
Continúa el rapsoda dando muestras de atesorar la sabiduría
que tan escasa, tan parca resulta para sus epígonos de la pluma.
Sin ir más lejos trata otra discriminación social, la
homofobia, de la manera más inteligente posible, ignorándola. Y no solo porque
no existiera en su época, ni presumiblemente en ninguna otra en la que las
religiones – politeístas ellas, ya sabéis – centrasen su interés en las cosas
del alma y no en la uniformidad formal y obligatoria de sus feligreses. También
porque Homero era lo suficientemente sensato, supongo, para haber comprendido
entonces, igual que hoy, que homofobia significa odio al hombre, y no otra cosa, y
posiblemente no haga más que despreciar indolentemente a los que usan
palabras equivocadas, con fines inconfesables. Allá ellos.
En lo que si pone énfasis el autor, de hecho es el tema
central de la obra y motivo de esta terrible revelación que me llena de
pesadumbre, es en el machismo irredento de su héroe, en el terrible abandono de
Calipso primero, a la que deja abandonada en su isla, después de tener dos
hijos con ella, de Circe, la hija de Alcinoo después, y de las coristas nereidas,
cuyas melódicas y amorosas voces ignoró haciéndose el sordo...
Pero mejor os transcribo el pasaje para que vayáis entrando
en el melodrama:
“Cuando los titanes perdieron la guerra, los Olímpicos castigaron a Calipso, por ser
hija de Atlas, enviándola a Ogigia. Se dice que cada milenio los dioses le
mandaban un héroe para que ella se enamorara, pero que luego, el destino,
obligaría a Calipso a dejarlo marchar”
“Viendo esta situación, Atenea intervino y pidió a Zeus que mandase a Calipso que dejara marchar a Odiseo. Zeus envió a su mensajero Hermes, y Calipso, viendo que no tenía más opción que obedecer, dio a Odiseo materiales y víveres para que se construyera una balsa y continuara su viaje. Odiseo se despidió de ella, no sin cierto recelo por si se tratara de una trampa, y zarpó. Algunas leyendas cuentan que Calipso terminó muriendo de pena”.
Melodrama que en la cámara de Douglas Sirk habría quedado esplendido, y que no deja de denunciar la veleidad, la inconsistencia machista del héroe, o no tan héroe, inducido quizás por el desprecio hacia la mujer, hacia los mismísimos dioses, o posiblemente hacia quienes los han inventado.
Actitud que vuelve a ponerse de manifiesto un par de capítulos después, en el que las ninfas quedan abandonadas en otra isla, con sus corazones rotos:
“Las ninfas, hermoso rostro y largos cabellos, que en muchas ocasiones sostienen instrumentos musicales o se dedican a acariciar sus cabellos en actitud coqueta. La actitud más generalizada de las ninfas fue sostener con las manos un espejo y un peine. La cola era un emblema de la prostitución y el espejo, considerado como objeto mágico, era atributo de la mujer impura, y servía para contemplar el rostro de la muerte o el culto al diablo”

Más de lo mismo, las provocan con su presencia, los chicos de Ulises, y luego las evitan, anulando sus oídos con cera y atando a un mástil al capitán. De donde infiero que los hombres casados no deben ir al baile si no les gusta la música, y que en todo caso el terminar demonizando a sus víctimas, incluso llamándolas prostitutas, no es más que otra forma de esa violencia llamada estúpidamente “de género”, y ya sabemos que se comienza asesinado ancianitas para terminar faltando al oficio religioso dominical, el peor de los pecados. (No sé si es Chesterton, Wells, o Bernard Shaw, su autor).
En todo caso, el maestro invidente, veinticinco siglos antes que el escritor manco pusiera nuestra lengua en los estantes más utilizados de la literatura universal, no hace otra cosa, igual que hace el manchego, que entretenernos con relatos, asimilables por todo tipo de lectores, que nos recuerdan lo inmutable de la condición humana, las ambiciones, deseos, bondades -pocas- y fracasos del hombre a lo largo de los siglos, y leyendo entre líneas siempre, la previsible posibilidad de que esto solo sea un bucle infinito en el que seguiremos rodando.
Y es que los clásicos son muy puñeteros, en su infinitud, además de intraducibles, que es lo que estabamos demostrando. En latín queda más bonito, pero más pedante: Quod erat demostrandum.
ὅπερ ἔδει δεῖξαι, en griego.
P.D.- Otras obras imperecederas, que no debeis dejar de leer antes de ir a la cama. (eso es una metáfora, jodida, pero tambien metáfora):
«BATRACOMIOMAQUIA», «RAMAYANA», o el «MaHABHARATA» filmado por Peter Brook en 1989 con una
duración de 318 minutos, espantando otra vez las mejores intenciones del
cinéfilo más impenitente.
Y es que todas contienen historias tan
intemporales como absolutamente verosímiles:
“El rey Śantanu (padre de Bhishmá) se enamora de la virgen
pescadora Satiavati (que ya había sido madre de Viasa).”
Hasta Siddhartha había incluido yo en el lote, pero hube de
rectificar al descubrir a Hesse.
Curiosamente este nombre, Siddhartha, al igual que el de Calipso, aparece en los
buscadores como “Discoteca en Sevilla, bar de copas” y también en cualquier carretera española aparecen coronados
con luces de neón anunciando eso, ninfas, y no precisamente las jóvenes
debutantes en el teatro Falla de Cádiz durante las fiestas paganas del
carnaval. (Paganas solo para algunos).
En fin....
Epílogo aclaratorio, e inductor de esta perorata:
Batracomiomaquia narra una pelea estúpida, en el entorno de una charca un tanto fétida, entre ranas y ratones. Es decir, lo nuestro.
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