viernes, 29 de diciembre de 2017
FELIZ AÑO NUEVO .-
La mala:
Este año no ha venido Placido. Con lo oportuno que hubiese sido ambientarnos en la Tarrasa (o Manresa) , de cuando así se denominaban.
La buena:
Ha vuelto Clarence, se ha ganado otro par de alas, y nos deja excelentes consejos para el 2018.
La música, como la felicidad, se crean dentro de nuestra mente. Solo es necesario desearlas.
No os importe la ausencia del sonido o la sencillez del color.
Con la caja de lapices Alpino que nos va a caer un dia de estos, será más que suficiente.
! Nos deseo mucha salud y abundante baile para el próximo
año !
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miércoles, 27 de diciembre de 2017
NABOKOV EN EL MANUAL DE USO CULTURAL Nº 35 .-
“Uno de los cinco
grandes del siglo veinte, el cazador de mariposas” es la
descripción de Nabokov según Cabrera Infante, quien no se digna a
citar los otros cuatro, y nos obliga a ubicarlos en su parnaso por el
mero descarte, después de escudriñar los miles de denuestos que
adjudica al resto, a aquellos que no son grandes.
Desgraciadamente
infravalorado entre nosotros los castellano hablantes, debido al
fenómeno “Lolita” y, lo que es peor, a la extraordinaria
película de Kubrick. Error grosero, pero parcialmente justificado si
consideramos que el orto y eclipse de su obra son debidos al citado
título, con el agravante temporoespacial de que aquí, la mayoría
de sus novelas habrían sido -o quizás lo fueron- condenadas, en la
penumbra de incienso y plomo de aquellos años, con el peor de los
calificativos, el del escándalo.
Y ese calificativo de
erótico e incestuoso, de lúbrico y lascivo, ha sido la causa de su
descubrimiento para un público reprimido en sus instintos primarios,
años cincuenta, que estaban necesitados de recrearse en la supuesta
perversión ajena para exorcizar, o quizás alimentar, sus demonios
interiores. Ignorando lo divertido del texto, el humor inteligente y
omnipresente , con el cual impregna el escritor todas y cada unas de
la páginas, evitando siempre cualquier atisbo de mal gusto o la
ausencia, de compasión implícita hacia sus personajes.
En mi caso, quizás
apremiado por Cabrera Infante, ha sido la lectura de “Pálido
Fuego”, la que ha abierto la espita del conocimiento y la
adscripción vitalicia al club de seguidores incondicionales de
Nabokov.
Comienza
con un poema, no excesivamente largo, pero si absolutamente
ininteligible, algo habitual en la traducción de cualquier obra
poética. No resulta posible cambiar el idioma de los versos sin que
pierdan su belleza, salvo que encontremos figuras como la de Nabokov,
quien escribe en ruso hasta los cuarenta y en inglés desde entonces,
profesor de literatura francesa en universidades americanas, en las
que llega a dar cursos sobre “El Quijote” entre otros clásicos,
quedando en riesgo de verse: “virando
hacia la literatura inglesa, donde tantos poetas frustrados acababan
como profesores vestidos de tweed con la pipa en los labios”
según
sus infundados temores. Encontrándose en un país donde el New
Yorker seleccionaba y difundía, y sigue haciéndolo, los valores
emergentes de escritores aspirantes a la grandeza literaria.
Es en ese ambiente, de
campus semiocultos por una naturaleza tan cercana como amable,
enriqueciendo su colección de mariposas, de las que Lolita sería
metafóricamente uno de sus más admirados ejemplares, donde
transcurre casi toda la historia de “Pálido fuego”, en dobles y
triples saltos mortales, de los que el lector no queda exento, al
menos si intenta integrarse en el relato, en la intencionalidad
atribuida a los versos por el narrador, o en el trasunto certero de
otra historia, la realidad, que suele perseguirnos y que siempre nos
alcanza. La Wembla imaginaria de Nabokov, comienza a tomar una
ubicación geográfica en cuanto seguimos la hégira del
protagonista, el alter ego del otro, el narrador.
«¿Es usted
trotskista, entonces?», sugirió sagazmente en 1940 un escritor
izquierdista en extremo limitado, en Nueva York, cuando dije que no
estaba ni con los soviets ni con ningún zar. “,
cuenta Nabokov en una de sus innumerables diatribas contra ciertos
críticos y otros tantos lectores acríticos.
