lunes, 30 de noviembre de 2015
ME TEMO QUE LA SANIDAD NO VA A ACTUAR EN ESTA FUNCIÓN.- (NO TOCA).
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jueves, 26 de noviembre de 2015
MARCHAR ES TAN SOLO UNA MANERA DE LLEGAR.-
Ahora está junto a OZU y NARUSE, y en nuestra memoria.
SETSUKO HARA
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lunes, 23 de noviembre de 2015
CUANDO DESPERTÉ, ELLA YA NO ESTABA ALLÍ. (CHANTAL AKERMAN).-
Te vas, aunque sea el tiempo que dura una noche de sueño
reparador, o esos cuatro días de vacaciones en los que desconectas de casi-todo,
vaciando la mente de basura, y de malas intenciones acumuladas inevitablemente
a lo largo de todo el año.
Resulta que vuelves con la neuronas, y el alma,
descongestionadas, con todo el poder que te ofrece la recarga física y moral del breve descanso, pero con una hipoteca oculta e inevitable, la de haberte
perdido algo o mucho, importante o no, sucedido durante tu ausencia.
Desgraciadamente, cuando la noticia ignorada es alguna
estupidez, queda rebotando en los medios durante semanas o meses, y a tu
vuelta sigue fresquísima, ocupando la atención y el espacio en los titulares
que serían necesarios, al menos para plegarias, si es que las agencias no
disponen en esos instantes de otra mercancía que ofrecer.
Pero hay otros sucesos de supuesto interés limitado que
nunca ocupan titulares en primera página, y figuran con esos caracteres de
tamaño modesto que solamente lectores expertos en lectura rápida, en vislumbrar
más que leer, párrafos sin sentido,
resultan afortunados al descubrir un nombre propio familiar, al que tienen la
suficiente simpatía para obligarse a volver atrás, rebobinar y leer
detenidamente la corta, brevísima a veces, pincelada informativa debida a esa persona.
En esos casos, la ausencia
del viajero, que se somete a estos nuevos ejercicios espirituales que huye del mundanal ruido, lleva aparejada la perdida, la ignorancia de
aquello que realmente sucedió y que, sin embargo, para el ausente jamás tuvo
lugar, en su forzada ignorancia al menos.
Ayer ocurrió con Chantal Akerman, cineasta belga que
falleció durante esos días de octubre en los que tuve desconectada toda fuente
de conocimiento exterior, y gracias a los cuales recuperé las ganas de volver a
enfrentarme con el eterno piélago de calamidades, e icluso albergar cierta esperanza
de sobrevivirlas.
Un nombre propio solamente, uno de tantos, de esos que
bailan en tu memoria esperando que te pregunten por él algún día en el concurso
“Saber y ganar”, nuestro “Quiz” para
loros de biblioteca a los que algún día soltaron de la jaula, quizás para que
podamos presumir de un discreto grado de conocimiento inútil.
Chantal Akerman se marchó uno de esos días, y lo descubro con
retraso en alguna página de cinéfilos, la de Solaris en este caso, leyendo
hacia atrás, como debe ser, dedicando el suficiente tiempo al tiempo que el
escritor emplease durante los días, semanas o meses anteriores. Lo bueno de los
blogs que no están centrados en las
noticias - para eso ya está la prensa digital-, es que el valor de sus páginas suele
aumentar leyendo hacia atrás, como estuve haciendo en este caso.
Se quitó la vida, dicen en los noticiarios serios, falleció
en París según Wikipedia, y me admira la limpieza, la pulcritud, el respeto
para con la vida ajena, si no van más allá del hecho, y porque los detalles
sobran, al menos cuando alguien toma y ejecuta semejante decisión.
No tiene sin duda quien le cante versos como los dedicados a
Alfonsina Storni, ni a una Mercedes Sosa
que le preste voz a su despedida, pero en cierto modo, también Chantal era una
poetisa, una feminista sin necesidad de presumir de su condición femenina, una
cineasta europea lo suficientemente interesante para los de mi generación como para no olvidar su obra, su trabajo tras
la cámara, que al fin es lo que trasciende a la persona, el oficio dedicado a
los demás.
Una pesimista muy optimista, como ella se retrataba, que a
través de la observación y de la reflexión, nos deja una docena de películas
estimables, con un estilo personal y amable para intentar hacernos comprender
el entorno que nos ha tocado en suerte.
