Lecturas de verano, que es el
tiempo cuando algunos podemos disfrutarlas.
Justo antes del solsticio de San Juan
Bautista (no confundirse con el de verano, que ese es pagano) ya
comienza uno a ubicar el tiempo de esas horas extra de luz, y por
tanto de vigilia, en la mochila cotidiana donde siempre queda
agazapada su avición (sic, de vicio) favorita, justamente después
de la primera de todas, la de libar el néctar secreto que alimenta
el alma, el que permite sortear la desesperación de contemplar el
ocaso del sol, y las subsiguientes e incontrolables pesadillas
nocturnas sufriendo, hasta que la suelta en el torrente sanguíneo de
los corticoides endógenos que siguen indefectiblemente a la aurora,
recarga el saldo de vidas de este videojuego para otra partida, la
del dia siguiente.
Y lo hace en ese tiempo extra, regalado
por el calendario y promesa de horas que van a reconciliarlo con la
inteligencia, con la memoria escrita de ciertos sabios que en el
mundo han sido, a la que llamamos literatura, quizás por pereza, o
por incapacidad de encontrar un nombre más acorde con el
conocimiento escrito, es entonces cuando comienzan a surgir títulos recientes y
otros no tanto, que llevan apilados en el estante de los deseos
semanas o incluso meses.

Tremendo bajón para quien descubre,
vuelve a descubrir algo que ha visto en un par de western y ha
entrevisto en los olvidados titulares de “El Caso”, aquel
panfleto preconstitucional sobre la crónica nacional del
cutrecrimen, el que los pringados ejercen sobre los débiles por los
métodos tradicionales tan queridos para el genero, sangre y semen,
ya sabéis.
Los crímenes de verdad, los fetén,
quedaban y siguen quedando a la espera de que el secreto del sumario
deje de serlo, o a que la información pueda salir a la luz después
de cincuenta años, -secretos de estado- si es que queda alguna
información sin destruir, para entonces. Caso de ciertas
conversaciones telefónicas grabadas durante el asedio del congreso
por los militares, que la propaganda oficial consiguió convertir en
23-F (tiene mandanga). Parece ser que las grabaciones se perdieron en
el mientras, y que nunca conoceremos otra cosa que el eco de las
voces de aquellos que oyeron a los que dicen que alguna vez las
escucharon. El crimen perfecto.
Para el ciudadano, el problema son los
medios, que antes eran los que servían para alcanzar los fines y que
ahora tampoco, ahora tienen el apellido de audiovisuales, y sirven,
entre otras funciones negativas, para alienar al personal con la
banalización del asesino y del violador, del corrupto y del
prevaricador, cualquier cosa que llene el mondongo espiritual de
quienes adquieren el conocimiento y la información simplemente a
partir de la pantalla, pequeña o grande, y de las ondas hertzianas
que, desde que falleció La Pirenaica, Radio España Independiente,
ya no sirve ni para unas risas.
La novelita en cuestión, caca de la
vaca. Una cosa entre el Clint Eastwood más trascendental y épico,
trasunto intelectualoide del John Wayne, (una de las bestias negras
de Stalin, con la otra pudo acabar en el México lindo), y con la
puesta en escena sanguinolenta y gore del David Lynch de Corazón
Salvaje.
Uno preferiría que antes de dar el
paso de parir una novela, los autores se impregnasen los dedos y la
retina con los textos sagrados del oficio, hubiesen sufrido una vida
plena de dolorosos piélagos, y se hubiesen documentado hasta la
extenuación sobre el medio en que van a situar a sus personajes. Al
parecer, tan solo el último punto cumplía aquí los requisitos,
según los cronistas de la pluma, sin embargo seguiré pensando que
ningún escenario de zarzuela tendrá nada que ver con la realidad en
que se ubica el libreto, y esta no es la excepción. Tupido velo.
Aunque no me extrañaría que hiciesen
con ella una película, guión ya tienen, y que luego podamos leer
otra novela basada en la película. Y no deliro, no. Ya sucedió algo
similar hace unas décadas cuando una chica vio una peli porno y
escribió una novela “original” que se convirtió en éxito
editorial sobre el que después harían la consiguiente versión
cinematográfica. Nada nuevo, salvo que al final los espectadores se
aburren, cambian de caseta en la feria de los horrores y eligen otra
diversión acorde con sus expectativas.
Como será el asunto que, hasta Lope
llegó a decir:
“...porque como las paga el vulgo,
es justo / hablarle en necio para darle gusto”
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