
Jean Jaurés y Camus, son dos rockeros a los que convendría una
reedición fidedigna de sus discos.
Quizás remasterizados, quizás digitalizados con algún filtro
discreto para eliminar ruido mediático, ya que el impacto explosivo de los noticieros
exagerados suele ser la razón principal de la distorsión del sonido.
Camus siempre lo tuvo claro:
–“Excepto mi madre,
todo lo demás es discutible” y así lo hizo.
Jaurés se enfrentó a la ortodoxia nacionalista, la peor de
todas, y le costó la vida.
--"No se enseña lo que se quiere; diría incluso que no
se enseña lo que se sabe o lo que se cree saber: sólo se enseña y sólo se puede
enseñar lo que se es."
Los sigo viendo, y sintiendo, en la Francia de cada día, al
menos en las discrepancias de los ciudadanos – ellos lo son, otros son solo
súbditos- con los representantes electos de la autoridad – ellos los eligen,
otros solamente los votan- y en la forma de hacerlo. Movilizaciones, paros,
abucheos y algún huevo podrido de vez en cuando.
Me dicen que aquí todavía no hay demanda y que los
productores siguen destruyendo un bien tan preciado como ese, el huevo fétido,
cuyo valor como reserva espiritual de un país, no tiene parangón. Una cierta
cantidad de este tipo de aromática protesta en las alacenas domésticas, haría
meditar a los dirigentes sobre las consecuencias personales de sus errores. No
es el caso.
Fuí, no hace mucho, a tomar una cerveza al café Le Croissant
en la Rue Montmartre,
siguiendo la tendencia morbosa y degenerada del que pretende homenajear a un
gran hombre, visitando el lugar donde fue asesinado.
No llegué a entrar, se me habían adelantado afortunadamente,
poniendo en evidencia que la estupidez humana, de la que guardo mi
correspondiente porción, es patrimonio universal. La UNESCO debería tenerlo en
cuenta.
El enorme toldo frontal del café así lo demuestra. En
caracteres superlativos, “RESTAURANT HISTORIQUE” y al lado “JEAN JAURES 31
JUILLET 1914”.
Tienen al menos la delicadeza de no hacer referencia a la
marca del revolver usado, o al veredicto del jurado popular en el juicio al
asesino, absuelto, y obviamente puesto
en libertad. Aunque las cosas a veces no son tan sencillas, ni los colores tan
definidos, como nos hace ver cierta película que, curiosamente no trata de este
personaje.
Todo esto es porque ví
el otro día “Las nieves del Kilimanjaro”, la de 2011 de Robert Guediguian, y
estoy todavía algo afectado. Aún asumiendo que las películas, o lo que
entendemos como tales, son solo eso, ficciones, y que puede resultar arriesgado
y peligroso el extrapolar hechos y personajes desde la pantalla a la vida real,
y que pueda ser incluso, motivo razonable para cuestionar mi salud mental – lo
que queda de ella- el comparar, el buscar las similitudes y las diferencias
entre ellos y nosotros, tan cercanos y tan lejanos.
Los protagonistas de Guediguian son siempre personas
corrientes frente a situaciones y ambientes idénticos a las de cualquiera de
nosotros. Eso los hace creíbles, eso y no es poco, es una de las razones que
justifican la pervivencia del buen cine o la buena novela, bienes ciertamente
escasos, si no en extinción...
La figura principal, extraordinario Darroussin, es la de un
sindicalista, miembro del comité de empresa en un astillero que, antes que eso
es trabajador, trabaja con el soplete todos los días, algo extraño en nuestro
medio, y que luego, a la hora de sortear los trabajadores que van a perder el
empleo, es afortunado con el numero que lo pone en la calle, renunciando al
privilegio sindical que lo eximía. Insiste en que es un obrero y su suerte es
la del obrero.
Personaje sin duda considerado ficticio en mi país, sacado en
parte de las pesadillas del Necronomicon y en otra de cualquier cuento de Asimov.
Continúan mostrando en
el film, situaciones ciertamente aberrantes. No tienen ERE los gabachos, y se
quedan sin trabajo y sin ingresos, a la espera de cumplir la edad que les de
derecho a una pensión. Algo extraño e injusto, que solo sucede en un país
republicano y, además desconocedor de algo tan grandioso como es el estado del
bienestar.
Por supuesto que no es el asunto ni el trasunto de esta
historia, solo el telón de fondo donde transcurre el capítulo inicial, y que me
hace reflexionar otra vez sobre esto y sobre aquello, para concluir en que sigo
sin entenderlo.
También es cierto que hay
palabras diferentes y más apropiadas para un colectivo cuya finalidad es
la defensa de los trabajadores, como pueden ser Hermandad, Gremio, Asociación o
incluso Cofradía –que también tiene pervertido el uso, como es habitual- mientras
que la de sindicato a veces se asocia con ciertas organizaciones gansteriles que
suelen polarizar películas llamadas thriller y novelas serie noire, por aquello
del crimen, su motivo principal.
Aunque tampoco creo que cambiasen mucho las cosas modificando
o trocando las palabras, al fin y al cabo estamos habituados a ver como su
significado, y el sentido que este desprende, depende exclusivamente de sus
dueños, los que las emiten y los que las transmiten.
Figuraos que hasta la pancarta sindical que aparece en el
muro de la empresa en cuestión, me hace soñar con paraísos perdidos. “La crisis
es la causa, nosotros la solución”. Inmediatamente le apliqué el traductor
automático y leí: “Nosotros somos la
causa, la crisis la solución”. Por momentos he presentido que esta catástrofe
colectiva iba a resolver errores políticos que están en la base de la mismísima
crisis. Pero debían ser alucinaciones mías.
Haría falta una capacidad extraordinaria en las victimas,
sus destinatarios, capacidad de filtro, de traducción, necesitada a su vez de
un bagaje educativo, de una cultura que cada vez se encuentra más alejada del
común, más cercana a la utopía, la
intelectual o la política, que predicaron Albert Camus o Jean Jaurés. Una
verdadera lástima.

Il n'ira pas beaucoup plus loin
La nuit viendra bientôt
Il voit là-bas dans le lointain
Les neiges du Kilimandjaro…
“Un hombre sin ética es una bestia salvaje soltada a este mundo”
(Camus)
P.D.- Si sois llorones, o bailones, y quereis escucharla, el
enlace abajo.
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