Sugerencias semánticas de andar por casa.
Pase que tengamos que aguantar el que personajes más o menos
ilustres de nuestra dehesa patria se autoproclamen republicanos, e incluso que
contaminen a los semovientes de la periferia con semejante atribución, que
pretendan ignorar que al ser españoles y al disponer nuestra nación de “La Constitución”
queda establecido en uno de sus primeros capítulos, prácticamente en el
prólogo, que “esto es una monarquía y no otra cosa”.
Pase que estos señores confundan su identidad política o sentimental y pretendan llamarse con un nombre erróneo, pero aquí somos todos monárquicos, lo pone en el libro sagrado, y la tendencia o los deseos individuales están en otro plano alejado de la realidad y del presente.
Pase que estos señores confundan su identidad política o sentimental y pretendan llamarse con un nombre erróneo, pero aquí somos todos monárquicos, lo pone en el libro sagrado, y la tendencia o los deseos individuales están en otro plano alejado de la realidad y del presente.
A estos que siguen denominándose republicanos solo me queda
aclararles que si insisten en confundir su adscripción democrática, que es la
de todos, se merecen otro adjetivo, peyorativo, bastante diferente del monárquico o republicano. Que no se confundan,
ni mucho menos insistan en confundir a los demás.
Otro asunto, de mayor fundamento, es el equivocar, otra vez,
a “La” Constitución, con “Esta” Constitución, como cuando llaman antisistemas a
los que fundamentadamente se oponen únicamente a “este” sistema.
Evidentemente ambos términos indican cosas
bastante diferentes. Y el que se abuse de ellos o de la confusión que genera su
uso incorrecto, solo sirve para alejarnos, desunirnos, por el método más
directo, el de la incomprensión, el de la torre de Babel que figuradamente ha construido
la desinformación, o información dirigida, que es lo mismo, de todo un país.
La
Constitución (esta), no solo puede modificarse, no solo debe
modificarse, sino que necesariamente, a no tardar, habrá que cambiarla por
otra, a la que seguiremos llamando “La Constitución”. Por eso no deben preocuparse en
demasía los puristas de la legalidad, de la legitimidad y de otras virtudes que
suelen tener encerradas en el cuarto de baño, con fines tan evidentes, que no
necesitan siquiera ser confesables.
Corolario.- “Todos” somos monárquicos, porque España lo es constitucionalmente. El que piense que él es otra cosa, debe acudir al médico. Los que quieran, o queramos, dejar de serlo, deberemos usar otro termino más ajustado, prorrepublicano, republicanista, republicanofilo o cualquier otro palabro que se ajuste a lo que pretendemos decir. Las palabras son muy suyas y al menos respetándolas conseguiremos sentirnos mejores y, por supuesto, entendernos.
El contrato social, esa utopía que algún día llegaremos a
poseer - siendo más bien poseídos por ella,
como debe ser - nunca será algo inmutable, más bien será consensuada por
todos, en un tiempo de paz, unidad, y cierto nivel de justicia colectiva, en un
país utópico, en el que obviamente no nos encontramos, y será modificable a la
vez que lo haga la sociedad que lo sustenta. No puede ser de otra manera.
Por todo ello, solo me gustaría no seguir confundiéndome con
términos como “La”, “Esta” o “Una”, aunque ello suponga un esfuerzo contínuo
para los paisanos, poco habituados a esfuerzos alejados del cuarto de baño.
Aunque los buenos deseos suelen estar reservados para los optimistas incorregibles, y
tampoco es cosa de dejarlos fuera de la fiesta esta de la confusión, donde
debería haber un lugar para todos, hasta para los soñadores.
Pero es tambien sobre otras palabras, de mayor impacto, sobre
las que me gustaría puntualizar semánticamente, para bien.
Algunas son tan feas, tan horrendas, que conviene ni
mentarlas. Sucede con la corrupción y sus adeptos, los corruptos. No solo por
su significado, que nos sugieren esos terribles momentos en que el cuerpo se
convierte en despojo y evoluciona hacia la nada, de manera lenta y harto
desagradable, la podredumbre, sino por alguna razón de mayor fundamento, su
constitución fonética, por esas silabas impronunciables, que obligan a la
lengua a un ejercicio violentísimo, para terminar en algo parecido al disparo de
un escupitajo:
Co – rrup- to. Esa silaba ”rrup” no merecería siquiera figurar en palabra alguna de nuestro sacrosanto diccionario.
Co – rrup- to. Esa silaba ”rrup” no merecería siquiera figurar en palabra alguna de nuestro sacrosanto diccionario.
Por ello, y para no herir más a los adjudicatarios, propongo
sustituirla por otra más adecuada a su ínfimo delito, que al fin y al cabo, el
distraer dinero que no es de nadie, dinero mostrenco según ese diccionario, no
merece semejante castigo.
