miércoles, 24 de febrero de 2016

BUSCANDO.-






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viernes, 19 de febrero de 2016

LA ALFOMBRA ROJA. (OCULTANDO EL DESGASTE DEL PAVIMENTO)




La vida como una naranja.- (basado en  hechos reales).

Todo el tiempo aprendiendo, creciendo, madurando. Descubriendo que el fruto de la naranja, oculto bajo su piel, no es blanco, ni áspero y seco, ni ligeramente amargo, como apreciamos bajo la cáscara, esa corteza tan parecida a la humana, en algunas variedades al menos, y edades de ellas, naranjas y humanos. Pero después encuentras algo detrás, o debajo, y ese algo te hace ver el verdadero valor de la fruta, a la vez que te enseña a no prestar excesiva importancia al primer aspecto de las cosas y de las personas.
Y si hermoso y reconfortante resulta el aprendizaje continuo, el atrapar esos pequeños tesoros que la vida esconde tras cada paso del explorador, no lo es menos el sentarte en a descansar en algún lugar idóneo –mejor que sea idóneo- del camino, a recuperar fuerzas, o quizás a aceptar que ya tu energía no puede seguir el ritmo de los entusiastas pioneros-eso creemos todos- a esa edad en la que las ganas compiten, y vecen al cansancio, ante la promesa de días tan largos como repletos de descubrimientos tan maravillosos como el de los misterios de la naranja. A la vez que repones fuerzas durante el reposo,  resulta imposible escapar a la meditación, a la valoración de todos esos hallazgos que has acumulado en tu experiencia, y definitivamente, a comparar aquellos similares para darles un significado, un nivel superior en el conocimiento, así  aprendes que la clementina y la salustiana son absolutamente diferentes, que la sanguina y la guachi no tienen nada que ver y, sobre todo, que el zumo puede existir con o sin pulpa en su nueva presentación natural, hoy tetrabrik, mañana quizás en el grifo.

La auténtica riqueza de la que puede presumir el ser humano es esa, la de descubrir niveles nuevos, y superiores del conocimiento, añadiendo capas, como una cebolla invertida, a todo lo que has visto, has escuchado, y has comprendido. En cada ocasión, en cada peldaño que subes gracias al ascensor de la experiencia, encuentras motivos para desterrar, olvidar, incluso despreciar todas tus convicciones, las que habías formado y asimilado en el nivel anterior.
Hace poco leí a algún intelecto de ideas tan brillantes como irrebatibles, aquello de que a partir de, digamos los setenta años, debes tener claras tus ideas, porque estas son las que te van a acompañar hasta el fin de tus días. El oráculo en cuestión podía decirlo con la absoluta propiedad de quien ha rebasado ampliamente los ochenta, y del viejo el consejo dijo otro. Pero me temo que ni siquiera esa perogrullada culta, llegue a tener el valor de la certidumbre.
En mi humilde opinión, basada en otra más que humilde experiencia, cada conocimiento que se añade a la olla podrida que llevo sobre los hombros, no hace más que aportar olores, y sabores nuevos al guiso que encierra el puchero. Y es que cada vez que se modifica el conjunto,  la nueva mezcla, obliga a la refundación de las ideas, a los conceptos inamovibles, y de las conclusiones que parecían fundamentadas y seguramente eternas, en la osadía de la hormiga exploradora a la que tantas lunas y primaveras han enseñado cosas que solo pueden creer los que han visto naves en llamas, más allá de Orión, es decir la nada.
El absurdo de aceptar la inutilidad del conocimiento, la debilidad de la defensa aportada por la experiencia, y la sensación de que, al fin, es el instinto animal, el temor al dolor, justificadísimo, y la elevación a la cumbre de los dones que nos puede ofrecer la vida, a esos pequeños placeres que encontramos cada hora, cada minuto que pasa, toda la sabiduría de la que ahora, en este instante evanescente, puedo disponer. 

