Sufro al pensar que el destino logró
separarnos…
Supongo que el bolero hace referencia a
la programación estival. Parece ser que los industriales que viven de vender
sombras proyectadas sobre una pared, no han considerado la advertencia recibida
por sus taquilleras y además de mantener las tarifas de la droga que - evita
pensar durante noventa minutos - cada día resulta más necesaria para la salud
mental del vulgo.
“Pues si el vulgo es necio y lo paga es justo
Hablarle en necio para darle gusto.”
Creo que es de Lope, aunque si es el de
Aguirre o el de Vega, ya no lo tengo tan claro.
Y tanto es así la desconsideración de los
exhibidores, que estos continúan reservando para la temporada veraniega, los
estrenos de todas esas polas a las que hay que dar salida antes de que su mal
olor se convierta en apestosidad intolerable.
Afortunadamente estamos curados de
espanto y aprovechamos estos días de asueto simulado – el autentico llega
cuando ya resulta francamente innecesario – para sumergirnos en las páginas
refrescantes de los clásicos. Y esto de los clásicos tiene además la virtud de
que cada uno tiene los suyos, a pesar de que los críticos, las listas o los
tratados literarios quieran imponernos un canon ajeno, el suyo.
Por eso, y apartando de un manotazo invisible,
la bendita censura mental basada en la experiencia, igual que el conocimiento científico
intenta conjurar la ouija y los milagros del santero local, despreciamos
saludablemente las mil y una sagas nórdicas de crímenes de medio pelo, las
recalcitrantes novelas históricas que ya en su enunciado avisan de su doble
falsedad, novela e histórica, así como las versiones románticas y
tergiversadoras de la melancólica nostalgia de posguerra, y no de cualquier posguerra,
ya que solo hay una y eterna, o al menos hay que intentar que dure todo lo
posible, mientras siga beneficiando a algunos y el vulgo continué prefiriendo
la necedad a la reflexión y al aprendizaje en cabeza ajena.
Hay otras etiquetas que tambien evitan al
lector perder tiempo y dinero, pero estas resultan ciertamente evidentes a la
par que dolorosas para los ojos, estanterías completas dedicadas a familiares
de segundo nivel que escriben sobre sus allegados, políticos de tercer nivel,
con argumentos centrados en las vísceras más demandadas en la casquería patria,
el corazón y la placenta.
Otros directamente incitan la curiosidad
del presunto comprador con títulos espeluznantes que intentan secuestrar la
voluntad de la victima vía curiosidad desatendida.
Así recuerdo un par de ellos
recién puestos en los estantes de novedades “Petete no existe” o quizás era
“Espinete no existe” enunciados ambos que desgarran mi alma y me impedirán
conciliar el sueño hasta comprar el libelo y comprobar que tan solo era una
broma del autor. Vaya si existen.
Y al lado, el inevitable manual de autoayuda
“No culpes a tu Karma si actúas como un gilipollas”, sic, tal cual, y ahora que
estaba yo iniciándome en el asuntos espiritual de la cosa esta de la energía
trascendente, invisible e inmensurable que se deriva de mis actos, y viene este
cretino a decirme que no me moleste y que con las cosas del carácter no se
juega, que
Tu cabellera sedosa acaricia mis sueños y me estrechan
tus brazos amantes al arrullo
del cucurrucú, como, tambien sic, dice el bolero.
del cucurrucú, como, tambien sic, dice el bolero.
Vuelvo por tanto a “mis”clásicos, y
comienzo la temporada con Los Cuentos Completos de ella, de la dueña y señora
del corazón solitario y cazador, Carson McCullers, prescindiendo de aquellos ya
publicados en anteriores recopilaciones, y comprobando la insistencia que han
tenido los norteamericanos, durante los años cuarenta y cincuenta en
destrozarse a si mismos, llevandose por delante a la familia si es preciso, con
esa droga bíblica que es el alcohol. Cheever y Capote están en idéntica onda, del
resto de los narradores que publicaban en New Yorker, hasta que los de la generación
beat les enseñaron vicios peores.
Son historias cortas, de lectura fácil, y
en las que el cóctel de desamor, nostalgia y esa deprimente sensación de que estás
a las puertas del paraíso y una extraña fuerza anula tu voluntad de
incorporarte a él.
Vuelves una y otra vez a esa epoca virginal en la que todas
las promesas podían cumplirse, y todavía no habían dado la menor señal de
carecer de fundamento, la infancia, y recorres ese espacio de protección
compartida con tus hermanos y algún amigo, no necesariamente con tus padres, y
en todo caso nunca con los dos, en las historias de esta mujer, como si la
entrada al mundo de los adultos llevase
incorporada una herida dolorosa que relegase necesariamente la felicidad al
mundo infantil y a la familia perfecta.
No llegas a saber, aunque lo intuyes, que
ese desengaño solo resulta llevadero cerca de la botella, y de sus
consecuencias.
Y el caso es que no resulta pesimista el
envoltorio de sus relatos, no todo lo que podría parecer, la sensibilidad
exacerbada de la chica enferma que fue, rebosa desde la mayoría de sus páginas,
y te reconforta, como hace el bolero, haciéndote bailar a la vez que escuchas
tu propia historia, la de todos, y sientes que, de alguna manera, esa es la
gloria de los autores queridos, de aquellos cuya amistad gustas frecuentar, la
de compartir sus penas contigo.
No ha sido un mal comienzo de temporada, como
el telonero local facilitando el próximo
encuentro con autores extraños, desconocidos y a la vez imprescindibles. Aunque
me temo que no va a ser posible tamaña satisfacción.
¡Oh, no, no...satisfaction, i can´t get no!
dice Mick
Jagger.
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