Agujetas reconocía padecer el machote
protagonista de “La mujer pirata” negando la tremenda paliza a que le habían
sometido mediante el castigo de los latigazos, decenas de ellos.
Reducirlo a agujetas no era seguramente, para
minusvalorar la dureza de la pena, ni para evidenciar el poderío del héroe que encarnaba -de hecho Louis
Jourdan estaba especializado en papeles dulces y melifluos, alejados de
protagonistas sobrados de fortaleza física- era más bien una manera de
acercamiento, de cortejo hacia el sexo débil que, en este caso era el fuerte,
la mujer pirata; encarnada por Jean Peters, la actriz con las mejores piernas
del Hollywood de entonces, según los expertos, que yo no puedo juzgarlas bajo
esos bombachos enormes y las correspondientes botas fláccidas de caña alta que,
al bueno de D. Luis Buñuel prestarían, sin duda,,motivos para algunas de sus
entrañables perversiones.
El asunto es que, agujetas, para el niño que
contemplaba la película, ignorante de su significado, eran lo más parecido a
”agujitas” y no lograba entender como aquellas heridas producidas por el
látigo, se habían convertido en “agujitas”, aunque los cuidados de la guapa y
el posterior desarrollo sentimental del asunto me hicieron olvidar la
contradicción enseguida. Olvidar, pero no desaparecer, que el ser humano es
obstinado, al menos con las pequeñeces de la vida, y las anécdotas sin apenas
importancia como la de estas agujas, quedan dando vueltas en su alma durante
años. Los asuntos importantes ya son otra cosa, como veremos enseguida.
Después, Elias Canetti me enseñó como
ciertamente son espinas, lo que realmente nos van clavando de forma
ininterrumpida e inmisericorde desde que tenemos uso de razón; y como esos
dardos, imposibles de extraer - observamos aquí la diferencia fundamental entre
espinas y agujitas, las segundas pueden retirarse permitiendo la restitutio ad
integrum- y como esas espinas, injusticias en su versión metafórica, van
enconando nuestro carácter, necesitando alcanzar cada día, ciertos bienes
espirituales o terrenales para olvidar su presencia. Aunque no descarta el
bueno de Elias que, también podemos extraerlas a condición de clavárselas a
otros, a otros más infelices todavía.
Aquí hay demasiada metafísica, o al menos
demasiado elevada para incorporarla al quehacer cotidiano, por más que
reconozcamos la sabiduría o el brillo del poema, el larguísimo y eterno poema,
Masa y Poder de Elias Canettí, ensayo para otros.
Otros literatos, más cercanos, usan su
sapiencia, su conocimiento del aquí y el ahora más próximo al lector, para
impregnarlo también de ética, de unos valores morales, no menos poderosos.
Rafael Chirbes lo hace en su, aparentemente novela, “En la orilla”, donde son
esas agujitas las que le clava una y otra vez la vida a alguien que, entiende y
de paso, nos enseña, la única forma de supervivencia, la dualidad de la persona
que debe ignorar esas dificultades cotidianas, por injustas y dolorosas que
sean, para seguir vivo, y la única manera es desdoblando su personalidad, algo
que hacemos todos, mediante la invención de otra, mas optimista y
esperanzadora, dotada con infinita fe en que cada día por venir nos va a
liberar de esas agujas, en tanto en cuanto estas son extraibles, y a sabiendas
también de que ello no es posible, no lo ha sido jamás para nadie, aunque
todos los esperemos ansiosamente hasta el último suspiro (ese es el título de
las memorias de Buñuel, y también el de una peli de Jean Pierre Melville que, en francés se
llamó Le dernier souffle, y lo de suflé navideño ya vuelve a distraer al diletante
que esto escribe).
Maravilloso Chirbes, y sus páginas
interminables preñadas de reflexiones, de gramática parda y otra no tanto, que
nos reconfortan al explicarnos de forma amena y creíble, la repercusión que
esas puñaladas traperas tienen sobre nuestro estado de ánimo y lo que es más
grave sobre la integridad moral de nuestra alma. Creo que voy a tener que leer
“Crematorio”. Yo, que abominaba de la novela. Snif.
Me
quedo de él, con su versión positiva, la terapia subconsciente del sufrimiento
impuesto por la necedad o por la maldad de otros, virtudes que a veces son
sinónimas, al menos para quienes las padecen.