Al final me veo con la espalda apoyada en la pared, asegurando al menos, conjurando la mitad de los peligros, comprobando con una mano que la cartera-cada dia más magra ella- sigue en el bolsillo, mientras con la otra mano sujeto el vaso de licor vital, sea tinto, jugo de naranja o sea antiguo, como traducían en la película de ayer el whisky que luce el old antes de su marca. (My house in Umbria).

Y es aquí en esta tergiversación de las palabras, y consecuentemente de las ideas, donde debería haber comenzado el discurso. Ya no hablamos de “comer” la naranja, sino de si queremos su jugo con o sin pulpa, y eso es lo que hay; el progreso y la asunción de que en bagatelas como esa, no tiene la menor importancia el perder nuestro tiempo.
Pero es que, antesdeayer vi “La chica danesa” peli de prestigio, a caballo entre el cine culto europeo y el masivo de recaudaciones millonarias y candidaturas al mayor premio ecuménico de la cultura mundial, el Oscar, quedando el Nobel en segundo, o quizás tercer lugar, después de los Grammy y puede que también de la Copa de Europa.
El caso es que me pareció un bombón belga, de esos dulcísimos que deshacen en la boca, justo antes del licor de hierbas o el limoncello, y después de un arroz con leche comme il faut, de los que jamás encontrareis donde las estrellas Michelin. Todo dulce, empalagoso antes durante y después de lo que debería haber sido la representación del drama humano, trágico, del cambio de sexo, entendido como la lucha del hombre contra la naturaleza, con la ayuda compasiva o interesada de los coristas necesarios para justificar el espectáculo, junto a la psicopatía autodestructiva de quien está dispuesto a apostar, y perder, la vida, para corregir el error de la naturaleza, el sexo en la persona errónea.
Este drama no es algo nuevo, aunque los medios científicos y el apoyo social hayan despenalizado el asunto, roto el tabú, arrancado la piel blanca que esconde los gajos de la naranja, y facilitado que el desafío no termine inexorablemente con la vida del transexual.
Poco más habría que contar, película dentro del género “caca, culo, pis” en tanto el sexo como protagonista absoluto, siga siendo su reclamo, y con un  actor excepcional de esos como aquel que cuando aparecía sentado a una silla, “Él era la silla”.

Solo que… al final, cuando ya me iba, feliz de no tener que mirar más el reloj, cada quince minutos, aburrido de aquella historia totalmente previsible desde su comienzo, leo el párrafo de despedida..
-Fulanito de tal se convirtió en pionero –sic, pionero- del movimiento transgénero.
Y salgo de mi asombro- sí, salgo- al parecer no solo existe un movimiento, social supongo, transgénero, algo que un servidor ignoraba, salvo que el concepto de movimiento equivaliese al de aquel inmóvil que duró cuarenta años en nuestro país, oficialmente, y que sigue estático y presente en nuestros días, o bien que signifique un movimiento de masas al que uno pueda libremente adherirse y abandonar. Ya no sé qué pensar. La peli es probablemente franco-alemana-belga-inglesa y ... norteamericana, por tanto la traducción debe ser correcta, escrita en la pantalla, nada de subtítulos flotantes, y seguramente quisieron decir movimiento transgénero cuando dijeron aquello de movimiento transgénero. Y yo con estos pelos.
¿Tan loco está el mundo? Tan loco como las hormigas de mi hormiguero de no cesan de revolverme las ideas hasta el punto de hacerme temer por el guiso que llevo en puchero, lo que queda de él.  The remains of the day.

Hoy leo en la prensa la queja de los masones españoles, que acusan a los medios de marginarlos, mucho más que a los gais y a otros colectivos cuya consideración y malditismo se ha convertido en integración  social. Los masones, por dios, y hasta las monjitas de clausura, recientemente en la palestra, han sido puestas en la picota por ser cuatro de cada cinco, mano de obra alegal, o sea sin papeles, sin temor a persecución mientras estén dispuestas a servir a sus superioras.  Y gracias pueden dar de que todavía no las han llamado con la peor de los insultos “extracomunitarias”, eso es lo que son.
Aquí hay materia para una película o una docena, y es lástima que ese género cinematográfico, que junto al de submarinos  están en horas bajas, no renazca, salvo excepciones como la  Ida, del año pasado, y siga también encerrado en la categoría de “caca culo pedo pis” como si las monjitas no tuviesen otra cosa que hacer que pecar. De los títulos que recuerdo, unos quince o veinte, apenas se salva Audrey, que en gloria esté, en la película de Zinnemann, el resto  de vergüenza.

