viernes, 26 de diciembre de 2014

TU QUOQUE, POLAND ?


Categorías hilvanadas con los mismos hilos que están confeccionados los trajes del rey... desnudo.
Patrimonio de la Humanidad, dicen, y últimamente con la coletilla de inmaterial. Inmediatamente me surge el apóstrofe, la pregunta que me hago ante tamaña desmesura. ¿Realmente han preguntado sobre el asunto a la Humanidad? ¿Ha aceptado esa buena señora la titularidad del bien en cuestión?.
Por lo poco que conozco esa abstracción, en la que intentamos condensar la vida humana sobre la tierra, desde nos sabemos tampoco cuando, sospecho que son fuegos de artificio en honor de San Dimas (el buen ladrón), o reminiscencias de las justas poéticas, de los juegos florales provincianos que obstinadamente se niegan a desaparecer en una época que, obviamente, ha dejado de ser la suya.

Aceptemoslos, no discutamos si no queremos hacernos, o que nos hagan, daño. Y menos por bagatelas que serán puestas en evidencia a la menor. Vale chicos, esto, eso y aquello son, o pronto lo serán: “Patrimonio de la humanidad”, siempre y cuando tenga algo que ver con vuestro, nuestro, ombligo, hasta la pelusa si es necesario, este dentro de la categoría intangible o evanescente, para inventar etiquetas, perdón, tags. En el mientras, naturalmente, a la Humanidad que le den.

Viene esto a cuento porque ayer vi Ida, película polaca de 2013 dirigida por Pawel Pawlikowski , que ha tenido el privilegio de ser nombrada película europea de 2014, por los mismos que otorgan este sello, otro ex libris de la cultura universal como el del patrimonio, otra que tal baila. Y conste que debe estar realmente entre las mejores películas del año que termina estos días; que es un excelente ejercicio de ese arte en el que la fotografía animada, puede contar historias tan profundas, y poéticas como la de esta novicia, esta residente de tercer año en el convento de monjitas, M3, o Sister of Mercy, como gustéis, cuyas virtudes no terminan en la trascendencia, o universalidad del mensaje que encierra, sino que continúan desvelándose y desvelándote, minutos y horas después de terminar, cuando quedan dando vueltas dentro de tu conciencia y también consciencia, para revelarte que novicios somos todos.
No estoy contando, sino inventando, no hay temor de destriparla. Virtudes como la de su duración, ochenta minutos son más que suficientes, pinceladas de claroscuro, ausencias sublimes que ahorran tedio al espectador, y encuadres iterativos donde los personajes ocupan el lugar que les otorga la historia de la humanidad, fragmentos humanos dentro de cualquier rinconcito del paisaje. Más que suficiente la puesta en escena, el resto, inabarcable, corresponde añadirlo al espectador. Y en esas estamos.

También Polonia, tu también querida hermana, y no solo de religión como identidad nacional, también aceptas tu culpabilidad en “aquello”, manifiestas tu dolor, el necesario acto de contrición, de arrepentimiento sobre el daño que como verdugo hiciste a los que simplemente estaban indefensos, la Shoa, el genocidio que, al parecer no fue solo la obra de aquel pintor austriaco, y que hace susurrar al verdugo del film, desde dentro del osario “Yo debería estar aquí”.
Lo hace Polonia, lo veo entre los fotogramas, los planos semiestáticos de esta película, un país que ha sido victima entre las victimas, y que podría encabezar del ranking, en este caso cruel y estúpido de países europeos que más han sufrido en el ultimo siglo.

Lo hicieron antes, desde el principio, los alemanes, reconociendo lo innegable, y asumiendo ya en
Wir Wunderkinder 1958, Nosotros los Niños Prodigio, de Kurt Hoffmann, que este arrepentimiento precoz podía ser tan falso como imprescindible para la sociedad alemana de posguerra, cuando los mismos perros, con idénticos collares, continuaban dirigiendo el barco.
Infatigablemente el cine alemán, con el intervalo de los felices sesenta, el cine de gansters “Krimi”, ha vuelto una y otra vez a las causas y a las consecuencias de aquel desastre, insistiendo en que ni todos fuimos tan malos, ni los buenos tuvieron muchas oportunidades, hasta la penúltima y reciente miniserie “Hijos del III Reich”, pasando por la extraordinaria “Heimat” Edgar Reitz, de los años ochenta, todos han insistido en usar la pantalla como muro de las lamentaciones sobre el lado oscuro del alma de una nación. Incluso siguen penando en “La vida de los otros”, pidiendo disculpas por lo que, evidentemente, estuvo mal hecho por un Estado, y deben responsabilizarse todos. Admirable madurez.