Quizás sea su imagen de chica moderna, sus ojos tan
especiales , así como su provechosa madurez dedicada en la enseñanza cinematográfica, los que
repiquetean en el recuerdo del admirador y me inducen a dedicarle esta
merecida lagrima.
Sobre todo si considero lo injusto que he sido con ella al
no estar aquí, en el mundo, en ese su momento.
Si bien dudo en quien sufre más,
si los que marchan sin despedirse, o aquellos a los que les gusta despedir a
los que marchan y penan por no poder hacerlo. Un autentico sinvivir, admirada
Chantal.
( Por cierto que para ojos, también los de Chantal Goya, otra de mi quinta).
( Por cierto que para ojos, también los de Chantal Goya, otra de mi quinta).
Buñuel se fijaba en los zapatos, en los pies y no en los
ojos, y es que que hay gente pa tó.
Fetichistas irredentos.
que lame el mar
su pequeña huella
no vuelve más
un sendero solo
de pena y silencio llegó
hasta el agua profunda
un sendero solo
de penas mudas llegó
hasta la espuma.
Sabe dios qué angustia
te acompañó
qué dolores viejos
calló tu voz
para recostarte
arrullada en el canto
de las caracolas marinas
la canción que canta
en el fondo oscuro del mar
la caracola.
Te vas alfonsina
con tu soledad
¿qué poemas nuevos
fuiste a buscar?
una voz antigua
de viento y de sal
te requiebra el alma
y la está llevando
y te vas hacia allá
como en sueños dormida,
alfonsina vestida de mar.
PD.- Marie Laforet, por aquello de los ojos... Escuchad, mirad y a sufrir.
miércoles, 18 de noviembre de 2015
CERRANDO LA MURALLA...
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viernes, 13 de noviembre de 2015
ORSON WELLES EN EL MANUAL DE USO CULTURAL.-
Orson “Das wunderkind”
Welles, el chico prodigio, quien desde sus comienzos en el teatro
shakesperiano hasta alcanzar la cima del cine universal a los 25 años, solo
necesitó un breve lapso de tiempo y la confianza preñada de arrepentimiento,
una y no más, de ciertos magnates de la RKO que se expusieron a producir ”
Ciudadano Kane” en 1942. Un gran salto cualitativo para el cine universal,
fusionando la puesta en escena expresionista con los mejores medios técnicos y artesanos de su época, los punteros en el
oficio de lo que acababa de convertirse en arte, el séptimo.
Nunca sabremos, ni querremos saber, si es en realidad una película de detectives, una
road movie que enlaza sucesivos ambientes y personajes o, quizás solamente un
melodrama, donde el último suspiro del presunto protagonista nos muestra en
maravilloso flashback, escenas que siguen siendo paradigma del mejor cine
setenta y cinco años después.
Un guion perfecto, actores de lujo,
secundarios que no lo son, entre ellos el primer y único español que
haya brillado en el Hollywood clásico, Fortunio Bonanova, sin olvidar a un tal
Joseph Cotten, cuya carrera no habría existido sin el apoyo de Welles , protagonista
de la apócrifa “The magnificent Amberson” 1942, aquí titulada "El cuarto mandamiento", por aquello de las témporas,
y actor principal de "El tercer hombre" 1949 Carol Reed, donde el
Welles actor, su memorable Harry Lime le roba a todo el mundo la función, igual
que volvería a hacer en “Sed de mal” 1958 donde, también como director, vuelve a asombrar, creando
otro malvado imprescindible para el cine negro, el inspector Quinlan.
Su personaje , el predicador de “Moby Dick”, John Huston 1956, sin cuya homilía inicial no
puede comprenderse plenamente la historia de Herman Melville, fue suprimida por
la censura española, abundando en la
interminable serie de destrozos que exhibidores y productores ejercieron sobre
la carrera de Welles.
Fracasos en taquilla, boicoteado por el todopoderoso Hearst, unido a la sombra de izquierdismo y
la fama, merecida, de director caprichoso y extravagante, le obligan a
trasladarse a Europa, donde su prestigio le facilitó suficiente crédito para
estirar este declive de manera continuada hasta el fin de sus días.
Realiza media docena de películas,
algunas para televisión, que, sitúan al borde de la ruina a otros tantos creyentes
en el cine como arte, entre ellos Emiliano Piedra. Dejando inconclusos otros
tantos borradores, escenas sueltas de películas que nunca llegaron a nacer, y
que sus admiradores irredentos proyectan intermitentemente en exhibiciones para
cinéfilos.
