Consiguió el
pasaporte de ciudadano de nacionalidad incierta, eran los gloriosos sesenta y además de
merecerlo, de haberse ganado a pulso tal distinción por no poder demostrar documentalmente
su procedencia, personalizó el drama de un país, Chequia desde su
nacimiento en el 38 hasta la anexión soviética, pasando por las delicias del III
Reich. “Nationality Doubtful” dejó el tampón en su pasaporte, aunque finalmente fuese acogido.
¿Adoptado quizás? Por la república francesa.
Pienso en Bolaño, el chileno español que pasaba por mejicano, o quizás era mejicano francés que quería ser catalán, y la verdad es que entre lo uno y lo otro no hay gran diferencia.
Pienso en Bolaño, el chileno español que pasaba por mejicano, o quizás era mejicano francés que quería ser catalán, y la verdad es que entre lo uno y lo otro no hay gran diferencia.
El fotógrafo
vagabundo, le llaman.
Vagabundos,
vagamundos, otro adjetivo que intenta ocultar lo que existe detrás del que está
perdido, de los que buscan algo imposible, la tierra prometida, tantas veces
prometida como denegada.
Se puede
vagabundear por placer, incluso por ese motor intangible al que llamamos carácter,
pero no se puede llamar vagabundo a quien nace en un país, Chequia, y pasa por dos,
tres regímenes absolutos, donde el imperio, los imperios, anulan todo lo que no
figure en el estandarte.
Koudelka
alcanza el reconocimiento artístico con su serie sobre los gitanos. Afinidad o
coincidencia en ciertas cosas, la patria
a cuestas. Su serie sobre España resulta imprescindible para conocernos mejor.
Llega a
Marsella, donde a los nueve años recibe el carnet de apátrida, junto a los
restos de su familia, supervivientes del holocausto a que fue sometido el
pueblo armenio hace ahora un siglo. Otros tiempos y otros dueños del planeta:
“Apatride” es el sello del pasaporte infantil.
“Mayrig” y “588
rue paradise” son sus últimas películas, autobiográficas ellas, donde el
realizador francés cumple el sueño de dejar constancia filmada de aquello que
sucedió entonces y del valor, la heroicidad de una familia para devolver al
niño que fue, aquello que ellos perdieron para siempre.
Otra gloria
del cine francés y la ocasión de revivir , al más puro estilo Pagnol, el
significado, la importancia de los lazos familiares, por encima de todas las
dificultades que los tiempos y la geopolítica (quiere decir en realidad que
unos dan patadas en el culo de otros, alejándolos de su hogar) puedan
anteponerles.
Pasan cien
años y volvemos a las andadas, otra guerra fría. Y si lo de Checoslovaquia en
el 68, o lo de Praga, era para nosotros “fría”, igual de fría ahora nos resulta
la de Siria. Los rusos defendiendo su bases militares en la zona, los
americanos moviendo instituciones supranacionales – así las llaman para
disimular- y los franceses sacando pecho por aquello de que los tienen en casa,
a los terceros en discordia, los bizarros y noticiables islamistas, que nadie sabe
cuántos son ni donde están, y que resultan levadura imprescindible para que
crezca y temple la masa del pan.
Exiliados,
refugiados, perseguidos, apátridas, de nacionalidad totalmente cierta, hasta
que alguien cambie el nombre de su país y pasen a ser saharauis en el desierto argelino o
palestinos en tierra de nadie.

"Desde Madrid
os ofrecemos una cálida bienvenida a Berlín o a donde sea, pero lejos de aquí".
Que aunque somos generosos, dignos, honrados y virtuosos en general, apenas
disponemos de medios, ni de justicia, para consolar a los millones de españoles
sin trabajo, jóvenes sin futuro, y ancianos sin consuelo a corto, cortísimo
plazo, cuando sus nietos se hayan perdido en ese mundo donde el origen incierto
se convierta en la cifra tatuada en la muñeca, justo al lado de otras
estupideces que la moda impone a esa generación que caminará hasta donde le
lleguen las fuerzas. Otra cosa, ofrecer lo que no se tiene, al realmente necesitado, es una hipocresia solo justificada por la ambición de algunos mandatarios impios y sus trompeteros de adviento.
Los armenios
salieron por miles, centenares de miles, y llegaron centenares, escasas decenas,
dejando la ruta repleta de cadáveres. Cadáveres que todavía hoy, cien años
después carecen de país que pueda reivindicar su memoria, esa que algunos
llaman histórica.

Pocas, y
censuradas veces, nos ha sido ofrecida la ocasión de ver la columna infinita
desde el lado de los que se incorporan a ella, donde el espectador es actor y
donde los dolorosísimos primeros planos del que abandona forzosamente su
tierra, sus seres queridos, sus raíces, no deja lugar alguno para el gran
angular, imprescindible en la película de la vida de los demás, la que
pasivamente contemplamos en las pantallas.
Recuerdo todavía
fresco el testimonio hilarante de
algunos que contemplaron está marcha, desde ese lado más humano y cruel, el de
los que observan a los que inician el viaje en medio de la noche y el frio, y
recuerdo lo divertida que resultaba al
relator la imagen de las blusas hinchadas por el viento al perderse en la lejanía.
! Hacían pompas ¡ ! Divertidas pompas!. Me contaba sonriendo. Pompas que
flotarían a lo largo de las costas de Málaga, Granada y Almería en la
ruta de la muerte, una de tantas, en el 36.
Aparentemente,
solo en apariencia, las cosas han cambiado, y la acogida y la supervivencia de
ciudadanos de países lejanos son, o van a ser, realidad, garantizando vidas, confort, y algo que no es
baladí, el conservar su nacionalidad, la esperanza de que las raíces sigan
intactas, bajo la tierra de sus antepasados. Esperemos.

Los armenios eliminados durante la primera guerra mundial, los judíos durante la segunda y los campesinos españoles del lado perdedor durante la peor de todas, la Paz.
Desconozco
que nos están anunciando los sirios en su huida hacia adelante, de que suceso
apocalíptico son heraldos, pero me temo que será lo mismo de siempre. Otra fase
del ciclo de sangre y fuego, en el que el dolor de unos servirá para despertar
el temor y la piedad en otros, y tan solo la moneda dando vueltas en el aire,
determinara si estaremos en uno o en otro equipo, el de los que marchan – en
realidad huyen, no nos engañemos- o el de los que contemplan pasivamente el espectáculo,
lamentándose, o no, -que ya hemos visto que también haylos - pero sin olvidar que la moneda está al caer y
no tardaremos en conocer que papel nos toca en la función, en este enésimo acto
de la tragicomedia de la historia universal.

De moriscos
y sefardíes ya escribiremos otro dia, aunque me temo que será otra vez, el mismo cuento de las mil y una noches.
-Koudelka
puede disfrutarse todavía en la completísima exposición monográfica que se
exhibe en la Fundación Mapfre de Madrid.
-Las pelis de
Verneuil pueden verse, libre y pecaminosamente, gracias a que el campo, cultural
en general, y cinematográfico en particular, perdió sus puertas hace tiempo.
-La compota
es personal e intransferible. Ni a los refugiados les voy a dejar probarla. Se
siente.
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