Hojas rojas, hojas verdes.
Colección Biblioteca
Básica Salvat Libro RTV
17. Miguel Delibes. La Hoja Roja
Aunque sea en dosis homeopáticas, uno conserva cierto nivel
de honestidad, que no le gustaría ver disminuir por nada del mundo. Lo que es escaso
se convierte inevitablemente en precioso.
Por ello, debo reconocer que no lo leí, o al menos si lo
hice no lo recuerdo. Si, haberlo visto largo tiempo en la estantería, y hasta
puede que lo haya ojeado, buscando entre ellas la hoja encarnada del título sin
mucho énfasis, porque abrir esos libros equivalía a ejecutarlos. La cola con
que fijaban las paginas al lomo, cola de carpintero, se desprendía con gran
facilidad, liberando cada hoja de sus vecinas, convirtiendo el conjunto en una sobada
baraja de naipes a los que resultaba difícil reubicar para poder continuar la
partida, única por lo demás, ya que eran aptos para una sola y exclusiva
lectura, supuesta estrategia de ventas de la editorial, previa a la debacle
digital que sus profetas estaban intuyendo.
Por otro lado, el apellido rojo o roja, era un tabú tan
evidente, entonces, que alejaba el interés del adolescente por un tema
esotérico que luego le costaría largos y densos años ubicar en su correcto
lugar mental, evidentemente en el territorio tabú que nunca debió abandonar.
Aunque tampoco trataba de eso Delibes, a pesar de que su relación con los
cipreses y la postguerra era, evidentemente, otra cosa.
Un costumbrista castellano, que huye del sentimentalismo
barato y de los adornos literarios que caracterizan una época, o intentan
encumbrar a un autor por aquello del preciosismo de sus textos. Delibes siempre
ha evitado el barroquismo, salvo quizás en su último gran éxito que, he llegado a sospechar que no era suyo en
absoluto, y por el contrario se ha limitado a retratar con cierta austeridad
expresiva, ciertos tipo de la castilla rural que con el tiempo han llegado a
convertirse en eternos, milana bonita.
En este ambiente se desenvuelven las hojas muertas, las que
han caído previamente a la aparición de la colorada, que marca en el librillo
del papel de fumar, su próximo e inevitable final, avisando al fumador sobre la necesidad de ir acercándose al
estanco pera reponer papel de arroz. Obviamente, ese no es el argumento de la
novela, tan solo una hermosa metáfora sobre el tiempo vital del maduro
protagonista, que recibe el aviso
filosófico sobre aquello de tempus fugit, que viene a ser lo mismo, del
papel de fumar, o del rollo de papel del baño cuando quedan dos hojas de una
sola capa, y te descubre esa cruda sensación que llamamos pánico.
La figura literaria es afortunada, aunque ahora solo los
viejos rokeros, que ejercen de tales, conservan la rutina artesanal de liar el tabaco
picado – picadura selecta, aka caldo gallina- mantienen funcionando las fábricas
del finísimo papel de fumar, que yo recuerdo haber usado exclusivamente en
trocitos, como hemostático en los cortes propios del afeitado inexperto de las
otras hojas que tampoco lo eran, las de afeitar.
Bien es cierto que su uso se ha mantenido, y su
supervivencia, gracias a servir como envoltorio combustible para ciertas
hierbas aromáticas que algunos insisten, erróneamente, en mantener en la
ilegalidad.
Uno lee las novelas, deja pasar sus argumentos y sus
variopintos personajes, como algo ajeno, una y mil veces, hasta que surge la
chispa, el azar, o la consciencia que dan los años, y te facilitan la
identificación con este o con ese, con
esto o aquello. Y esto es lo que ha sucedido.
En mi caso han sido los inevitables añadidos en la cartera,
más bien carnetera, escasa de billetes, donde los carnets justificaban el uso
del adminículo, el de identidad y el de conducir, después el del cineclub, o el
de la cooperativa universitaria que facilitaba la comida subvencionada o los
bolígrafos baratos. Tiempos felices.