En un penúltimo
movimiento en el tablero, salta a Suiza para, desde allí, reordenar
y organizar la traducción de sus novelas rusas, de sus cuentos, que
nos obligarán a bucear felices en ellos con la motivación más
primitiva de cualquier lector, la diversión. No sin antes priorizar
la lectura de “Ada o el ardor”.
Indiscutible maestro en
poesía, metafísica, moralismo, historia, costumbrismo o disección
de autores ajenos por un entomólogo experimentado, y siempre bajo el
filtro del humor inteligente, del genio que te deslumbra en un
párrafo y en otro, que te hace subrayar página tras página y te
justifica plenamente el aserto del cubano deslenguado, el estar ante
uno de los cinco grandes.
“Lo
que yo procuraba recoger con desesperación era el aroma de una
nínfula mientras ladraba entre el sotobosque de oscuras selvas
marchitas.”
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domingo, 24 de diciembre de 2017
FELIZ NAVIDAD.-
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viernes, 22 de diciembre de 2017
LAMENTO BORICUA.-
A mi me pasa… lo mismo que a usted.
Me siento solo… lo mismo que usted.
Paso la noche llorando, paso la noche esperando…
Lo mismo que usted.
(Tito Rodríguez)
Y el bolero se hizo verbo y quedó entre nosotros, con su
tempo amable y su acompañamiento instrumental asequible a quien tiene una
guitarra al lado y a alguien dispuesto a colaborar con cualquier improvisada maraca.
Anterior a la electrificación musical y a la identificación del vatio con el
volumen sonoro, alejado este también de sus orígenes y actual omnipresencia en
forma de luz, calor y energía para los aparatos electrónicos que nos resultan
imprescindibles, el PC – que en tiempos significaba otra cosa- y de su fruto
vital, la web, la red de la que no podemos despegarnos.
Tan alejados del bolero y sin embargo tan cercanos, tan solo
cambiando el significado de sus versos, su finalidad original, y adaptándolo a
nuestras vicisitudes cotidianas, aun conservando el fondo musical, su base de
karaoke vital que, espero no me falte nunca.
Estamos presos de patas en él, en Internet, como las moscas
en la fábula de Samaniego, nos dejamos atraer por el conocimiento instantáneo
de los asuntos colectivos, de la política como interminable comedia patética
–autodefinición personal de Woody Allen-
y nos sentimos participes imprescindibles por el mero hecho de devorar
titulares o columnas de diez, o veinte, medios afines a nuestra –presunta-
forma de pensar. Presuntamente nuestra y realmente de ellos, de los que
escriben para que asintamos, y disfrutemos empantanados en el muladar (1) como
moscas presas de patas en él.
Ahí queda, en las redes sociales, activa o pasivamente, en
todo caso ineficaz, la participación del individuo, del presunto ciudadano, en
la vida política, en la actividad democrática del país, para algunos estado,
para otros patria.
Absolutamente imposible levantar la cabeza o intentar emitir
opinión que no sea el eco buscado y dirigido de la oficial del partido en el
poder, o en trance de serlo.
En mi ciudad son solamente setenta y cinco los militantes,
los socios acreditados, del partido hegemónico y, por tanto, los que imponen su
voluntad sobre los cuarenta mil que se sienten solos… lo mismo que usted. Este
hecho, lejos de anecdótico, es solo la versión domestica, autárquica para los
portugueses, de las otras cubiertas antidemocráticas de la sociedad, sea en su
versión autonómica, estatal o paneuropea. Más de lo mismo, escuchar y agachar
la cabeza, la dolorosísima lección
aprendida de los padres y los abuelos que pagaron muy caro el creer que podría
ser de otra manera.
Nos quedan los hilos más débiles de esa red de opinión y
conocimiento al alcance de nuestras manos atrofiadas por el desuso, la
posibilidad de participar en foros, en chats, o en pizarras digitales y
evanescentes, a riesgo de ser expulsados –baneados- de compartir nicho con
maleducados anónimos o, incluso, de ser denunciados y condenados por quien o
quienes se den por aludidos y ofendidos. Reo (2) del delito de odio, por dios,
si de lo único que me quejo es de pasar la noche llorando, la noche esperando,
lo mismo que usted.
“Tú sin él no eres nada”, leía en el neocatecismo del
monseñor, y jamás pude pensar que se estaba refiriendo al partido, a cualquiera
de ambos, ya que el destinatario de la admonición me quedaba bastante claro.