Recuerdo como hipnóticas,
ciertas secuencias de su inimitable Falstaff, aquí titulada “Campanadas a
medianoche” 1965, por razones citadas con anterioridad. Espero impaciente la
restauración digital de este clásico, donde los exteriores de la Castilla
medieval cubren con creces las limitaciones del presupuesto.
Falstaff es, indudablemente, uno de los personajes preferidos de
Shakespeare, por su humanidad. Su ambigüedad y su fatalismo, y no pudo
interpretarlo nadie más fielmente que, Orson Welles, actor, productor y
cineasta absoluto. De su larga época crepuscular, ciertamente inmerecida para
un director de su talla, es esta la película a rescatar. Y con ella, toda la
parafernalia de su rodaje, su milagroso making off en la España de los primeros sesenta.
Esta, y también un extraordinario documental-legado, una sincera confesión
de despedida, en la que, usando como pretexto la exhibición de ciertos
impostores, falsificadores, que en el mundo han sido, “Fake” 1973, esboza
mediante un primer plano de su rostro, en la sonrisa del pícaro bonachón, del
gordito cariñoso que siempre fue, el guiño de complicidad con el espectador a
quien va dirigida. Algo así como: " Ese falsificador soy yo. Así es el
cine, y así ha sido la vida de este chico prodigio. Mirad la bengala cuando
cae, y oled su brillo, continuad disfrutando el aroma de la pólvora, después de
los fuegos de artificio"
Magnifica despedida y estupendo
epitafio, en el que no debe faltar
"Rosebud", la palabra iniciática de cualquier aficionado
al cine.martes, 10 de noviembre de 2015
ALEGORÍA FACILONA.-
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jueves, 5 de noviembre de 2015
APARTA DE MI ESTE CÁLIZ.-
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domingo, 1 de noviembre de 2015
VIAJE A PORTUGAL III.- (Un país para golosos)
Resulta arriesgado sentarse a comer en un país del que
desconoces el idioma. Más aún si te crees capaz de adivinarlo, de interpretarlo
alocadamente.
Quizás en alguna de las primeras visitas, buscando un sitio donde comer, en la época cuando allí
estos todavía se denominaban “casa de pasto”, el vislumbrar el cartel de alguna de
ellas con la modalidad “casa de fados”, justificase que el temerario
interprete que llevo dentro, lo ubicase, al fado, como una especialidad
gastronómica tan lejana como inaccesible. Pasaron largos años en que aquellos que
hablaban de la excelencia de los fados, se convertían para mí en auténticos gurús,
en aventajados viajeros que sin duda, habían llegado más lejos, mil metros más
alto, que yo, en esa aventura del conocimiento que es desvelar platos y sabores
lejanos.
Luego vendría la estúpida moda de identificar al fado como
lo que era, debido en parte al hundimiento de la casa Usher, entendiendo como
tal a las discográficas del mundo entero, y la necesidad de buscar
constantemente etiquetas que rentabilizasen el otrora negocio que los hizo crasos durante un tiempo, tanto como para considerar la industria musical
como porcentaje influyente de ciertos
PIB anglosajones. Por otra parte el fenómeno o ecuación pijo/consumo, ha
inducido a los emprendedores a ofrecerles periódicamente alguna novedad
exclusiva que genere esa riqueza súbita y evanescente a que nos tienen
acostumbrados.
Así los expertos sibaritas de quienes aprendí tantas cosas
inútiles, aparentaron resultar familiarizados hace un par de años con Carlos do
Carmo o con la mismísima Amalia, y me hicieron comprender lo absurdo de la
espera, por mi parte, de comerme un fado, un buen fado portugués, al que
suponía con toques de FAbada y de
estofaDO.
Este paralelismo entre la comida portuguesa, vista desde el
nombre de sus platos, y sus contenidos, como el de los sobres sorpresa de mi infancia,
no ha cesado de emocionarme.
Lo del fado fue posterior a la estupefacción que supuso ver ante mi cuchillo, el "entrecosto", a quien
había tomado por un entrecot en la carta y, resulto ser que tampoco, que el
entrecosto es la parte más innoble del costillar, con su osamenta incluida.
Ni
que decir que la sugerente "entremeada" que figuraba en aquel menú del dia, y a la
que de inmediato me dirigí para desvelar su misterio, quedó en el limbo después de
que mis acompañantes me disuadieran de pedir algo sin la menor información
previa. Y la información es fuente de sabiduría, pero también de grandes
decepciones, la entremeada resultó ser nuestra humilde panceta, y derivó mi
elección hacia otro elemento que tampoco, mire usted.
