domingo, 22 de enero de 2017

JAPÓN. CRÓNICAS DE UN VIAJERO ENAJENADO.- y (5)


Te acostumbras enseguida a que en los restaurantes te faciliten al llegar esa servilleta caliente y húmeda para que limpies tus manos, y no te parecería mal que fuese una rutina universal, por  beneficiosa, pero te sorprenden también que a la hora de pagar, sea siempre en metálico, ya que no aceptan tarjetas, al estar negociada por un intermediario que se apropia del 2% innecesariamente, como tampoco aceptan la propina, esa dádiva semicaritativa con la que intentamos completar el salario insuficiente de trabajadores como nosotros. 

El cambio siempre, siempre, entregado con las dos manos en las tuyas y, sorprendentemente, con los billetes inmaculados, limpios y planchados, sin la menor arruga ni señales de doblez, a pesar de que este viajero, siempre los llevaba en los bolsillos de la unica manera posible para él, con el resultado de que la sensación de proceder de un mondo primitivo, se fundía con otro misterio por resolver. ¿Tienen máquinas para lavar y planchar los billetes antes de dartelos ? Y hablo de los pequeños, equivalentes a 8 o 9 euros, porque los grandes entiendo que estén mejor conservados y parezcan simpre nuevos. Una de mis sospecha, heredera de las ficciones adquiridas a lo largo de toda la vida, ha sido que todos los días destruyesen los usados y fabricasen otros nuevos. Reminiscencias de haber leido "El tunel" de Sábato, y de no haber despejado la pesadilla, supongo.


Hablando de escalofrios,  los he sufrido, y con ellos la sensación  de estar vivo, quizás los que merezcan la pena recordar durante mucho tiempo, unidos a alguna lágrima furtiva, iban acompañados de música, el canto coral del grupo de colegiales, gorras al suelo, frente al oratorio de los niños víctimas de Hiroshima, en el Parque de la Paz –eterna-, que transmite exactamente lo que su nombre indica. 
Una canción breve y sentida, para voces blancas, en la cual, lógicamente, solo me resultaba familiar e inteligible la palabra Hiroshima. Otros grupos similares, procedentes de colegios de todo Japón, supongo, permanecían semiocultos bajo la sombra de los sauces, esperando su turno. Os aseguro que las ruinas no me evocan otra cosa que edificios en desuso, por más que quieran dotarlas de significados sublimes, pero por inesperada y tambien por el simbolismo de dolor colectivo, setenta años despues, la escena de estos chicos ante quizas una de las estructuras menos llamativas del lugar, ha quedado grabada en mi memoria.

¿Continuará?

Cuando pienso, por ejemplo, en la madera o en el acero y su relación con el pueblo japonés, me surgen ideas para un par de ensayos interminables. Mejor dejarlo aquí. 

P.D.- Foto desde el shinkasen . En primer plano se observa la verticalidad imposible de un poste fotografiado a 300 km/hora. Al fondo el Fuji, al que no habían pintado el vertice de blanco durante nuestra visita. Motivo de la consiguiente reclamación en el departamento de turismo. Estoy esperando respuesta, aunque quizás la nieve de la última semana la  hayan enviado en plan compensatorio. Son muy suyos, hay que reconocerlo.  

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