Autobiografías, o biografías noveladas de los eximios que
han dejado huella. Con los otros no puedo perder el tiempo.
Ha caído en mis manos como ese tipo de lectura procedente de
un regalo y que te condiciona a leer en justo agradecimiento a quien la puso a
tu alcance. En este caso, un acierto total.
Guillermo Cabrera Infante y su “Mapa dibujado por un espía”.
El espía es, obviamente, el escritor, y el mapa, la crónica de los tres meses
de reclusión, prisión de cuarto o quinto grado en su país, Cuba, junto a su familia.
Hace tiempo que disfruté con sus clásicos habaneros, los de
los tigres y los infantes, y sus casi enciclopedias de cine, olvidado luego
salvo por los episodios de lástima que transmitía a sus lectores desde los
últimos y dramáticos años de su exilio, y de su vida, en ese Londres que acoje
a los intelectuales que no quiere nadie, para al menos, y solo eso, dejarlos
morir en paz..
Por eso, se agradece el reencuentro con el escritor y
personaje, a través de este cuaderno de bitácora, forzosamente guardado en el
cajón de cosas impublicables, no vaya a ser que su exhibición perjudique a sus
ya suficientemente damnificados seres queridos, supongo, a la vez que a los protagonistas, centenares de
compañeros de la revolución y de lo que vino después.
Tiene un halo de autocensura tan implícita como evidente, en
esas paginas donde relata la despedida de su tierra y de su gente, a la vez que
pretende, supongo otra vez, dejar abierta la puerta a la reconciliación que le
permitiese el regreso, algo imposible.
Vitalidad desaforada, aprovechando hasta límites extenuantes
las posibilidades de esos primeros años de transición hacia el estalinismo que,
todavía permiten el juego con la indefinición de las personas y del mismísimo
régimen, y disfrutando amigos, chicas, y familiares en un ambiente de carencias
materiales que llegaron entonces para quedarse, para prestar identidad a una
época interminable.
Son decenas, casi centenares de nombres propios, algunos
todavía vivos cuando se publica esta crónica novelada del castrismo. Y leo
detenidamente las notas finales que identifican a estos personajes, y la breve
reseña de su sobrevida fuera o dentro de la revolución, desgraciadas en su
mayoría.
Leo y me asombro una vez más de como la realidad, contada
por un excelente cronista, supera a cualquier ficción. Nada nuevo, pero la
pluma y las palabras que esta destila en la mente de GCI le dan una dimensión
novedosa a estos pequeños y escasos espejismos en la historia de la literatura,
cuando se superpone a la otra historia, y lo hace con la magia de la escritura
imperecedera.
Por cierto que, en el Tropicana actuaban Los Zafiros, y
Cabrera Infante da fe de ello, poca, pero fe al fin y al cabo. Es cierto que
existieron.
Ahora a releer los tres tristes tigres, que lo de las
críticas cinematográficas resulta prescindible, con perdón de G. Cain, que era
su firma en esos menesteres. Curioso que censurasen, retirasen del cartel, King
Kong, por el terrible pecado de significar un exceso de cine americano
(capitalista, imperialista, etc) en la pantalla de la filmoteca cubana, en las
otras ni eso.
Me cuentan mis amigos de allá y desde allá, amigos que nunca
tuve y no por falta de ganas, que ahora ya no manda Fidel, ni siquiera Raul,
que ya están muy mayores. Que ahora quién tiene el mando de la Revolución es...
Raulito, el hijo del hermano del fundador. Los tiempos cambian.
También que ya no existe el departamento de lacra social, el
que intentaba eximir a Cuba de la homosexualidad, la prostitución y el
dolcevitismo (sic).
Esperemos, y deseemos, un aterrizaje suave y benefactor,
para todos.
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