Ni los ahuyentadores electrónicos, ni los pinchos verticales
en el tejado han conseguido liberar de esta “plaga” a la que ha sido residencia
familiar inexpugnable durante quinientos años.
Nuevo párroco, nuevos medios, y fallido su intento de
cambiar el uso natural del cielo, intento convertido afortunadamente en un
espejismo. Al menos ha durado lo que duran ellos, los espejismos.
Bien es verdad que todavía no anidan donde antaño lo
hicieron, pero el contemplarlas posadas en su sitial, oteando desde las alturas
el predio que les da de comer, me hace abrigar la esperanza de que la
reconquista puede ser inminente.
Son días de volver a la tierra de donde venimos, a reforzar
las raíces y a pisar el suelo, a andar en los mismos caminos, aquellos donde
los años nos fueron convirtiendo en adultos. Curiosamente, ahora cuando cierta
dificultad inherente a la incipiente rigidez cervical te dificulta el mirar
hacia arriba, es cuando comienzas a valorar la importancia, la belleza de esa
parte de tu mundo que está por encima del horizonte visual, el cielo.
Sobre este, y su función de pantalla donde se proyectan las imágenes
mas prodigiosas que he podido
contemplar- aparte los ojos de alguna garota- resulta difícil, e inconveniente
creo, el intentar cualquier tipo de descripción que distraiga de la invitación
del “Ven y mira”, los cielos como lienzo de azules por donde las nubes circulan
con formas, tonos y velocidades propias de la primavera, en visión de 360
grados reales, sin necesidad de 3D ni de adminículos virtuales, y su prodigioso
y paulatino cambio al de la nocturnidad, donde las estrellas, constelaciones
enteras pueden ser tocadas con las manos, con la mera asistencia del chupito
que tomas como postre en la cena.
Todas estas maravillas, que hacen palidecer las siete de los
que solo miran el suelo evitando pisar la mierda ajena –siempre lo es- solo se
dan, inevitable e insistentemente, en un solo lugar, el tuyo.
Miedo me da el promocionar semejante belleza, aunque quizás
tenga que repensar en el negocio de hamacas y collarines de alquiler, si el
proyecto sigue adelante.
Hace tiempo que los turistas se han convertido en parte del
paisaje, viajeros que vienen de bastante lejos, las ciudades grandes y los
aeropuertos quedan distantes afortunadamente, y los conocedores, auténticos
gourmets de la naturaleza, van incorporándose como iniciáticos descubridores de
este mundo donde se convierten inevitablemente en un nuevo elemento de la fauna
local, no necesariamente humana.
La mayoría son, si no feos, realmente raros. Aves
migratorias de reciente aparición, cuyo porte, edad, vestimenta, o incluso el sexo – indefinido-
los hace incompatibles con los turistas al uso, ni tan siquiera con los coreanos
o insersolistas que pueblan nuestros destinos patrios. En todo caso son
bienvenidos, y ellos lo saben, vienen,
vuelven, y marchan felices con sus perrunillas y sus patateras, y con la
satisfacción de haberse convertido durante horas en pájaros que intentan surcar
felices este cielo maravilloso.
Los otros, igualmente verdaderos, me han producido orgías
visuales ininterrumpidas, durante mi estancia. Las golondrinas en su fase de
autopromoción inmobiliaria, veloces cazas monomotor, construyendo sus nidos con
un ritmo tan frenético que en menos de un día consiguen hacerlos habitables, pintados
con el gris verdoso del cemento fresco, para aparecer al día siguiente
prácticamente blancos y ocupados por sus derechohabientes, con la cabeza de la
hembra asomando en su puerta, orgullosa
de que los huevos, y sus consecuencia, estén al caer.
Espectáculo maravilloso, temiendo que choquen contigo, en
cualquier momento, los centenares de andorinas que sin duda limpiarían de
insectos el aire de todo el pueblo, si no estuviesen dedicadas a una actividad
reproductora que les exige la totalidad de su tiempo y de sus vuelos.
Veo que han sido expulsadas de los bajos en los balcones
municipales donde anidaron el año anterior, y supongo que tanto la autoridad civil,
como la eclesiástica, han coincidido en su intento de boicot, afortunadamente
infructuoso, a las fuerzas de la naturaleza, cada uno con sus razones
benefactoras, bien sea la higiene, bien el alejamiento de la alegoría del
pecado promocionado por los animalitos en sus efluvios reproductivos primaverales,
o quizás, quien sabe, por su mera insistencia.
Más que nunca, y desconozco la razón, he podido observar
aves rapaces y carroñeras que creí extinguidas por la estúpida asunción de la
inexistencia de aquello que no puedes, o no sueles, ver.
Águilas, aguiluchos, milanos, cernícalos, buitres, cigüeñas
negras, abubillas, rabilargos y cogujadas (cogutas en vernáculo), entre otra
docena de especies al alcance de la vista y para placentero despertar de esa sensibilidad que por momentos creí yerma
y agostada.
Lástima de prismáticos inadecuados y de no hacer caso a los
especialistas en la observación de pájaros, en el imprescindible equipamiento con
correctos “alargavistas”, iguales o superiores a los de 8 x 42 aumentos.
No puedo menos que haceros participes de aquella parte de la
canción sobre el milagro de los
pajaritos de San Antonio, en la que se incluyen los nuestros.
Si queréis verlos ya sabéis mi paradero (No en el frente de
Gandesa, ni en primera línea de fuego, por favor).
Sobre los extraños viajeros – volved a ver “El extraño
viaje” para comprobar que de extraños no tienen nada- y sobre los zombis que
atraviesan las calles de Macondo corriendo en pantalones cortos, como en la
necesidad, o imposición de que vengan ya “corridos” desde su respectivas
procedencias, ya insistiremos otro día.
Se puso en la puerta
y les dijo así:
«Ea, pajaritos,
ya podéis salir.
y les dijo así:
«Ea, pajaritos,
ya podéis salir.
Salgan cigüeñas con orden,
águilas, grullas y garzas,
avutardas, gavilanes,
lechuzas, mochuelos y grajas.
águilas, grullas y garzas,
avutardas, gavilanes,
lechuzas, mochuelos y grajas.
Salgan las urracas,
tórtolas, perdices,
palomas, gorriones
y las codornices.
tórtolas, perdices,
palomas, gorriones
y las codornices.
Salga el cucu y el milano,
zorzal, patos, y andarríos,
canarios y ruiseñores,
tordos, jilgueros y mirlos.
zorzal, patos, y andarríos,
canarios y ruiseñores,
tordos, jilgueros y mirlos.
Salgan verderones
y las cardelinas,
también cojugadas
y las golondrinas».
y las cardelinas,
también cojugadas
y las golondrinas».
(El padre del niño Fernando, que así se llamaba quien más
tarde sería Antonio de Padua, llevó a su hijo a una de sus heredades a las
afueras de Lisboa para que cuidara de ella y evitara que una bandada de
gorriones comiera el grano recién sembrado. Su poder sobre las avecillas hizo
el resto).
De Lisboa nos llegaría también el gran terremoto, el big
one, que quebró la torre de la iglesia de abajo arriba, dejando esa grieta
donde anidan los murciélagos (gazpachinos en vernáculo), hasta ese lugar en lo
alto donde permanecen las cigüeñas que iniciaron este relato.
Cosas que pasan. (Esa es milonga, de Larralde).