Lado oscuro que , al parecer, también tuvieron Francia, Holanda “El libro negro”, y ahora hasta Polonia. Sin olvidar la Austria de Haneke, cuya “Cinta blanca” fue mejor película europea del 2010, igual que lo fue “Caché”, donde el tema de la discriminación racial, sin necesidad de odiar (xenofobia) al otro, podía destruirlo con idéntica crueldad, incluso su ,penúltimo gran premio del cine europeo 2012, “Amor”, vuelve a tocar estigmas de los que nadie quiere hablar, la eutanasia. Y no hay que olvidar que el asunto, eugenesia, fue hecho realidad en Norteamérica, mucho antes del genocidio europeo. Faulkner nos lo recuerda de vez en cuando.

Curiosamente, hasta el Nobel de literatura de este año, abunda en la redención de los pecados. Patrick Modiano, monotemático en toda su obra, no hace otra cosa que denunciar, con la ironía propia de quien sabe y puede utilizarla, la mala sangre francesa para con los ascendientes judíos de Modiano y para muchos otros franceses, de hecho la ocupación no fue otra cosa que la emulación gala de la guerra civil que acababa de terminar al otro lado de los Pirineos, y el que la fundación Nobel haya optado por insistir en este tema , no es tanto por darme la razón, que también, como en seguir la tendencia, lo mas cómodo, que lo de crearla ya es otra cosa.

He citado cuatro o cinco países europeos. ¿Falta alguno?.
No, de ninguna manera. Aquí no hubo nada de eso, nada de nada, como dice la monjita de la película, y no hay que pedir disculpas a nadie, ni estar doloridos, sufrientes por culpabilidades apócrifas, y así nos va.

De hecho, por lo que yo observo, no hay examen de conciencia, ni contrición, ni hubo rey que abandonase su país para nunca más volver, no hubo guerra civil (todas lo son, como nos recuerdan los polacos), no hubo dictadura, a semejanza de la primera posguerra alemana, y mucho menos nada por lo que haya que arrepentirse, para intentar evitar lo mismo que el resto de países europeos, que el horror, cuando lo hubo, no vuelva a repetirse, el propósito de la enmienda. No es nuestro caso y en todo caso las victimas, una de cada diez españoles incluyendo cárcel y exilio, lo fueron por ser exclusivamente de izquierdas o derechas, como bien nos han convencido, jamás por ser lo que realmente fueron todas, republicanas.

Todavía estoy esperando algún atisbo de terminar el duelo ante el cadáver, para iniciar la reconstrucción familiar, aunque ahora me asoma la certidumbre de que al ser moda, al ser algo tan viral, esto de pedir disculpas, que hasta la bendita Polonia se ha sumado, nos obliga a subirnos al tren y además hacerlo en AVE, con la inmediata aparición de un próximo aluvión de actividad intelectual, entre literatos y cineastas, que nos hagan quedar en buen lugar, demostrando que a arrepentidos no nos gana nadie, tampoco.
Si es que hasta los portugueses nos llevan ventaja, que el “Tren de noche a Lisboa” Bille August, del año pasado, ya se sumaba al evento este de la humanidad compungida.
Que a modernos no nos gana nadie, y aunque ya no esté Berlanga, que es el quien más se ha aproximado al mea culpa generacional, cualquier día nos sorprenden otro Santiago Segura u otro Almodovar en uno de sus novísimos registros de posmodernidad, poniendo en claro alguno de esos episodios cubiertos de total oscuridad en nuestra historia. Para que luego digáis que no soy optimista.

Por cierto que, reflejos de esa época tenebrosa pude contemplar el otro día en la mítica “Surcos” 1951, del falangista Nieves Conde, exhibida en su versión restaurada en televisión española, y me produjo la sensación de que cineastas excelentes, y actores, no nos han faltado ni en tiempos como aquellos. Magnifica muestra del neorrealismo patrio con un final tan deprimente como irreal, que el hambre puede siempre mucho más que los criminales, los peligros de la gran ciudad o la mismísima censura. Gran hallazgo. 

Lástima que, después, Saura y su epígono Gutiérrez Aragón se empeñasen durante décadas en mostrarnos unas imágenes tan abstractas y expresionistas sobre la realidad española que, ni con un terapeuta mental, y el correspondiente e incomodo diván, pudimos desentrañar las ambiguas denuncias que, supongo, pretendían exponer. De no ser porque en alguna ocasión los radicales del Frente Atlético, o similares, tirasen huevos podridos, bajo las marquesinas de los cines donde las proyectaban, jamás hubiésemos imaginado que eran películas progresistas.

Esperando estamos, ya digo, que alguien nos lo explique tan sencilla y certeramente como Pawlikowski en Ida, incluso que alguien, yo mismo, tenga que volver a iniciar el folio con un encabezamiento así:

¿Tu quoque España?.


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