martes, 20 de octubre de 2015

VIAJE A PORTUGAL I .- (El hombre bala).

                               


Cuando uno va al circo, generalmente paga antes la entrada. Esto le da derechos, como el poder contemplar al hombre bala, el que vuela a 200 km/hora, pero también le impone ciertas obligaciones, principalmente el creer que ello sea cierto. No tiene sentido pagar por algo en lo que no se cree, resultando elemental la disyuntiva. Si no tienes fe en lo que te van a contar en el espectáculo, mejor te quedas en casa viendo la tele. Quizás esa sea la finalidad última de estas actuaciones inverosímiles y, por tanto, en extinción, el que nos resignemos a permanecer en nuestra jaula contemplando la pantalla.

Existen, no obstante, otros espectáculos más peligrosos, extraordinariamente arriesgados, para el espectador. Sobre todo cuando este acude a ellos convencido de que la entrada es totalmente gratuita, que con su sola asistencia ya queda saldada la cuenta y que ingenuamente, solo va recibir derechos, de hecho está convencido de que solo va a recibir, receptor universal gracias a la magnificencia divina. !Por encima de mí...ni Dios!  Sin nadie que lo contradiga, que ponga en duda la incoherencia de su actitud y los riesgos que asume asistiendo gratis al circo, al otro.

Viene esto a cuento cuando leo las consignas publicitarias del circo que va estar presente en las plazas del país hasta que transcurran un par de meses, simultáneamente en todas ellas, cosa que ni por asomo osaría intentar el Circo Mundial.
Casi todos los artistas lo hacen, salvo los payasos que tienen un rol tradicional e inmutable y que son conscientes de ser tan imprescindibles que no necesitan prometer ni anunciar las pantomimas con las que van a hacer reír. Mientras la función prosiga, lo harán ellos.
Pero el resto de acróbatas, trapecistas, contorsionistas e incluso domadores de animales ficticios – los otros están prohibidos- tiene que vender su excepcionalidad, su más y mejor que todos los conocidos hasta que llegaron ellos, y para ello están dispuestos a ofrecer, a prometer, actuaciones tan espectaculares que convertirán en ingenuo e infantil el anuncio del hombre bala.

Conocen bien, o al menos lo pretenden, los gustos, las expectativas de sus clientes, aquellos que están convencidos de que el espectáculo les resultará gratis, y rellenan por tanto el pasquín con motivos adecuados a las mentes a las que van dirigidos.
Así, suelen comenzar prometiendo deshacer lo hecho, reformar las reformas. Curiosamente su actividad futura, en caso que fuesen elegidos, sería la de romper, eliminar, anular, las últimas y las penúltimas leyes aprobadas democráticamente, e incluso van más allá en su atrevimiento, aquellas que fueron decretadas dictatorialmente, cuando entonces.
Leo con estupefacción que prometen eliminar- o quizás modificar, retocar, actualizar- el concordato con la SS, aquel que nos une indisolublemente con la religión única, aunque que finalmente la reducen a la risible y utópica promesa de hacer que la iglesia pague el IBI, y me hartaría de reír ante semejante disparate (la promesa), si no fuese porque quienes la hacen son hermanos mayores de alguna cofradía, educados en colegios religiosos, y pregoneros de la semana santa de su pueblo.
Tienen toda la credibilidad del mundo, y al parecer del cielo.

De anular, derogar las reformas sobre legislación laboral, penal, educativa o sanitaria, modificada por otros que estuvieron antes en la pista, solo la insistencia me aterroriza.
Hasta la ley “mordaza” pretenden “quitar”. He buscado en el BOE y no encuentro ninguna que responda a ese título “mordaza”, y, por supuesto, anular el concierto vasco, que tampoco conocemos más allá de la estupenda coral que tienen.
Ellos o sus creyentes sabrán de qué están hablando.
 En todo caso convierten en tópico infumable la parte presuntamente primordial de su capacidad artística.
Por si el asunto no fuese realmente optimista y esperanzador para sus víctimas, dedican la segunda y fundamental parte de su actuación a insultar, vilipendiar, acusar, e intentar demonizar a los rivales, a las peligrosas fieras de antaño, que ellos someten a picas, latigazos y otras felonías, tan del gusto del espectador consecuente.

Y todavía pensarán algunos que el no pagar entrada es sinónimo de gratuidad. Que lo gratis existe y nadie va a correr con los gastos presentes y venideros, que su irresponsabilidad como ciudadanos los convierte, quiéranlo o no, en sombra, en eco, en soporte necesario para los artistas que se anuncian con semejantes carteles.
Carteles y propuestas -negativas todas- que veremos en abundancia durante un par de meses.
Lo increíble es que un público ávido de sensaciones fuertes, masoquista a todas luces, malgastará su tiempo durante esta parada circense promocional, para posteriormente mantener vivo el espectáculo, a pesar de la evidente y reiterada discrepancia entre sus promesas y la realidad, cutre y miserable, que se vive dentro de la pista, manteniéndolo vivo con el óbolo cuatrienal que tan barato parece a quien lo otorga y tan costoso está resultando para todos.

Me quedo, sin duda, con el hombre cañón, a sabiendas de que los kilómetros por hora van a ser la décima parte de los que anuncia, y que, no obstante, el estado calamitoso, lleno de remiendos, de la malla que lo recoge en su salto, igualmente me va poner, de hecho pone, a cualquier sádico que se precie.



P.D.- ¿ Antidemocráticos?

Los sillones vacíos, o mudos, de los diecinueve parlamentos nacionales. Los imputados sin juzgar, --de condenar ni pensarlo- y todo un sistema, este, que se obstina en no cambiar ni un ápice de su errado fundamento.
Lo otro, lo del circo, es solo una pantomima, simulacro, como en el bolero del puro teatro, el de La Lupe.

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