Supongo que no soy la única víctima de esta situación de
automarginación ciudadana, fuera de los “cauces” oficiales, como si la vida del
individuo no sufriese suficientes estancamientos, épocas torrenciales y
periodos de sequía, para tener que dar por bueno el transcurrir único y
verdadero, el oficial del partido, tan alejado a veces del conjunto, y del
futuro de la sociedad, como estamos viendo, o a punto de contemplar.
Renunciamos tiempo ha, a la utopía, a que nuestras plegarias
fuesen atendidas – por quienes nos rodean – a sabiendas de que sobre las otras,
más nos vale que sean desatendidas como bien dijo la santa. Escarmentados y
escocidos, todavía, de aquello, miramos alrededor, buscando cabezas emergentes,
cuellos estirados a la búsqueda de quienes estén sufriendo lo mismo que usted,
y solo encuentro con ellos un lugar común, las patas pegadas en él.
Y es que son tantas las falacias, los fraudes, sobre los que
está montada esta farsa, que va llevar tiempo, espero que sin hostias, el ver
como se secan, se caen, y son retiradas por el viento otoñal que, por cierto
hoy ha terminado. Tendremos que esperar a la próxima temporada climatología,
que esa al menos es implacable y totalmente independiente de los poderes
fácticos o fascistas como ahora nos llaman quienes lo son. Más antiguos que el
bolero, ya digo.
(1).- El muladar de mi infancia jamás tuvo ese nombre. Lo
llamaban “El mataero de los burros” y servia para arrojar los cadáveres de
animales y para que los niños contemplásemos como los buitres y los
cuervos se presentaban entre nosotros ocasionalmente,
haciendo vida aparte el resto del tiempo. El que uno se identifique con los
carroñeros o con los finados, mulos (muladar) o asnos, ya es cuestión
metafísica de cada cual.
(2).- Reo. Pez de talla media que no suele superar los 120 cm de longitud total y 30 Kg de peso, aunque en
España raramente alcanza los 60
cm.
Prácticamente desaparecido, el pez de rio que nos vió crecer
desde el plato, fritos o en escabeche.
Hoy tiene otro significado la palabra. Una consonante y dos
vocales.
(3) – Epílogo excusado. (Excusado: adj.
Innecesario o inútil. “Excusado es decir que puedes venir cuando quieras”:
Todo esto sucede en mi Puerto Rico soñado, de donde nos
llegaron Tito Rodríguez y sus boleros. (Este lo escuché de Feliciano. Hoy la
red dice que la canción es de Palito Ortega, de Rocío Durcal, o de vaya usted a
saber. Ni caso).
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jueves, 14 de diciembre de 2017
ALTERNATIVAS A LA SANIDAD PÚBLICA.- (89)
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domingo, 10 de diciembre de 2017
LA MIRADA ATENTA.-
De alguna manera la relación del lector ante un texto que va a leer, o la del espectador ante una película, es muy parecida a la habitual relación entre los humanos. Esperamos hablar y escuchar, ser escuchados cuando exponemos nuestra opinión o nuestros deseos.
En el instante en que se
rompe la interactuación de ambos, incluyendo a aquellos que exigen una comunicación bidireccional, reciproca, la relación
desaparece. Al menos lo hace en el sentido fundamental de la misma,
la que se entiende sucede entre iguales, humanos libres.
Esta ruptura es más
frecuente, me temo, de lo que sería deseable, no solo para mantener
las normas sociales, sino para el desarrollo mutuo de los individuos
que hablan y escuchan, bien diferentes de aquellos que hablan o
escuchan, y nunca ambas cosas alternativamente.
En el ambiente coloquial
entre amigos, compañeros de trabajo, y por supuesto el familiar,
esta regla no escrita resulta de vigencia fundamental. Aquellos que
tienen tendencia a perorar indefinidamente, sin ofrecer la menor
ocasión, ni interés, por la opinión del interlocutor, suelen tener
un futuro social donde la auto marginación suele aliarse
exclusivamente con las benzodiacepinas, a medio o a largo plazo.
Curiosa e
inexplicablemente, ofrecemos nuestra servidumbre incondicional, como
meros oyentes, mudos vasallos de quien expone ante nosotros su
versión de la vida, siempre que lo veamos escrito en un texto o
proyectado en una pantalla.
