“Bueno, en aquella época escribía ya novelas, muy
largas, de trescientas páginas, cosas increíbles, no. Una se llamaba “Peter va
a la ciudad”, e iba yo por la página cien, y Peter estaba todavía en la
estación. Así pues, entonces dejé de escribir, el plan era equivocado. Ni
siquiera había llegado a sentarse en el tren e iban ya ciento cincuenta
páginas. Economía, cero.”
(Thomas Bernhard).
-
Espero no llegar tan lejos.
También dijo, o escribió, que la
felicidad suprema es escribir sobre la infelicidad suprema. Y digo yo que vamos
a dejar lo supremo para los dioses y, en su lugar, nos introduciremos otro año
más en el barrizal de la nostalgia, aunque esta sea inventada; en el charco de
los sueños rotos, para los que siempre existirá un zurcido; y como no, en el de
la memoria musical, que obviamente, no tiene por qué ser, exclusivamente, la
nuestra.
Además, los textos no son de
lectura obligatoria, ya sabéis que las mejores ideas son las de uno mismo, y el
resto es tiempo perdido. Bien lo sabe Thomas Bernhard. Así que mirad solo las
imágenes, y también de soslayo, sin fijarlas demasiado y sin buscarles las
jocosas interpretaciones que puedan ofrecer, pasados los cinco segundos de
atenta contemplación.
En un mundo de irresponsables, uno no pretende otra cosa que
pasar desapercibido. Por eso esta vez hemos buscado un alibi – coartada en las
novelas policíacas – perfecto, las peticiones del oyente.
Además, ante el creciente éxito de las anteriores ediciones,
en las que hemos superado ampliamente el decenar de ejemplares, (creo que
rondando la docena y media de ellos, igualitos que los huevos de las gallinas
sin estrés, las de L.A. sin ir más lejos) no han dejado de solicitar canciones los
feligreses. Como en los años felices de los discos dedicados, pero sin
necesidad de dar las dos pesetas de rigor al chofer de la guagua, autobús, o
mejor viajera, para que pasase por la emisora provincial con el correspondiente
pedido musical.
He aceptado gustosamente las solicitudes, a las que he
añadido las de los timoratos que no se atreven a hacerlo pero que, ellos y un
servidor, sabemos que las están deseando. Aquellas, por la que el grupo de
amigos los identifica, -la muta de
cariño que diría Canetti – y de paso me permito jugar con la doblez inherente
al perfecto cínico – por lo del cine – en que los años me van convirtiendo.
En resumen, si os gusta una canción, es que esa la he
elegido yo, y si os disgusta, la culpa es, y siempre ha sido… de la bosanova. Y no necesito deciros quien ha
seleccionado cada pieza porque sois, o vais siendo, bastante listos, y menos
jóvenes, por cierto.
Un autentico drama. Pensad que aquellas que, cándidamente, considerábamos
eran nuestras favoritas, ya están en su correspondiente disco; y son casi
cuatrocientas las que han pasado por aquí, no vayáis a creer que son solo cuatro piquenas (1).
Y son buenas las joias - esta es de Ramona y Fandanga, que
ya os caerá en otra ocasión – y resulta inevitable que se pongan a sonar cada
vez que uno se detiene a escuchar los recuerdos, esos que los sordos tenemos en
tan gran estima. Hay que apartarlas como a los cachorros pegajosos que llegan a
confundir el cariño con el monopolio de
un servidor. Que si, que os quiero mucho, pero ahora dejadme por favor.
Pero esto, afortunadamente, es como cuando sacias tu sed en el manantial
de toda la vida, en el que bebes agua fresquita cada primavera, para compensar
las perdidas propias de la juventud. A pesar de que quedas ahíto, de que no te
cabe otro buche, miras hacia abajo y sigues viendo lleno el recipiente que la
naturaleza te ha regalado, y quedas con las ganas de volver a él, a la menor
ocasión.
Algo parecido sucede con las canciones, infinitas en número,
en relación con el tiempo que podemos dedicarles. Al menos, otras tantas
–centenares- están en la lista de salida, cada una con su correspondiente
dorsal, esperando la señal para volver a hacernos bailar, soñar, o directamente
maldecir al pinchadiscos. Ley de vida.
(1) Piquena.-
Palabra ancestral de oscura y confusa etimología, por cuanto
la asociamos a un trozo de pizarra que arrastrado por el suelo solía ser pieza
imprescindible en los juegos de las chicas cuando sus tiernas piernas, todavía
no nos provocaban amarga incertidumbre. ¿Qué tendrán más arriba de donde
terminan los calcetines? El juego era exclusivo para niñas con calcetines.
Jugaban a “La Piquena”.
Conste que he quemado alguna neurona buscando su origen, al
igual que otras como “soleto” o “bolcheta” cuya solución tuvo el mismo grado de
dificultad que un sudoku de esos que pone “dificultad grado medio” y que
después terminan en el cesto cuando compruebas que la has pifiado al menos en
un par de cuadros, casi al final, y la cosa ya no tiene solución.
Hay otras como “choncha”, que sigo sin controlar, aunque la
que nos ocupa me fue manifestada por revelación, como algo natural y
cristalino. De momento la dejo a criterio de vuestro cacumen –esa si, por
favor- a ver si dais con ello. La razón por la que a un trozo de pizarra plana,
que los chicos utilizábamos más propiamente para fabricar piteras (2) la
llamamos piquena.
(2) Pitera.-
Planta vivaz, oriunda de Méjico. Según la RAE.
-Van daos, valiente
desperdicio.
De la búsqueda en la red, entresaco definiciones no menos
divertidas:
”Agujero en una cántara de leche, que se puede corregir con
estaño líquido. Posiblemente hoy esto no se hace porque ya no hay recipientes
de leche antiguos”.O bien: “Olor raro a cerrado y poco higiénico”.
Espero que me aclaréis su procedencia y no su significado,
del que guardo alguna señal en la calva, para no tener que esperar hasta tener
otra revelación, que cada vez me resultan más dolorosas.
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