Solemos confundir los espejismos -
haylos - con la realidad. Llevábamos algunos años comprobando como la cultura
universal y la de Occidente en particular daba pasos acelerados en la dirección
correcta, otorgando al divertimento general -música, cine y literatura- la categoría
adecuada a una sociedad ilustrada, donde el nivel de estudios y la suficiencia
económica, permitía a la masa irredenta acercarse, e incluso apropiarse, a/de
refinamientos culturales, tradicionalmente restringidos a los ámbitos
aristocráticos e intelectuales, que por cierto, no suelen ser sinónimos, ni
siquiera superponibles.
Así, la ópera se hizo popular en nuestros teatros provinciales, desplazada la zarzuela a la ignominia, y la revista a no digamos, y apareció un género nuevo – en realidad no tan nuevo- tanto en cine como en novela, al que se etiquetó con una simple linea en su cartel: “Basado en hechos reales”, una etiqueta menos ajustada a su esencia que las de “crónica” ,”documental”, o “ensayo”, con las que las editoriales o las productoras cinematográficas daban por seguro, espantar a las multitudes, a las que tanto quiero y tanto debo. Una aparente huida colectiva de la fantasía y un tímido, aunque evidente, acercamiento al conocimiento.

Comenzamos a vislumbrar etiquetas menos plebeyas, o menos malsonantes, para deleitarnos con novelas de “ No ficción”, que solo era otra manera de marear la perdiz, de introducirnos en la lectura, y disfrute, de los ensayos, sin temor a sumergirnos en un tostón.
Vaya hallazgo, lo de “Novela
de no ficción”. Me recordó enseguida a la “nivola” unamuniana, consciente el
hombre de que no tenia sentido continuar con los patrones narrativos y
argumentales del siglo diecinueve, y las aproximaciones a personajes o hechos
históricos más o menos alejados -los recientes solían ser tabú- encuadradas
dentro de la novela histórica de toda la vida, que continuará vigorosa en tanto
persistan los alérgicos a la historia en particular y a la cultura en
general.
Del género, subgénero en este caso, denominado biográfico, solo quedaban libros polvorientos en la bibliotecas de los abuelos, con un autor sobresaliente que afortunadamente vuelve a editarse y, curiosamente, a venderse, Stefan Zweig, cuya crónica sobre Fouché, el Duque de Otranto, nos permite fundir en un solo estilo todo aquello de lo que estamos hablando, biografía, novela histórica, obra de no ficción, basada en hechos reales, o ensayo histórico sobre uno de los personajes más influyentes y decisivos en la historia europea, que es decir en la universal.
Del género, subgénero en este caso, denominado biográfico, solo quedaban libros polvorientos en la bibliotecas de los abuelos, con un autor sobresaliente que afortunadamente vuelve a editarse y, curiosamente, a venderse, Stefan Zweig, cuya crónica sobre Fouché, el Duque de Otranto, nos permite fundir en un solo estilo todo aquello de lo que estamos hablando, biografía, novela histórica, obra de no ficción, basada en hechos reales, o ensayo histórico sobre uno de los personajes más influyentes y decisivos en la historia europea, que es decir en la universal.

Curiosamente, hoy me inspiro
en las tendencias sublimes de la moda en los medios, en este caso del cine de siempre, el de Hollywood, y sus candidatos
a los óscares del año que se ha eclipsado, para descubrir las cabañuelas, como
en el calendario zaragozano, y preveer lo que nos espera, o quizás aquello que
ya está aquí. La vuelta a los clichés sagrados de siempre, los que no tienen
trampa ni cartón, ni ocasión de error para los espectadores que, al parecer,
regresamos también a niveles culturales previos. Nada de no ficción, nada de
cronistas, y solo ocasionalmente, mantendremos lo de “basado en hechos reales”,
véase el estupendo semidocumental “Sully”,
si bien ya hemos retirado la etiqueta porque el público ya está aburrido de
ella. Nos limitamos a los géneros eternos-del cine o de la novela- en su
modalidad bestseller o superventas.

La comedia, flojita, flojita,
a pesar de la inconmensurable actriz de “Memorias de África” o de “Los puentes
de Mádison”, Meryl Streep en “Florence Foster Jenkins”, una película
prescindible de no ser por su presencia. Quizás merezca la pena ver la original
francesa de hace tan solo un par de años, para comprobar como los remakes son
exclusivamente una manera norteamericana de echar a perder buenas ideas.


El musical, que se va a llevar
la mayoría de los muñecos dorados, “La la Land” , aquí “La ciudad de las
estrellas”, insistiendo en molestar, resulta tan brillante como prescindible.
Música excelente y personajes cuya historia está tan sobada que pierde atractivo
a lo largo de los clips musicales que tanto me recordaron las pelis de Marisol y
de Pili y Mili, diez o doce canciones, y el tiempo perdido entre ellas para
contar algo sin mayor fundamento. A las dos horas se me había olvidado que
había ido al cine.

A la espera de poder contemplar
la de Manchester, con el hándicap añadido de que para paños los de Bejar, y
poder valorar en su conjunto el cine de 2016, no puedo desgraciadamente, dejar
de avisar a los incautos que la “Elle” donde supongo que Isabelle Huppert
se adentra en el terreno alimenticio, me pareció algo repugnante, así como poética y
en cierto modo nostálgica resultó la de “Capitan Fantástico”, ciertamente
apropiada para verla en casa después de la siesta, y poco más.
(Continuará). (Si encuentro
alguna que me guste).
P.D.- Ni me he fijado en el nombre de los directores, y apenas en el de los protas. Me parece estar alcanzado un nivel de cinefilia de lo más saludable. Os invito a hacerlo.
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