Más tarde comenzaron a incorporarse otros ocupantes de la nueva ola, las tarjetas; primero de crédito, luego débito, gasolinera, cortinés, y
un largo número de plásticos rectangulares que justifican y delatan mis hábitos
como consumidor de libros, discos o incluso compañías de seguros. Hojas numerosas
que fueron haciendo insuficiente la anticuada cartera y me obligaron a seleccionar
media docena, entre las que hoy encuentro una nueva, novísima, verde por más
señas, la tarjeta sanitaria individual que, ¡Glups!, me ha evocado
inmediatamente la hoja roja de la novela.
Va a ser eso, y va a ser que el estanco de la obra de
Delibes se va a convertir en la farmacia de la esquina, y que la señal ya no
tiene el escape del personaje literario, la de ir a comprar un librillo nuevo.
Lo curioso es que, no supone una sorpresa, ni mucho menos
una ofensa, para el ego de un semidiós, comparado con la patata, claro está,
sino una hora, como cualquier otra marcada por el reloj, y cuya diferencia con
las futuras o las pretéritas, no tiene
absolutamente ninguna importancia. Son el presente y nada más, y la convicción
de que uno no es la victima del crónometro, más bien es el segundero que al moverse
justifica la función del mecanismo que lo envuelve.
La hoja, verde en este caso, y el librillo en el bolsillo de
siempre, junto al corazón.
Les feuilles mortes se ramassent à la pelle,
Les souvenirs et les regrets aussi
Mais mon amour silencieux et fidèle
Sourit toujours et remercie la vie.
Je t'aimais tant, tu étais si jolie.
Comment veux-tu que je t'oublie ?
En ce temps-là, la vie était plus belle
Et le soleil plus brûlant qu'aujourd'hui.
Tu étais ma plus douce amie
Mais je n'ai que faire des regrets
Et la chanson que tu chantais,
Toujours, toujours je l'entendrai !
Les souvenirs et les regrets aussi
Mais mon amour silencieux et fidèle
Sourit toujours et remercie la vie.
Je t'aimais tant, tu étais si jolie.
Comment veux-tu que je t'oublie ?
En ce temps-là, la vie était plus belle
Et le soleil plus brûlant qu'aujourd'hui.
Tu étais ma plus douce amie
Mais je n'ai que faire des regrets
Et la chanson que tu chantais,
Toujours, toujours je l'entendrai !
El gran éxito del Yves Montand, cantante, hizo que sus admiradoras/es mitómanos agradecidos, tras su fallecimiento iniciasen la costumbre de arrojar subrepticiamente – curiosa palabra- en su jardín, cajetillas de tabaco de su marca favorita ¿Gauloises?, con el consiguiente perjuicio para las hojas de las plantas que le sobrevivieron y que acabaron muertas y bien muertas, como en la canción, de Portes de la nuit, de Marcel Carné.
Y si bien reconozco que estoy tomando una deriva peligrosa,
hacia ninguna parte, como casi siempre, lo cierto es que comienzo y termino hablando
sobre el tabaco, aunque sabeis que , también como siempre, realmente hablo o
escribo sobre otras cosas bien distintas al envoltorio.
Mejor escucharla, aunque sin duda va a herir la sensibilidad de quien la escuche. Si no la hiere, debe preocuparse, ya que puede ser un síntoma carencial, sintoma de que la hoja roja del librillo del alma ya quedó atrás.
https://www.youtube.com/watch?v=Xo1C6E7jbPw
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Mejor escucharla, aunque sin duda va a herir la sensibilidad de quien la escuche. Si no la hiere, debe preocuparse, ya que puede ser un síntoma carencial, sintoma de que la hoja roja del librillo del alma ya quedó atrás.
https://www.youtube.com/watch?v=Xo1C6E7jbPw
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