Historia de un Estado clandestino.
Continuamos con las autobiografías, y esta es algo así como la aventura equinoccial de otro Capitán Trueno,
contada por su protagonista.
Tienen de ventaja aquello del
testimonio de primera mano, y tienen de sesgo disuasorio la
inevitable incursión del personaje en sucesos imprescindibles para
el lector, y para la historia, resultando a veces esta intromisión
impostada, cuando no meramente literaria.
La duda sobre su veracidad,
siempre resulta necesaria ante cualquier autobiografía, sin que ello
derive en ofensa para el escritor.
El estado clandestino polaco durante
los años, pocos, en que la invasión alemana (que no exclusivamente
nazi) tuvo visos de reversible, es decir hasta que el final de la
guerra situó a todo el país en manos soviéticas y eso que
llamamos mundo occidental, se resignó a que así fuera, igual que
se resignase a que España siguiese en manos de los vencedores, por
muy germanófilos , y por tanto malvados, fuesen.
Vidas paralelas otra vez, el gobierno
en el exilio, el nuestro en el sur de Francia, igualito que el
polaco, y posteriormente en el exilio americano hasta su extinción
natural.
Solo Odiseo regresa victorioso para recuperar su hogar, y
solo su perro lo reconoce, y esto sucede en la mitología literaria,
en la realidad suele terminar de otra manera.
Obviando las similitudes inevitables
con lo nuestro, y aceptando que ellos tuvieron la fortuna de “caer”
en el lado bueno, el de los vencedores, el final no guarda excesivas
diferencias. La pena, la resignación, el dolor, y la espera vana de
que a si a Stalin lo sucede un Kruschev, a Castro no lo suceda otro
Castro y a nuestro Generalísimo Jefe del Estado, otro nombrado por
él.
El caso de Polonia no creo que haya
sido muy diferente al de las otras naciones victimas. Tras mas o menos
idéntico tiempo de oscuridad, vuelve a resurgir la viuda de
derechas, que alumbra un papa conservador, y que tiene la desgracia,
otra, de ver perecer a los gemelos – terrible castigo, tener
déspotas a pares- en la visita obligada al lugar del crimen, Katyn,
por aquello absurdo de convertir a las víctimas en héroes mientras
se perdona, indulgencia plenaria, al criminal. A esto lo llama
Ferlosio “El Victimato”, que es algo de lo que se abusa
interesadamente en nuestro país para evadir responsabilidades ante
las victimas del terrorismo, ante el deber de ejercitar la justicia
debida, cosa más dificultosa, y menos rentable a corto, que los
homenajes y la erección de templos votivos.
En la crónica de Karski sucede algo
parecido pero con el lamento infinito, el dolor envuelto en lágrimas
reales de aquel gentil que denunció la mata de millones de judíos,
y la negativa a evitarlo por parte de las “potencias”
occidentales. Lágrimas de un anciano entrevistado en Shoah, que
devolvieron a la actualidad a este héroe silencioso que lo fué, y
que nos lo cuenta en su “Historia de un estado clandestino”,
censurando pasajes y opiniones sobre lo que aconteció al otro lado
de la frontera, la zona soviética, entonces y durante muchos después.
La protección del aliado necesario,
que al fin fue quien derrotó a Alemania, y la guerra fría
posterior, consiguieron que esa parte imprescindible de la historia
polaca, quede silenciada en esta ocasión. Gajes del oficio.
El libro es la historia de hombre cuyo
trabajo es algo tan sencillo, tan complejo, y tan peligroso, como dar
testimonio de que el país está vivo, de que su gobierno no se
rinde, aunque sea en el exilio, y de que el espíritu nacional, el
alma de los ancestros, sobrevivirá en el tiempo, al menos para los
que creen en ella. Polonia mártir.
La impresión que me deja el trabajo
del cronista es un tanto ambigua. Por un lado la abundancia de datos,
referencias y descripción del aparato burocrático de este estado
moribundo, tiene la credibilidad que le presta alguien que estuvo
dentro en todo momento y, sin casi, lugar. Por el otro, el del
superhombre que sobrevive las aventuras propias de la novela
decimonónica, me induce a sospechar que uno de los dos sea inventado, o
al menos exagerado en sus memorias, quizas prestadas por los
testimonios de otros que realmente las vivieron o que solo las
escucharon, derivando en la descripción de situaciones
inverosimiles, facilmente rebatibles par otros cronistas de aquella
epoca, sin que sean necesariamente protagonistas de aquella.
Así la denuncia de cárceles nazis
cuya crueldad estaba exacerbada por la homosexualidad de los
carceleros, o cierto quintacolumnista experto en armas biológicas,
portador de tubos contenedores de piojos transmisores del tifus que,
habilmente colocaba en el cuello de gestapos y similares.
Supongo tambien, que estos deslices
sean pecata minuta, para aquellos que justifican el indudable interés
que pueda tener un relato en primera persona de situaciones tan
terribles, pero la etiqueta de crónica histórica no llega a
permanecer adherida a su envoltorio más allá del estante de la
librería. En cuanto coges el libro con tus manos, la credibilidad
cae irremisiblemente al suelo.
Ya la primera edición adoleció de
repercusión internacional más allá de las decenas de miles de
ejemplares distribuidos entre el club de lectores americanos que lo
publicaba, y no ha sido hasta que que la comunidad israelí
recuperase la figura del escritor, la innegable humanidad de Karski,
redescubierto en la tremenda serie sobre el holocausto que Claude
Lanzmann rodase en los años ochenta, cuando la reedición del libro
ha tenido lugar. Quizás una revisión a fondo, con el añadido de la
imagen especular del desastre, la vivida en el campo sovietico por
los polacos durante casi medio siglo, hubiese convertido este trabajo
en algo digno de figurar en cualquier bibliografia sobre el asunto
fundamental del siglo veinte.
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