Yo sugiero cambiarla por picaresca y pícaro, mucho más
bonitos, más musicales - pícaro suena como fígaro – y absolutamente presentes en
la literatura del siglo de oro, de donde me temo que no hemos salido.
Igualmente sucede con el otro adjetivo que asocian enseguida
a estas indefensas criaturas, el de imputados, termino que debería estar
proscrito tambien.
Sus dos silabas centrales fueron motivo de los primeros bofetones recibidos en la infancia, cuando los niños aprendíamos que el mero hecho de pronunciar ciertos vocablos iba seguido del Shhh! De la tia Eduvigis o del bofetón paterno. Aprendizaje sentimental cuyo rédito quiero cobrar ahora.
Sus dos silabas centrales fueron motivo de los primeros bofetones recibidos en la infancia, cuando los niños aprendíamos que el mero hecho de pronunciar ciertos vocablos iba seguido del Shhh! De la tia Eduvigis o del bofetón paterno. Aprendizaje sentimental cuyo rédito quiero cobrar ahora.
Figuraos que llegan a decir, “El reputado diputado ha sido
imputado”, y aunque inmediatamente pensamos que en realidad le están mentando
la madre, lo cierto es que estamos rebajando el lenguaje a niveles ripiosos de
los que abominaría el mismísimo Don Mendo.
En este caso no solo pretendo cambiar la palabra, más bien
abolirla, y con ella toda su cohorte penitencial.
A aquel pobre – solo los pobres roban, como tambien nos
enseñaron- que sea pillado ante esta falta tan liviana, como es la guardar en
sus bolsillos el dinero ajeno, no hay que imputarlo, ni detenerlo, ni juzgarlo,
ni mucho menos condenarlo.
Debemos suprimir todo
el costosísimo proceso y limitarnos a ejecutar la sentencia, emitida por el
mismo que, de hecho hace la denuncia, el periodista. No he visto caso alguno de
corrupción que no haya sido puesto en evidencia, primero, y a veces tapado
después, por la prensa. El resto de instituciones que tienen este deber
asignado, parecen estar en otro asunto y así deberán continuar, supongo.
La condena, publica y notoria, que propongo, es el pellizco
de monja (sic). Olvidemos toda la parafernalia de la modernidad y de las democracias
occidentales, a las que solo imitamos tímidamente cada cuatro años, y centrémonos
en nuestra epoca dorada, la de las procesiones y los toros, en la que tan felices
seguimos viviendo. Ejecutando el castigo más terrible y doloroso, el
feroz pellizco de monja.
Que deberían realizarlo las citadas hermanitas, justificando
ese afán de labor social más allá de sus labores con los enfermos, de las que
han sido apartadas por la sanidad pública, y de la asistencia a los pobres, en
un país en que estos solo existen en la imaginación de los desafectos, de los
afrancesados, y de los que fomentan la leyenda negra. Podrían en este caso
echar una mano al país –sic - con algo tan sublime como es de hecho, el
pellizco de monja.
En principio pensé en el pellizco de sus señoras, o de sus
kukis, que gustosa y sádicamente lo harían al tonto este que se ha dejado
pillar, que ya lo decía mi madre que nos iba a buscar la ruina. Pero después de
fijarme en sus uñas, largas y cerámicas, y de su evidente ausencia de higiene
en los tegumentos cercanos, con la posibilidad de generar infecciones o
urticaria en las tetillas de los susodichos – si, si, es ahí donde más duele el
pellizco- me he decantado por las hacendosas e higiénicas hermanitas.
Y ahí debe terminar todo el proceso, para no hacer el juego
a Kafka, ni a los enemigos del país. Pellizquito y a casa.
Ya está bien. Después del bochorno causado por la pérfida prensa, y el disgusto que se han llevado los niños al conocer que el dinero de papá no salía del cajón de su mesa, exclusivamente, como les habían hecho creer.
Ya está bien. Después del bochorno causado por la pérfida prensa, y el disgusto que se han llevado los niños al conocer que el dinero de papá no salía del cajón de su mesa, exclusivamente, como les habían hecho creer.
Respecto al dinero robado – o defraudado- no habría que
hacer nada nuevo. Seguir como hasta ahora, lo pasado pasado, y olvidado, y a
saber donde estará. Mejor no menearlo, y tal y tal.
Total para el caso que me van a hacer. Al menos echamos unas
risas y, lo que es peor, continuamos llamando a las cosas con el nombre
equivocado, para así no salir jamás de este atolladero, perdón, siglo de las
luces (de otros).
P.D.- Dícese pellizco de monja de aquel pequeño, muy doloroso, y que no deja señal. Igualmente se dice de ciertos dulces, de orígen conventual, la mar de ricos.
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