Nada que hacer
Es una canción de Salvatore Adamo que, como casi todas las
suyas cuenta una historia con principio y final, añadiendo incluso algún
mensaje moralizante o divertido, como en este caso, con moraleja.
La verdad es que, este hombre tuvo además suerte al
disponer de un traductor bastante correcto que, conservando el fondo de la
letra original las versionaba al castellano con la fortuna de hacerlas creíbles
y memorizables. Creo recordar que el traductor
figuraba en los discos a veces como coautor, y que solía trabajar para muchos de los que
publicaban en nuestro país, cantantes o grupos, ingleses, franceses o italianos.
No recuerdo su nombre, y supongo que será otra de esas figuras anónimas que
tampoco pasarán a la historia.
Lo cierto es que el optimista de Adamo, al igual que hizo en
la divertida “Mi gran noche”, intenta
contarnos el resultado de bucear entre las chicas de sus recuerdos, sus novias
juveniles durante una iniciativa algo retrasada que le permitió
comprobar los estragos que el tiempo hacen en las relaciones de pareja, no solo
en las sentimentales. Hay un machismo implícito y persistente que perdura
todavía en cuanto das la vuelta a las canciones, o a las noticias, y que en
este caso, queda reflejado en la no disponibilidad de la chica cuando está
ubicada en otra relación. Algo así como el precinto que el chico cuelga a su
pareja para asegurar su pertenencia. Poco ha cambiado este rol en cincuenta
años.
El cantante sugiere estar libre y supuestamente necesitado
de afecto en ese momento, e intenta recuperar asuntos inconclusos de los que no
nos cuenta otra cosa nada más allá del nombre de la chica o del amigo en su
agenda sentimental. El resultado de su pesquisa, el final de la aventura, ya
viene incluido en el título. Nada que hacer.
Y el caso es que lo asocio a la búsqueda de aquellos
amigos de la infancia, compañeros de colegio, o vecinos de portal, cuya lejana
desaparición los hace acreedores de la
posible y temible calificación con la etiqueta de la inexistencia.
Por una parte me aterroriza pensar en tal posibilidad, y por
la otra, la amenaza de la certeza, el presagio de la sospecha, al completar la indagación
infructuosa sobre sus nombres y apellidos en el libro –digital- donde figura el
inventario de todas las personas y cosas, la red donde todos estamos atrapados
de alguna manera, y su ausencia en cualquier referencia oficial, registros
judiciales incluidos, boletínes oficiales, o las popularísimas redes sociales
donde cabe esperar que quien no figura
en ellas es porque seguramente no exista.
Contemplo esas fotos colectivas, esos grupos afines, y los
rostros de amigos o conocidos que busco, y que necesito contrastar ante la afortunada
presencia de alguno de ellos, de allí y de entonces, que me notifica la más
aciaga de las confirmaciones sobre el destino de unos y la peor de las noticias
sobre otros, el “No se que habrá sido de él o de ella”, el paso inevitable al
mundo de la inexistencia, el desconocimiento del estado y el lugar a donde la
vida lo ha conducido, la distancia esa que el bolero identifica con el olvido,
y la sospecha de que ese tiempo que has vivido junto a ellos ha pasado, ya,
ahora mismo, a convertirse en pura ficción, en un recuerdo que la memoria va a ir
borrando paulatinamente hasta que el azar te reúna con otro superviviente de
los que figuran en la fotografía y tu respondas con el terrible “No se que
habrá sido…” a su pregunta sobre este o sobre aquel.
Pero lo que me resulta terrorífico no es que esto suceda,
algo que se supone natural, como la caída del fruto maduro desde las ramas del árbol
de la vida, es más bien el que cada vez supuestamente tengo más posibilidades
de extender esta búsqueda a través de medios inimaginables hace diez o veinte
años, y en cada ocasión en que la
abundancia de datos, y su nitidez, hacen renacer la esperanza y confiar en su
probable localización, el resultado vuelve a ser el del boleto de la tómbola,
el no premiado, y la irónica invitación a seguir buscando, a seguir intentándolo.