Una vez que aceptemos el hecho de que durante años he
sufrido la frustración de no haberme comido un fado, comprenderéis como algo
absolutamente normal, es decir racional, el que si me haya comido "un marqués", y
nada menos que de Pombal. Y conste que, a punto he estado de comerme también a
"Dom Rodrigo", excepcional postre, supongo, ya que los dulces portugueses son
casi todos excepcionales a mí entender. Quizás
disuadido por su presentación, en atadillo figiforme de aluminio, a veces coloreado, con un
aspecto excesivamente escrotal, sobre todo cuando los sirven en parejas. Aunque tampoco descarto la idea de su
probable indigesto componente calórico, al estar compuesto de huevo dulce hilado y
almendras, lo que obliga al comensal a continuar bebiendo líquidos
coadyuvantes, Ginja o Amarguinha, quizás Beirao, en momentos en los que su
estomago sobrepasa la capacidad para la que fue diseñado.
Sea como fuere el Dom Rodrigo queda a la espera de un
próximo viaje en el que intentaré averiguar también el origen de su
denominación.
Lo del marqués, en cambio, ha sido otra cosa, son hechos
consumados, nos hemos comido un marqués, o quizás dos, y a sabiendas de que
nuestra cultura da por bueno el que nos zampemos los huesos de santo, o las
yemas de Santa Teresa, sin incurrir en antropofagia alguna, y no como en la
peli de Nelson Pereira Dosantos, que también. Este buen marqués, el Pombal,
reconstruyó media Lisboa después del Big One, creando un estilo propio, el
pombalino, con el que ha pasado a la historia del urbanismo.
Con los restos, despojos, y bocetos perdidos, se permitió
edificar un pueblo modelo, donde no había
más que un par de casas de pescadores y una playa cuando todavía las calas
arenosas no eran tales. El lugar se llama, Porto Covo, y es un ejemplo, entre
miles, del daño que el turismo y los depredadores que le acompañan, pueden
hacer a cualquier lugar con encanto real, y no con la etiqueta de encanto que
acompaña hoy a cualquier anuncio vacacional.
Este pueblo, que fue,
antaño precioso, de pescadores con casitas adosadas y pintadas con ese azulón,
casi cobalto, que antes era característico de los pueblos manchegos, y que tan
solo intentaba evitar el encalado continuo de las partes más expuestas de sus
fachadas a la vez que repeler insectos y otras alimañas que se suponen
sensibles a semejante color. Urbanizado
al modo de aquellos españoles poblados de colonización de los planes de desarrollo
de hace casi un siglo, de cuando los regadíos y los pantanos, pueblo de recortable,
de idílico e inmaculado trazado con que los niños dibujábamos el plano de lo
que suponíamos el hábitat ideal del ser humano. Hoy, naturalmente es la
demostración de cómo las hordas de viajeros , entre las que se incluye un
servidor, pueden convertir en cutre-parque temático a cualquier lugar, y Porto
Covo es un ejemplo para no olvidar.
Lo cierto es que el dulce local, los bolos o pasteis, son
denominados, naturalmente, marqueses; y no pude menos que catarlos, caníbalmente
disfrutarlos, y asignarles un 9 en la escala de dulzura portuguesa, que no es
poco.
Continente en la línea del volován de finísimo hojaldre de
los pastéis de nata – mantequilla generosa y verdadera- y contenido sabia y
moderadamente horneado con una mezcla de cabello de ángel, almendra y quizás
una pizca de miel, lo suficientemente escueta para no quitar protagonismo a la
gloria de la calabaza alentejana.
Otra muesca más en la lista de favoritos de cualquier
goloso, el “Marqués de Porto Covo”.
Si bien , también en la lista de deseos insatisfechos
figuran entre otros el misterioso
“Morgado”, que figuraba en la lista de
postres del mejor restaurante donde he comido desde hace años, y que también por
excesos obligados, culpa del porco preto que nos pusieron delante, quedarán
para otra, inevitable visita. Del lugar y la experiencia os relataré en otra
ocasión, sin temor alguno de que se convierta en lugar de peregrinación que
eche a perder ese, todavía paraíso.
Nadie es capaz de leer antes “El desierto de los tártaros”,
de ver “Como era gostoso o meu francés” y hacerse quinientos kilómetros por
carreteras secundarias, sin la suficiente vocación para ello, para encontrar El Dorado de la gastronomía ibérica, doblemente ibérica.
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