Una cosa te lleva a la otra, y vas dando saltos como liebre
alborotada en un mundo sin podencos. Te acuerdas de Amarcord, y de la polenta
que nunca has probado, esa sopa que, a pesar de su exotismo jamás podrá
igualarse a la tuya, la de tomate que hacia tu madre.
Hasta que tu incursión en la cocina como algo más que un
visitante molesto e intempestivo, tu necesario contacto con las sartenes y las
especias, imprescindible para la supervivencia,
te hacen descubrir que el color no era debido al tomate, ausente, sino
al inevitable pimentón. Descubrimiento y
comparaciones, siempre ventajosas para tus raíces.
Das otra vuelta por los recuerdos de la película de Fellini,
probablemente “La película” de Fellini por antonomasia, esa palabra atroz, para
volver a su música. Y con ella a su autor, sus interminables recreaciones de
marchas, bailables italianos, que siguen sonando y alegrando a quien las
escucha. No tiene nada extraño que iniciemos el viaje acompañados por Nino Rota
y la orquesta de Franco Farrara que dejan gentilmente su lugar a Fausto, el
proscrito Fausto Pappetti, que solía estar más escondido que la cajetilla de
los preservativos, por aquello de que su música era el equivalente a la
yohimbina y a otros fantásticos e inverosímiles afrodisiacos femeninos como el pipermín,
que buenas vomiteras nos ocasionase, con sus correspondientes dolores de
cabeza. “Que anoche dicen que te vieron…con un tremendo vacilón. ¿Quién te lo
dijo René?. Me lo dijo Adela, que mañana no me quita usted la muela, aunque me
muera de dolor”.
Quizás sea lo más cerca que hayamos estado a las
experiencias lisérgicas de los modernos de entonces y lo más alejados de
alcanzar nuestros pretendidos fines
iniciales. Fausto se aparta aquí de su
línea musical exclusiva para amantes feroces, en la que llegase a grabar un
centenar de compilaciones imprescindibles, ya digo, y aquí lo tenemos bordando
a Nino Rota, demostrando que cuando había que soplar, podía hacerlo como nadie.
Y no deja de ser una introducción engañosa, casi pérfida,
haciendo creer al oyente que las cosas van a seguir por ese patrón de calidad,
de arreglos perfectos sobre un tema inmejorable. Inmediatamente bajaremos
varios niveles en el infernal purgatorio
de Dante, para encontrar el nivel del oscuro bar de húmedas paredes, donde el
calorcito humano y las copas servidas por Emilio, el otro, nos harán sentirnos
felices en nuestra madriguera, a pesar de que la selección de su sinfonola,
tampoco fuese primorosa. Recuerdo haberle cambiado discos horrorosos por otros míos,
con la intención de poder escuchar algo aceptable. En esas tardes que tan
bien describe Marsé en su barrio de El
Guinardó., tan bien que no tiene sentido el emularlo, aunque los músicos que
siguen sonando en nuestra selección, hayan crecido allí precisamente. El azar.
Y aparece también la más espeluznante escena que podáis
imaginar. El terror de las películas de Santo El Enmascarado de Plata contra
los Vampiros, en el cine de verano, es tan solo un instante de risas que se
hiela en nuestra mente cuando contemplamos el porte, y los rostros, de nuestros
artistas de entonces. Surgiendo inevitable la pregunta que el subconsciente,
que a veces puede parecer despistado pero tonto jamás, nos espeta a bocajarro:
Si ellos están así, entonces…¿Nosotros…?.
