
Cuando uno va al circo, generalmente paga antes la entrada.
Esto le da derechos, como el poder contemplar al hombre bala, el que vuela a
200 km/hora, pero también le impone ciertas obligaciones, principalmente el
creer que ello sea cierto. No tiene sentido pagar por algo en lo que no se cree,
resultando elemental la disyuntiva. Si no tienes fe en lo que te van a contar
en el espectáculo, mejor te quedas en casa viendo la tele. Quizás esa sea la
finalidad última de estas actuaciones inverosímiles y, por tanto, en extinción,
el que nos resignemos a permanecer en nuestra jaula contemplando la pantalla.

Viene esto a cuento cuando leo las consignas publicitarias
del circo que va estar presente en las plazas del país hasta que transcurran un par de
meses, simultáneamente en todas ellas, cosa que ni por asomo osaría intentar el
Circo Mundial.
Casi todos los artistas lo hacen, salvo los payasos que tienen un rol
tradicional e inmutable y que son conscientes de ser tan imprescindibles que no
necesitan prometer ni anunciar las pantomimas con las que van a hacer reír.
Mientras la función prosiga, lo harán ellos.
Pero el resto de acróbatas, trapecistas, contorsionistas e
incluso domadores de animales ficticios – los otros están prohibidos- tiene que
vender su excepcionalidad, su más y mejor que todos los conocidos hasta que
llegaron ellos, y para ello están dispuestos a ofrecer, a prometer, actuaciones
tan espectaculares que convertirán en ingenuo e infantil el anuncio del hombre
bala.

Así, suelen comenzar prometiendo deshacer lo hecho, reformar
las reformas. Curiosamente su actividad futura, en caso que fuesen elegidos,
sería la de romper, eliminar, anular, las últimas y las penúltimas leyes
aprobadas democráticamente, e incluso van más allá en su atrevimiento, aquellas
que fueron decretadas dictatorialmente, cuando entonces.
Leo con estupefacción que prometen eliminar- o quizás
modificar, retocar, actualizar- el concordato con la SS, aquel que nos une
indisolublemente con la religión única, aunque que finalmente la reducen a la
risible y utópica promesa de hacer que la iglesia pague el IBI, y me hartaría
de reír ante semejante disparate (la promesa), si no fuese porque quienes la
hacen son hermanos mayores de alguna cofradía, educados en colegios religiosos,
y pregoneros de la semana santa de su pueblo.
Tienen toda la credibilidad del mundo, y al parecer del
cielo.

Hasta la ley “mordaza” pretenden “quitar”. He buscado en el BOE y no encuentro ninguna que responda a ese título “mordaza”, y, por supuesto, anular el concierto vasco, que tampoco conocemos más allá de la estupenda coral que tienen.
Ellos o sus creyentes sabrán de qué están hablando.
En todo caso convierten en tópico infumable la parte presuntamente primordial de su capacidad artística.
En todo caso convierten en tópico infumable la parte presuntamente primordial de su capacidad artística.
Por si el asunto no fuese realmente optimista y esperanzador
para sus víctimas, dedican la segunda y fundamental parte de su actuación a
insultar, vilipendiar, acusar, e intentar demonizar a los rivales, a las
peligrosas fieras de antaño, que ellos someten a picas, latigazos y otras felonías,
tan del gusto del espectador consecuente.

Carteles y propuestas -negativas todas- que veremos en
abundancia durante un par de meses.
Lo increíble es que un público ávido de sensaciones fuertes,
masoquista a todas luces, malgastará su tiempo durante esta parada circense
promocional, para posteriormente mantener vivo el espectáculo, a pesar de la
evidente y reiterada discrepancia entre sus promesas y la realidad, cutre y
miserable, que se vive dentro de la pista, manteniéndolo vivo con el óbolo
cuatrienal que tan barato parece a quien lo otorga y tan costoso está
resultando para todos.
Me quedo, sin duda, con el hombre cañón, a sabiendas de que
los kilómetros por hora van a ser la décima parte de los que anuncia, y que, no
obstante, el estado calamitoso, lleno de remiendos, de la malla que lo recoge
en su salto, igualmente me va poner, de hecho pone, a cualquier sádico que se
precie.
P.D.- ¿ Antidemocráticos?
Los sillones vacíos, o mudos, de los diecinueve parlamentos
nacionales. Los imputados sin juzgar, --de condenar ni pensarlo- y todo un
sistema, este, que se obstina en no cambiar ni un ápice de su errado
fundamento.
Lo otro, lo del circo, es solo una pantomima, simulacro, como
en el bolero del puro teatro, el de La Lupe.
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