«Cuando soy buena, soy buena; pero cuando soy mala, soy
mucho mejor».
Mae West.
Estereotipo de vampiresa cinematográfica imposible para
nosotros, por pertenecer a una época donde la transgresión era el reclamo
obligado de la barraca y el vodevil de donde, para algunos, jamás debió salir
el cine. Y también por poseer un físico absolutamente incongruente con los
cánones femeninos de hoy. Dice Mae, con la agudeza y arte de ingenio del
mismísimo Gracián, que a veces la cara visible, la imagen que nos construimos
alrededor de una artista, o de una persona de nuestro entorno, con ser buena, o
muy buena, a veces no hace otra cosa que enmascarar el otro lado, el
mejor, que solo estará al alcance de
aquellos cuya sagacidad, y su insistencia, les sean propicios para apreciar la
maravilla escondida en el lado oculto de las cosas.
Elemental maniqueísmo, el del bien y del mal, para llegar a
todo tipo de espectadores, pretensión primigenia del cine de Hollywood. Pero si
en la literatura universal ya quedaba meridianamente claro que entre el blanco
y el negro existen una infinidad de matices, de grises diferentes y
maravillosos, en el cine europeo, desde siempre creo, el asunto de los héroes y
los villanos ha sido rápidamente obviado por la figura del antihéroe, y si es un
antihéroe cotidiano mejor. Este personaje normal, creíble por su cercanía, y
arrollado por sus circunstancias a veces en las condiciones más terribles, que
no son necesariamente las más espectaculares, las más vistosas para el público,
ha ido destilándose desde Renoir, Bergman, Bresson, Fassbinder, hasta sublimarse en el cine lacónico y
austero, en la sucesión de fotogramas y rostros, en que a veces se convierte el
cine de Aki Kaurismaki.
Minimalista hasta en la duración de sus largometrajes, y
espartano en la puesta en escena, ambientes tan oscuros y sombríos como sus
protagonistas, pero evidenciando siempre ese humanismo tan querido a los
europeos, una luz de esperanza que ilumina las desdichas y que, a veces resulta
milagrosa para estos perdedores, de imposible presencia en el cine americano, a
la vez que provechosa, satisfactoria para el espectador que encuentra en la
tragicomedia de la vida, que al fin es lo que retrata Kaurismaki, el elemento
fundamental para considerarnos personas y disfrutar siéndolo, el humor. Un
humor negro, delicadísimo, en un segundo plano, lo suficientemente oculto y a
la vez perceptible, para mantener la sonrisa del apesadumbrado cinéfilo que, a
veces, debe dar un salto en la butaca, atravesado por el aguijón, el arpón más
bien de este cineasta que vino del frio, de la gélida Finlandia, haciéndonos
saber que las historias universales, el crimen y castigo, la cerillera de los
terroríficos cuentos infantiles que la censura paterna alejaba de nosotros,
siguen formando parte de la cotidianeidad.
No hay límite, tampoco, para los géneros que aborda
Kaurismaki, desde los clásicos de la literatura hasta el musical, inefable
“Leningrad Cowboys Go America”, o la tremenda aproximación a la más actual de
las tragedias, la de los inmigrantes “ilegales” en su penúltima película “Le
Havre”, donde la complicidad del paisaje francés llega a endulzar,
aparentemente, la dureza de las vidas de unos y otros, a la vez que toma cartas
el azar, presencia oculta tras los férreos guiones de este director que, sin
buscarlo, y acusado por los críticos de imitar a este o a aquel, ha conseguido
un estilo propio que a la vez resulta inclasificable, por sorpresivo, por
romper temáticas sobadas de forma inmisericorde y por su intención de seguir
haciéndolo. Tan prolífico como adictivo para sus seguidores.
Pienso en sus maestros, los del cine B universal, los
europeos que inventaron aquello tan difícil de decir tanto con los medios más reducidos,
y me maravillo de los que van a seguir, o están siguiendo su camino. Quizás
Béla Tarr, si encontrase algo tan sutil como escaso, el complemento
imprescindible para una obra maestra, el humor.
Mae West andaba sobrada de humor, y es eso, y no otra cosa
lo que hace eterno el aforismo. Breve y divertido, como las películas de Kaurismaki. P. D.- El manual cumple cinco años. Harto de viejos os vais haciendo. Afortunadamente no es mi caso, lo mio viene de antes.
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