Aprende uno, a quién la vida ha ido cubriendo
con el manto de la misantropía, que esta no tiene por que ser un defecto, ni un
pecado capital, que bien entendida es la revelación asumida de ese
subconsciente que debemos domesticar para poder seguir soñando con un mundo
mejor, el de la próxima jornada, porque esta nos la han vuelto a joder.
Recientemente se han desarrollado elecciones
sindicales en la empresa donde trabajo, España; y aunque como siempre, han
ganado todos los contendientes, me sigo asombrando, me siguen clavando espinas
los erizos y los chumbos que me obligan a rascar la piel de ciertos lugares
innombrables hasta hacer sangre. Han votado el 80% o más de los censados. A
unos sindicatos pagados por la empresa para que defienda a los trabajadores.
Para que los defienda frente a ella, que es la que paga. Yo las lecturas
infantiles, las hadas, las princesas de largas pestañas, y los caballeros asesinos
de indefensos dragones que siempre palman al final, ya las dejé hace tiempo.
El tener fe en que un intermediario pagado
exclusivamente por una parte – el aporte de la otra resulta tan ridiculizo como
insignificante-, llegue a defender a la otra, a la insolvente, me parece digno
de interconsulta a la unidad de psiquiatría. Solo que aquí el comportamiento es
colectivo y para este no hay terapia protocolizada, aunque periódicamente la
historia suela aportar soluciones ciertamente drásticas.
Si el razonamiento, el silogismo sobre que
quien paga manda, para entendernos, no
fuese suficiente, y no es solo porque su efectividad implica razonar, algo
exótico, si no fuese suficiente, tenemos
la otra versión de la demostración de la existencia de Dios, según Santo Tomás
o San Agustín, que tanto montan (a caballo), el hecho de su actuación presente
y pretérita, la de los presuntos agentes sociales a lo largo de todas estas
décadas, en las que cambiaron su autentica denominación de “verticales “por la
de “de clase” , y sobre todo la de los tiempos difíciles, los presentes, donde
su participación en procesos de rapiña institucional, donde los culpables jamás
han sido evidenciados, a veces ni expulsados, por los sindicatos donde ejercen
su labor, y su inoperancia, el peor de los pecados, la incapacidad, la
inutilidad, ante la ruina, el desclasamiento hacia la miseria, y la exclusión
vitalicia de millones de trabajadores de la posibilidad de serlo algún día, los
hace formar parte de esa nata sobrenadante y maloliente que hace imposible la
navegación sobre lo que una vez fue el mar laboral (no de Alborán, ese es
otro), o la promesa de serlo.
Y ante esas evidencias, el ochenta por ciento,
cuatro quintos de las victimas, se declaran cómplices con su voto, y
manifiestan fehacientemente su voluntad de que todo, la vida, siga igual, y a mi Julio
Iglesias siempre me ha cargado, por lo que la ración de misantropía, la agujita
semanal ya la llevo puesta.
Por cierto que agujetas de color rosa es una
canción preciosa de Los Hooligans, grupo mejicano de los sesenta, y si mal no
recuerdo, lo de agujetas debe significar algo así como zapatos de tacón alto y
fino, de aguja, para acabar de liarme las neuronas, que no de volverme loco,
eso “ya” no es posible.
También es cierto que hoy su letra sería
acreedora de una denuncia en el juzgado de la violencia de género, o algo así.
Fetichistas abstenerse. https://www.youtube.com/watch?v=jY0s2FhrU50
Hoo
ho ho
Hoo ho ho
Hoo ho ho
Yo tengo una novia que es un poco tonta
Pero es mi gusto y yo la quiero mucho
No es muy bonita pero esta re loca
Hoo si ella usa mallas también
Agujetas de color de rosas
Y un sombrero grande y feo
El sombrero lleva plumas
De color azul pastel
Hoo ho ho
Hoo ho hoo
Hoo ho ho
Hoo ho ho
Hoo ho ho
Yo tengo una novia que es un poco tonta
Pero es mi gusto y yo la quiero mucho
No es muy bonita pero esta re loca
Hoo si ella usa mallas también
Agujetas de color de rosas
Y un sombrero grande y feo
El sombrero lleva plumas
De color azul pastel
Hoo ho ho
Hoo ho hoo
Hoo ho ho
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