Nosotros seguimos descendiendo a los infiernos hasta llegar
a esos recodos irrespirables, cargados de miasmas, manando sangre y cieno, que
impida el respirar. Esta del paisano Espronceda, el romanticismo de otro
planeta, el literario. Cuando nuestras, interminables en número, cartas de
amor, ocupaban un folio a dos caras, y resultaron ser finitas como nuestra
adolescencia, terminando con aquella nunca enviada, a sabiendas de que su viaje
al buzón correría el riesgo de convertirse en el “Return to sender” de Elvis,
por aquello de ya sé que tienes novio, ya sé que no me quieres…(bolero de Antonio
Machín, que no era de Machín ) para quedar como aquella “Letter never sent”, en el original: “Neotpravenloe
pismo”, de Kalatzov 1960, de cuyo nombre solo recuerdo lo de pismo, y cuya
revisión , medio siglo después, me ha permitido comprobar que los jóvenes rusos
de entonces parecían ser una imagen especular nuestra en la que solo había que
cambiar el vodka por el pipermín. (Es broma, lo de la peli).
Las cartas, que es donde estábamos, no llegaban tan lejos
como ahora lo hace la dispersión mental que me posee. A lo sumo aquello de “Una
carta quiero escribir, y quisiera no llorar, son recuerdos que tengo de ti, y
quisiera no olvidar” esa era de…Formula V señores, y ya nos vamos acercando al
abismo. Donde sí nos asomamos, veremos a
Joselito, a Los Centellas, a la Paquita, y a tantos personajes idolatrados-por
otros, que tampoco hay que pasarse- que nos parece estar repasando el álbum de
cromos sepia, orlados con arabescos, donde siempre hay un hueco sin rellenar, o
dos, en alguna página , poniendo a prueba la memoria lejana que, curiosamente,
todavía nos funciona.
Aparecieron luego otras colecciones en el quiosco, hasta
con cromos en inglés, el we skipped a light fandango, con que se iniciaban las
noches de blanco satén, o los gemidos en francés de la Birkin, cuya
pronunciación jamás fue explicada por los libros de texto del bachillerato, el
je t´aime moi non plus, más acordes con las hormonas que, por entonces, ponían
a prueba nuestra virginidad, que de todo hubo.
Hay cromos viejos, a dos tintas, que jamás conseguí encontrar y bien que puedo
asegurar su existencia, en alguna parte de los estuches de 45 RPM que aparecían
en los guateques. “Aline” cantada en español – conditio sine qua non, ya sabéis-
por su autor, o mismamente “Monia” por su ídem. Tantas veces escuchada que me
parece imposible no poder encontrar una
miserable copia, infelice de mí, y resignarme a contemplar este álbum, vuestro y
mío, incompleto, quizás para siempre. De Monia, siempre pensé que ese era el
título exclusivo para la versión española, impuesto por la censura, y que el
original no podía ser otro que “Monja”. Os
estoy haciendo , suplicando, una petición desesperada, por si alguno está en
condiciones de ofrecernos alguna Aline, o alguna Monia castellanocantadas, más
que nada para ir completando páginas del álbum que, al pobre se le van a caer
las cubiertas de puro sobadas, sin tener la satisfacción del deber cumplido.
Lo
de haberlo forrado en su día con aquel papel celofán transparente tan difícil
de doblar, una de esas cosas que no hiciste a su debido tiempo, y que luego compruebas
que de haberlas realizado, mejor te habría ido después, de las que te originan
arrepentimiento insincero, contrición no verdadera, sin amor por Dios, ni por
las cosas bien hechas,
sin el menor
propósito de la enmienda, (El Concilio de Trento definió la contrición como
"un intenso dolor y detestación del pecado cometido, con propósito de no
pecar en adelante") algo que descubrimos, y asumimos, demasiado tarde. La
otra contrición, la del presunto dolor al comprobar el estado de aparente
decrepitud que presenta esta compilación, se rebela contra las condiciones
impuestas por los escolásticos y los predicadores, mostrando el esplendor
de las flores en la hierba, lirios en febrero,
pero esplendidos lirios salvajes.
Los que
no deberían faltarnos jamás.
Y así ha quedado el álbum,
aparentemente escondido en el fondo del cajón, para que uno pueda recrear y recordar la parte feliz
de la infancia, la otra, que es la que nos ha hecho lo que somos.
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