Así que tanto caminar, tanto aprender, tanto meditar, para comprobar que no me sirve de nada, para temer mañana algo peor, y para seguir refugiado en los placeres de la vida virtual, releyendo a Machado-Mairena, Camus y Baricco, los tres a la vez, mientras espero que deje de llover.
 (basado en un hecho real) es la etiqueta de moda. Nada más real que la vida del espectador y su generosa credulidad con pretextos injustificables y falsos, como ese del hecho real.
Llevo tres, la de la prima danesa, la del renacido-puag, ni la comento, le van a dar un Oscar por babear- y la de la gran apuesta que, al menos es un discreto documental sobre la miseria que nos persigue. Aunque no desespero de que sigan apareciendo hechos reales entre las que me quedan por ver. Mal asunto si tienen que recurrir a calzadores semejantes para vendernos alpargatas de tan escasa calidad.

The lady in the van, se anuncia discretamente como basada en hechos casi reales. Al parecer les queda casi verguenza.


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martes, 16 de febrero de 2016

CHUBASCOS AISLADOS.-


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sábado, 13 de febrero de 2016

TIEMPO DE...


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jueves, 11 de febrero de 2016

RADIO ANDORRA IV ( Donde el autor confiesa sus razones)

                             


¿Por qué Andorra?  (Digging My Potatoes)


La Pirenaica, hubiese sido más apropiada para nostálgicos de la radio. Los que cuentan que escuchaban junto a sus abuelos -mienten con seguridad, era un tostón- la única emisora española “Sin censura de Franco”, con cuyo eslogan le hacían propaganda al dictador y de paso daban a entender que no estaban libres de censura, de la otra, prima hermana de la que nos enmudecía. Además de mentir –el eslogan- en lo de española, al estar localizada en Bucarest y tener la mayoría de sus locutores el acento propio de ivanes que hubiesen aprendido el castellano en algún curso de CCC del otro lado del telón, que entonces ni siquiera era de acero, aparte de de que CCCPP no significa costo de capital medio ponderado sino que era el acrónimo de aquello.

En fin que, poco de Pirenaica hubo en mis tiempos de radioescucha, los plomizos panfletos me disuadieron pronto de que la onda corta resultaba escasamente divertida, y que el rosario en familia, junto a Matilde Perico y Periquín, que daban en la otra banda, eran motivos suficientes para salir corriendo a la plaza, donde estaba el lugar de mis juegos, y el de mis amigos.

Ciertamente que años después, tuvimos la fortuna de poder crecer políticamente escuchando Radio Paris, que ya era otra cosa. Tan solo sesenta minutos de informativos en castellano, con voces autóctonas e invitados de prestigio, a una hora de la noche que pronto sería sustituida por “Hora 25”, y donde aprendimos que había otras opiniones, otras libertades, y otro mundo más allá de la sintonía de la generala, que afortunadamente ni recuerdo si era la de  “El Parte”, su secuela militar, o la del “Nodo” que nos obligaban a ver en el cine antes de las películas. “El mundo entero al alcance de todos los españoles” era su titular de cabecera, y  todavía me sigue dando pesadillas cada vez que paso por Sevilla, donde NO DO es el logotipo de su ayuntamiento, al seguir mezclando en mi memoria los flases del antes y del después, en esa zona sentimental y vulnerable que todos poseemos debajo de la calota craneal, al menos eso es lo que dicen algunos.