Escucho la canción sin necesidad de encender el aparato de
música, la llevo grabada dentro de mi desde hace tiempo, y me repite una y otra
vez su verso culminante, el “Nada que hacer” que no me sirve en absoluto, ya
que hacerle caso supondría negar mi presencia en la vida en aquellos años, allí
y entonces, y quizás convertirme en otro fantasma.
Algo para lo que espero estar preparado cuando llegue el momento, pero que como
dice otro título, el de la última peli de Kurosawa, “Madadayo”: ¡Espera un
poco. Todavía no, compañeros!. Por ello, continuaré la búsqueda, esperaré la
llegada de nuevas tecnologías, novísimas bases de datos que sin duda seguirán
apareciendo, alejadas del archivo donde figura la lista de “Todos los nombres” de Saramago,
de aquella que aclara, y confirma la inexistencia de los seres que fueron
queridos algún momento, y lo haré con la esperanza disfrazada de seguridad en
que uno de los cartones del bingo que tengo entre las manos, al menos alguno de
ellos, va a poder completarse con prontitud.
P.D.- Analogía divertida entre el bingo y la supervivencia.
La vida es un juego también, y la diversión viene incluida en su equipamiento
de fábrica.
Línea: Cuando otros jugadores, menos afortunados, quedan
fuera de este premio secundario. Te sirve para creerte el rey del mambo, aunque
los demás siguen todavía en la pista de baile.
Bingo: Cartón absoluto. Has rellenado todos los huecos,
todas las incógnitas pendientes, y te das cuenta de que el baile ha terminado.
No tiene ninguna gracia quedarte solo en la pista. Para bailar en soledad,
mejor haberte quedado en casa.
Mucho mejor es hacerte a la idea de que no estas solo, ni en
la vida ni en el bingo, y que todos tienen un cartón como el tuyo en el que
puedes figurar, o no, como una de esas casillas a completar por los demás.
Aparte de que la metáfora resulte más ajustada de esta manera, entiendo que la
diversión está garantizada en un juego en el que participamos todos.
P.D.-(2)
De mi alegre vida que fue ayer,
las alegres chicas volví a ver,
a Paula sonreí, y un dedo me enseñó,
al murmurar así: Nada que hacer,
las alegres chicas volví a ver,
a Paula sonreí, y un dedo me enseñó,
al murmurar así: Nada que hacer,
ya tengo a quien querer,
soy la señora fiel,
ya no hay, lo ves bien,
nada que hacer.
Viejos compañeros me encontré,
y a una noche alegre yo invité,
a Juan cuando le vi.,
un dedo me enseñó,
y triste dijo así: Nada que hacer,
ya tengo a quien querer,
podré un whisky aceptar,
y luego hasta más ver,
nada que hacer.
Que los años pasan olvidé,
y que el tiempo vuela, recordé,
mis dedos que escondí,
vacíos, contemplé,
y me ruboricé,
adiós, adiós.
Yo no consideré,
que fue ilusión mi plan,
que un sueño era mi afán,
tan bello fue,
tan bello fue.
soy la señora fiel,
ya no hay, lo ves bien,
nada que hacer.
Viejos compañeros me encontré,
y a una noche alegre yo invité,
a Juan cuando le vi.,
un dedo me enseñó,
y triste dijo así: Nada que hacer,
ya tengo a quien querer,
podré un whisky aceptar,
y luego hasta más ver,
nada que hacer.
Que los años pasan olvidé,
y que el tiempo vuela, recordé,
mis dedos que escondí,
vacíos, contemplé,
y me ruboricé,
adiós, adiós.
Yo no consideré,
que fue ilusión mi plan,
que un sueño era mi afán,
tan bello fue,
tan bello fue.
Dice Víctor Hugo que “la melancolía es la felicidad de estar triste”.
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