Cifras, datos, estadísticas, macro y
micro economía al desnudo, titulares tendenciosos cuando no envenenados, y esto
es lo más parecido al análisis científico de la realidad. Tienen ellos una
credibilidad limitada a las tragaderas de quien se asoma a las cifras sin una
formación económica que vaya más allá de haber sufrido los reiterados
desmentidos que la única magnitud indiscutible, el tiempo, va acumulando sobre
las cifras convirtiéndolas en el montón de basura maloliente donde todas las
mañanas escarbamos, buscando atisbos de profecías minimamente creíbles.
Al fin y al cabo el hombre es creyente
por naturaleza, y parece razonable que busque apoyo espiritual donde pueda,
aunque lamentablemente sean las leyendas, apócrifas por naturaleza, o los
chismes, los rumores más disparatados los que ocupen lugar de honor en su
armario de la fe, limitando cuando no anulando posibilidad alguna de que otro
tipo de conocimiento, el racional, el mal llamado científico, el conseguido a
través de la experiencia y el esfuerzo del discernimiento cotidiano tengan la
menor posibilidad de ser incluidos en su bagaje de conocimiento.
Creemos por lo general en aquello cercano
a lo que nos gustaría que fuese realidad, cuando no en lo primero que llega a
nuestro conocimiento, declaraciones, manifiestos, panfletos, hasta en los
infumables programas electorales, y siempre, siempre, en lo que está escrito
-si lo he leído es cierto- o lo que aparece en la pantalla o en la radio.
Incluso la referencia que nos da alguno sobre aquello que se haya mencionado en
televisión o escrito en cierto sitio, ya da impronta de verosimilitud al mayor
de los disparates.
Tampoco la realidad que vemos todos los
días a nuestro alrededor es sinónimo de certeza. Sabemos que un observador
único puede errar en sus apreciaciones, y que además los hechos contemplados por
este, por estridente que sean, no tienen otro valor que el de la anécdota.
De modo que, tenemos que fiarnos de algo,
y ponemos nuestras esperanzas en esos datos, a veces contradictorios, pero
cuyas fuentes suelen tener cierta pátina de credibilidad, como sumos sacerdotes
de una religión, el economicísmo, en cuya iglesia figuran todas las instituciones de
todos los países del orbe. Religión como todas, pero cuyos dogmas, y cuya
practica obligatoria, nos hacen feligreses suyos, queramoslo o no.
Por eso, todos los dias, me golpean esos
fidedignos informes, esos enunciados dificilísimos de digerir para cualquier
cristiano – aquí el termino no tiene connotaciones religiosas- poco
acostumbrado a que pongan a prueba con tanta insistencia la paciencia, la
humildad y la tolerancia hacia aquellos que le llaman estúpido una y otra vez.
Quizás tengan razón y uno se hace el loco, esquizoide en la creencia de que lo
cóncavo y lo convexo del espejo en que se refleja den imágenes idénticas de la
realidad. Mencionan con cierta frecuencia, los profesionales de los mentideros
de pago – son profesionales- la madrileña atracción de los espejos deformantes
del callejón del gato, donde cuentan que, antaño los paisanos usaban este
antídoto, la risa ante la propia imagen monstruosa - para evadirse del dilema
que estoy planteando.
¿Creemos o pensamos?.
Por cierto, el presidente del gobierno y
el jefe del estado visten guayaberas en las imágenes de hoy, ellos que tan
fachosamente – no tiene nada que ver con el fascismo - ridículos, suelen aparecer
con corbatas fosforescentes, elegidas sin duda por asesores de imagen formados
en ese estilo remordimiento, tan querido para los españoles desde el siglo de
oro hasta hoy, al menos, y que no dudan en someterse al mas feroz de los
espejos, sin necesidad de callejón alguno, el que pone de manifiesto la
hipocresía subyacente en los espíritus dispuestos a “lo que sea” con tal de
conseguir “lo otro”.
Y ya estamos, en el “lo que sea” entra la
certeza que podemos tener en que con nosotros también harán “lo que sea”, si es
necesario para que ellos consigan “lo otro”. Por supuesto que no nos van a
contar que es lo otro, y si llegamos a conocerlo, dentro de un cierto tiempo, no
nos va a sorprender que no figuremos en el reparto del beneficio.
Aquí, figura la creencia en el mal
absoluto, la injusta sospecha sobre quien nos ha engañado cien veces, y sobre
quien , ningún creyente honesto debe dudar sobre la moralidad de su próxima apuesta. Anda que
un trilero con guayabera no da el cante. Que no es suficiente indicio de
criminalidad el cambiar el terno sedoso y tornasolado de los sucesores de
Armani - tampoco nos cuentan quien los
viste, desde el episodio desafortunado de aquel colega que pillaron con las
manos en las corbatas- por la cubana, que es como en mi pueblo siempre hemos
llamado a las guayaberas y que, por cierto, solo vestían los señoritos en las
fiestas estivales, ya que el blanco inmaculado y el popelin no tienen lugar
alguno en el vestir popular de los trabajadores, de la plebe expuesta a las
inmundicias y al desgaste, y es que hasta eso desconocen.
Con lo claro que lo tienen los del otro
bando, los exquisitos pantalones y chaquetas de pana, nunca a juego, que los
trajes dan imagen de derechas, las cazadoras y los jerseles de campaña -electoral-
y las insignias, las efigies de la virgen del pilar, por aquello de que es la
patrona de la guardia civil, y hay que estar preparados para cuando vengan.
Tiene mandanga, que me haya tenido que enterar por El Fary, y Google claro
está, que cosa es la mandanga, y que tampoco es el veneno que destilan los
culpables de nuestra idílica situación, “los actuales acontecimientos,
conocidos por todos” a los que achacar todos los males, sin jamás buscar
culpables con nombre propio ni mucho menos buscarlo en el espejo del cuarto de
baño, ante el que nos afeitamos, o nos atusamos, todos los días.
Coletilla esclarecedora que usa Modiano
en su justificación sarcástica y eximente de los crímenes cometidos por
franceses en la Francia ocupada “Situación debida a los actuales
acontecimientos, conocidos por todos”.
Aquí, no nos han invadido los nazis – no
hay – y nadie es culpable directo de ese quinto jinete del apocalípsis, la
ineptitud, al que insistimos en llamar crisis, aunque que sea más elegante su
versión literaria “los actuales acontecimientos”. Aunque no deberíamos ignorar
que parte de responsabilidad nos toca en ellos, la de dar por buena la pésima y
desastrosa gestión que realizan nuestros señoritos, y el que esta sea la causa directa de
que cada mañana tenga que tomar infusiones tranquilizantes, reforzadas con
cardamomo, antes de enfrentarme a titulares bipolares, además de la ingesta de
abundante rioja a mediodía, para que el almuerzo acepte seguir la trayectoria
correcta y no la del inodoro, que está para otras cosas, aunque solo con ver su
marca, reminiscencias de político, ya me vuelven las nauseas, y eso que aquel,
el pobre, resultó inofensivo, o casi.
Podría incluir espectaculares gráficos,
titulares, declaraciones irracionales de quien no debería hacerlas, pero no lo
creo adecuado. Son tantas... en todos los medios, que el repetirlas, aparte de
fomentar su difusión, no debe ser en absoluto necesario para llegar a
conclusión alguna. Esto no la tiene.
-------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Opinar es una manera de ejercer la libertad.