No voy a negar que he seguido escuchando ocasionalmente emisiones en castellano en onda corta, divertidísimas la albanesa “Radio Tirana” y sus planes quinquenales, o la indescriptible “Radio Vaticano”, gracias a la llegada del Internet de hace cuarenta años, los transistores japoneses que te hacían posible dar una vuelta por el mundo, cuestionarte los intereses que podía haber detrás de aquellos mensajes sin apenas audiencia, y agradecer a sus mecenas la somnolencia inducida, el sopor benefactor que tan necesario resulta para las almas inocentes. Más o menos lo que ahora hago con la tele encendida, cuando veo la tertulia política nocturna mientras escucho a través de los auriculares enchufados al lector de mp3, las canciones que me hacen revivir todo el tiempo este que os estoy contando, y que inevitablemente me conducen al mejor de los sueños, mitad despierto, mitad dormido.

Radio Andorra era la emisora que escuchaban las madres y las abuelas,  y lo hacían mientras preparaban y servían la cena, y quizás tambien las tardes de los domingos cuando todo el `pueblo esperaba ansioso la referencia al niño merecedor de algún disco dedicado, previamente alertados por los familiares y vecinos. Los primeros héroes mediáticos, los cinco segundos de gloria que vaticinaba Orwell para el futuro lejano de….1984. Por eso, por las mujeres de la casa, por  la facilidad de oír sin necesidad de escuchar consignas políticas, y tambien porque emitían en varias frecuencias simultaneas para poder llegar a todo el territorio nacional, sin los inconvenientes añadidos de tener que superar la sombra herciana de las potentes emisoras del regimen, intentando anular la propaganda comunista. No era el caso.

De esa Andorra solo me quedaba realmente la carta de ajuste, las sintonías de apertura y cierre de las emisiones, su recuerdo  y la obsesión de recuperarlas. Cuando he podido conseguirlo, compruebo la calidad del sonido, en las antípodas de cualquier reproductor digital, y me planteo si merece incluirlo en el disco, para considerar inmediatamente que “ese” era el mejor de los sonidos de entonces, y que es un autentico milagro haberlo encontrado antes de que cualquier desalmado lo haya limpiado con un par de filtros, lo haya “restaurado” y convertido en un clip sin alma.  Ahí queda, tal cual.


Digging My Potatoes (Big Bill Broonzy)

Baby, they diggin' my potatoes
Lord, they trampin' on my vine
Now I've got a special plan now baby
Lord, that a-restin' on my mind
Now, I don't want no cabbage sprouts,
Bring me a solid head.
S'pose they call the wagon . .
I catched him in my bed
You know they
Now my vines is all green
'Tatoes they all red
Never found a bruised one
Till I caught them in my bed
You know they
Now, I've been all around
Lookin' up and down
Never found my baby
'Cause she was layin' in another town
I know she's diggin' my potatoes
Lord, she's trampin' on my vine
Yes, now I got a special plan now baby
Lord, that a-restin' on my mind


Quizás sea solo una copla, quizás de Antonio Molina, o solo una canción anónima y triste (blues) que rememora lo que se ha perdido. Viene a ser lo mismo.
El caso es que tenemos sembradas unas patatas, humildes y sencillas patatas, y no es cosa de dejar que otros vengan a llevárselas, y a beberse nuestro vino; como le sucede a Big Bill Broonzy, y a tantos otros, puesto que la canción tradicional es universal y los recuerdos son de cada uno. No vaya a ser que se los apropien también, e incluso nos los cambien por otros, que de todo he visto ya en este huerto.







domingo, 7 de febrero de 2016

ALTERNATIVAS A LA SANIDAD PÚBLICA.- (67)


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jueves, 4 de febrero de 2016

KIESLOWSKI EN EL MANUAL DE USO CULTURAL.-

                                         



Quieres lo imposible, lo que no está a tu alcance. Cuando además resulta que ese objeto de deseo ya lo has tenido y...lo has perdido, es entonces cuando el anhelo se vuelve doloroso, fuente de locura.
C´est la vie.



