“Quien tiene dos mujeres pierde su alma, quien tiene dos
casas, pierde la razón” (Proverbio de Champagne) de “Las noches de la luna
llena” (1984).
Media vida esperando la cita anual con la última película de
Rohmer ansioso de ver otra vez la misma historia mínima, los mismos personajes,
chicas jóvenes, y por tanto guapas, y hasta las mismas actrices que,
milagrosamente no lo aparentaban, tal parecen personas normales a las que
hubiesen pillado durante noventa minutos de su vida, tan normal e intrascendente, como la del común de los
mortales. Repetición que siempre ha satisfecho las expectativas aplazadas,
estimulando la adicción, ahora colección, de cine tan singular.
Términos como: sociología, metafísica, moralismo
naturalista, o incluso “prosa cinematográfica”, se han usado para etiquetar la
obra de este autor, fundador de la “Nouvelle vague”, director de “Cahiers” y
productor a través de “Les Films du Losange”, donde Nestor Almendros
sentaría el patrón estético de la imagen cinematográfica que Rohmer, y media
Europa, mantendrían hasta el final de sus cuentos morales y de las cuatro
estaciones, de sus comedias y proverbios.
Curiosamente esta afición es generosamente compartida por
cinéfilos durante el último medio siglo, sobre películas aparentemente clónicas, historias
presuntamente banales, donde los interminables diálogos no solo sirven para
ocultar la ausencia absoluta de fondo musical y
permitir a los personajes moverse en esa pequeña parcela del jardín que
la vida les ha concedido, sino que ademásles les facilita el
definir sus personalidades al hablar , al moverse, al gesticular y comportarse, estableciendo un paisaje que acaba convirtiéndose en protagonista, lo que nos induce a sospechar que detrás de cada pequeña vicisitud se esconde una gran lección, una profunda reflexión moral que justifica el tiempo que le hemos dedicado, y relativiza el placer que nos ha producido.
definir sus personalidades al hablar , al moverse, al gesticular y comportarse, estableciendo un paisaje que acaba convirtiéndose en protagonista, lo que nos induce a sospechar que detrás de cada pequeña vicisitud se esconde una gran lección, una profunda reflexión moral que justifica el tiempo que le hemos dedicado, y relativiza el placer que nos ha producido.
Cine feminista sin necesidad de militancia, desde su primer
documental sobre la afluencia femenina en la universidad francesa durante los
sesenta, Une Étudiante d'aujourd'hui,
(1966) y explicita a lo largo de toda su obra.
Quizás lo lo único que pude
reprocharle a este hombre es que se fuese, que nos dejase sin suministro
anual, que a sus noventa años dejase de otorgar la paga, la propina que hace
feliz al nieto hasta la próxima visita al abuelo. Ello a pesar del inevitable
abuso que la industria comete sobre los cineastas longevos, cuyas ultimas
películas no pasan de ser otra cosa que productos indignos cuando no
sobrevalorados, solo aptos para un público poco exigente: Hitchcock, Buñuel,
Kurosawa...también Rohmer.
Afortunadamente, cuando creímos que la orfandad era algo
natural e inevitable, descubrimos una cineasta - mujer, como Rohmer habría
deseado- que ha recogido el testigo de este cine moral e imprescindible. La
japonesa Naoko Ogigami, ya va por su cuarto proverbio, y ha conseguido algo tan
impensable como el que no echemos en falta a su maestro, añadiendo además la
sutileza oriental de utilizar los silencios, los planos estáticos, los insertos
sobre elementos del entorno, que nos dejan tiempo para coger aire y meditar
sobre lo que nos está sucediendo, posiblemente algo similar a lo que cuenta la
película.
Y es que: “Quien habla demasiado acaba errado” (Chretien de
Troyes) , de “Pauline en la Playa”
(1983).
Como corolario a un extraordinario, y personalisimo
cineasta, nos queda la imposibilidad de hurgar
en su vida personal, absolutamente privada, en su propia historia. Hasta
el nombre fue prestado por sus admirados ERIC (Von Stroheim) y Sax ROHMER, el
novelista inventor de Fu Manchú.
Incluso su definición política no fue posible ubicarla más
allá de una esporádica declaración sobre que él no era de izquierdas. Por
cierto que su: “El árbol, el alcalde y la mediateca” (1993), quizás sea uno de
los documentos más verosímiles y divertidos, crónica de la Europa democrática de los
noventa. Imprescindible como casi todo su cine.
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