil de los tebeos, ofertados como originales al comprador. Vendedores de nostalgia a sabiendas de quien la busca está dispuesto a pagar caro por aquello irrecuperable, la infancia. 

A punto estuve, antes de retirar el celofán protector, de cargar con una edición antológica de la obra cumbre de Ambrós, prologada por el mismísimo ministro de cultura, cualquiera de ellos, que ofrecía en formato original, y también en copia coloreada, los primeros cuadernillos – que eran en A4 aproximado- en un fastuoso tocho en A2 donde la impresión a una sola tinta se conservaba como tal, solo que el negro lo habían cambiado por un rojo anaranjado que denunciaba la más soez de las herejías. Vade Retro. Ni de regalo.

Los expositores “serios” variaban su mercancía entre las especialidades litúrgicas, estamos en la capital de la cosa (según Silvio), y las de carácter político antediluviano, de cuando el país estaba dividido en dos facciones antagónicas e inmiscibles, y no como ahora…

Y es que los cambios son tan intangibles como los sueños perdidos sobre las magdalenas de Proust – solo tienen el primer tomo, pero muchas veces y en muchas ediciones, vírgenes la mayoría de ellos- que ahora me las ofrecen más insulsas y pequeñas, con una gominola encima y las llaman… brownies. Eso. No hemos salido de la magdalena.

Y es que tampoco está  ya la cosa de las marquesas en el palacio del obispo, que desde que marchó Monseñor Amigo, ya tampoco es lo que era. Ahora han desplazado la labor piadosa y los caprichos conventuales, ligeros en miel, almendra y yemas, en fruta escarchada y en licor de cereza, al recinto de los reales alcázares, cuna de la hispanidad y del concilio de Trento, donde Isabel  (Si, la misma de la serie, para que luego os metáis con la tele) pariría con dolor – sin epidural, por haber manifestado su intención de expulsar a los moriscos, la muy tonta- a su inefable hijo Juan (todos lo fueron, inefables) asistida por “La Herradera” partera sevillana y postinera.
Fernando, que estaba escribiendo el borrador de “El príncipe”, Luego editado con el seudónimo de Maquiavelo, la reconvino duramente, por no haber respetado uno de los principios fundamentales de la moral humana: “Primero pide el favor, luego muerde la mano de quien te lo otorga; pero nunca hagas al revés”.

La verdad es que el lugar, frío y laico, exento de santidad, por más que lo pretenda el apodo popular de susodichos, no tiene color. Hacer la cola, de horas, en el patio gélido del señor obispo, para luego ser atendido compasivamente por la flor y la nata de la aristocracia local no tiene precio, como la nostalgia de los embaucados en los tebeos que multiplican su valor facial, la peseta – una- por euros –varios- algo absolutamente fantástico.

Tan es así mi descontento, que este año pienso proveerme de la glucosa celestial en la tienda del gourmet del cortinglés, que es de donde nunca debió salir. Aparte de hacer un favor a D. Isidoro y a sus contritos empleados que tienen el futuro más negro que el de los miles de trabajadores pendientes de dejar de serlo (dependientes). Por ellos y por las monjitas, que algún día os haré el ranking de las que irán al cielo y de las que se condenan, estas últimas por vender su trabajo dos veces, una por el dinero y otra por el cielo, y sobre todo por hacerlo mal.

Compré un opúsculo del autor del desasosiego, básicamente porque tenía un tamaño de los que caben en el bolsillo del gabán – de Zara, que Massimo se está subiendo a la parra- y porque los pensamientos entrevistos son tan razonables y digeribles como su tamaño, aptos para la mansedumbre contumaz y persistente que nos domina.

P.D.-

Lo de las galletas fritas ha sido un terrible desengaño. (Alguien debería dedicarles un bolero, si es arrancherado mejor). Expectativas incumplidas, mucho peor que las plegarias atendidas de Capote, que ya sabéis.

Las monjitas de Arcos hacen unos almendrados de muerte. (Si no tienes una mano amiga que te retire la caja a tiempo).

El tiramisú del Eslava, sin apenas mascarpone y absolutamente nada de azúcar, delicioso.

Hoy ayuno y tristeza, pero es que no se puede tener todo. Ni pretenderlo.


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