Estoy hablando de directores de cine, y del vacío que nos dejan aquellos que se marcharon antes de tiempo, aunque ese antes también resultará relativo, ya que al fin y al cabo el tiempo de la existencia es absolutamente azaroso, no tiene una duración definida a priori.

Kieslowski es uno de ellos, de los que nos deslumbraron con todos y cada uno de sus trabajos. Espectadores hechizados desde el primer episodio de su “Decálogo”, cuando el niño sale a patinar sobre el lago helado y los padres establecen un estremecedor dialogo silente con el destino a quien los polacos, y el resto de la humanidad, consideran su dios. 
Descubierto a través de una copia infame, una cinta VHS pasada de mano en mano como algo iniciático o religioso para un cinéfilo militante. Así hasta el décimo capítulo de la primera serie televisiva que tendría la consideración de obra maestra, y de la que al menos dos  mandamientos, “No matarás” y “No amarás”, fueron estrenados en el cine. A los que seguirían la trilogía gloriosa de los colores de la bandera francesa, y aquella que tuvimos que ver tres veces, “La doble vida de Veronica”, obnubilados ante tanta belleza, para terminar reconociendo que el guión, de significado aparentemente oculto, era lo que menos nos importaba.

Después la nada, su ausencia, cuando esperábamos que nos acompañase con su poesía filmada, con el ramillete de sentimientos, con la expiación de los pecados, y con la fe en el hombre que duda, que se pregunta constantemente sobre la indefinición entre el bien y el mal, dejándonos llevar, mecidos por la excepcionalidad de sus actrices, exquisitas y extraordinarias; Juliete Binoche, Irene Jacob y Julie Delpy, o por la música subyugante de Zbigniew Preisner, que usaremos, y seguiremos usando, como bálsamo reparador en los días aciagos, en las horas que preceden al sueño, para reconfortarnos con ella, para reconciliarnos con la parte esquiva de la vida, para al fin y al cabo conciliar la paz, el descanso, igual que los personajes de Kieslowski, sometidos a vaivenes dramáticos, trágicos en su mayoría, y que al final aceptan la realidad inmutable, el destino, protegidos por los ángeles, disfrazados estos para la ocasión en los elementos  más insospechados de las películas de este hombre, del polaco que consigue hacernos llegar la religiosidad de su pueblo, aislada de cualquier fanatismo, y convertida en útil salvoconducto para la supervivencia.

Vuelvo a fijarme en un detalle mágico, la paulatina absorción , y posterior dilución, de un terrón de azúcar, sujeto por los dedos del protagonista, en un primerísimo plano del azucarillo, con el tempo justo para que el espectador se ubique en la mente, en el corazón del entonces casi olvidado Trintignant, en el instante en que va a cambiar el rol, el papel de juez jubilado que ha desempeñado hasta entonces. O quizás era la protagonista de “Azul” en la transmutación de su dolor infinito en fuente de vida. Simplemente magia.

Comprenderéis que no sirven después para nada las apologías póstumas, la de Tarkovski, o la de Krzysztof Kieslowski, a quienes la enfermedad los apartase para siempre, a esa idéntica edad,  54 años, en la que tantos otros inútiles ruedan y siguen rodando decenas de películas para rellenar filmografias prescindibles, cuando estos dos, y otros como ellos, han necesitado poco más de una docena para demostrarnos que el cine sigue vivo, y que esos artistas a los que llamamos creadores, no se pueden permitir que una sola de ellas, ninguna, quede fuera del olimpo de las mejores, de los clásicos de la historia, esa historia que, con minúsculas, es nuestra propia vida.
Nos queda llorarlos, y no haremos otra cosa que dejar escapar las lágrimas, como nos tienen acostumbrados con sus películas, aunque estas sean lágrimas del alma, y mejor hacerlo en francés, “larmes”, para reconocer la suerte o  quizás la serendipia que para el cine galo fueron los últimos años de Tarkovski y de Kieslowski. Imprescindibles.

Si escuchais este fragmento, con los ojos cerrados, sabreis a que me estoy refiriendo:














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