Este flujo unidireccional
permanente no nos enriquece en absoluto, no fuerza nuestro intelecto
más allá de la aceptación gozosa o del rechazo sobre la obra y la
consecuente búsqueda o censura de la próxima del autor que nos haya
satisfecho con su historia, que casi nunca es la nuestra.
Ese todo fluye ante
nuestra retina se convierte en una perdida irremediable de nuestro
preciado tiempo -que es finito- y lo que es peor, en un embotamiento
intelectual, una renuncia a poner nuestras ideas a la altura de las
del escritor o del cineasta.
Parece algo irremediable,
el tu das y yo tomo, y además pago; pero existe la capacidad de
discriminar la calidad y la cantidad -no menos importante a la hora
de disponer de una meditada respuesta- de aquello que vamos a digerir
día tras día.
Extrapolar la lectura o la
cinefilia a las inevitables e interminables horas televisivas, y la
exposición ante mensajes de ínfima categoría moral e intelectual,
parece obvio. El que esa exposición , unidireccional, mantenga y
perpetue la incapacidad de respuesta por parte del espectador,
también.
Por ello, uno busca,
infructuosamente casi siempre, el milagro que sabe oculto, entre
centenares y millares de libros, de películas, aquel o aquella que
necesita de su participación, de su reacción, imprescindible para
establecer esta relación bidireccional de la que hablaba al
principio.
Y a veces sucede, te hace
creer en los prodigios cuyo eco proveniente de lugares insospechados
y tiempos pretéritos, resuenan en tu cabeza, haciéndote ver con
claridad algo que habías intuido pero que estaba semioculto
esperando la ayuda de la linterna en mano ajena, para esclarecer ese
concepto, esa idea que te hace más rico espiritualmente y que te va
a acompañar desde ese día luminoso.
“Everything is
iluminated” 2005 de Liev Schreiber. Comedia dramática donde un
joven judío americano intenta encontrar en Ucrania a una mujer que
salvó a su abuelo durante la II Guerra mundial, ayudado por por un
excéntrico local.
Las virtudes de la road
movie son innegables, la historia de un periplo en el que la búsqueda
de El Dorado se encuentra enriquecida por todos los paisajes y
personajes que van apareciendo en el trayecto. Fluyen las imágenes,
bellisimas a veces, bajo el humor, propio del choque entre dos mundos
diferentes.
Pero sucede después algo
especial, algo que hacía tiempo no había experimentado este
espectador.
Hay películas que
terminan al poco tiempo de comenzar, te invitan a mirar el reloj
repetidamente buscando el consuelo de comprobar que el soportar esa
banalidad tiene una duración decreciente.
Otras, la mayoría de las
que pasaron el filtro de la crítica y gastaron en su promoción el
doble o triple que en su producción, te dejan sentado esperando su
final, sin más daño ni beneficio que el de las dos horas que les
has dedicado.
Pero es que hay algunas,
excepcionales, tanto como el contemplar el rayo verde en la puesta de
sol sobre el horizonte marino, en las que la película comienza
realmente cuando ha terminado la proyección.
Cuando al poco rato de
acabar los títulos de crédito, me doy un manotazo en la frente, y
me digo:
!Huy lo que me ha dicho!
!Lo que me ha dicho!.
Y de pronto la comedia,
que no lo es, la aventura del joven viajero y su colega ucraniano, el
recorrido semi turístico por un país y un paisaje que nunca vas a
visitar, se convierten en una carga de profundidad que, no llega a
hundir el decrépito submarino donde guardas tus ideas adoptadas o
compradas en los interminables mercadillos callejeros, en los rastros
donde las antiguallas de toda índole han ido rellenando los cajones
de los recuerdos. Pero la sacudida es tan terrible que muchos de esos
cachivaches salen de sus escondrijos y se reubican en una nueva
disposición, de la historia, de la moral, de la vida, y sobre todo
del presente, de ese tiempo cuya actualidad reconoces que ya lo era
en tiempo de tus abuelos, de los tuyos y de los ajenos. Ese es el
descubrimiento de la realidad que nunca lo fue, de las creencias
ficticias que te hacen sospechar de tu incapacidad como espectador,
de tu escucha irreflexiva ante quien hablaba solo, de la necesidad de
reflexionar sobre todo lo que te llega a través de los libros, de la
imagen, de las noticias, y la revelación de que sin tu parte del
dialogo, la que diriges a ti mismo, la historia que has contemplado
va a quedar incompleta.
Diálogos terribles,
cortos e inconexos entre dos jóvenes que desconocen el lenguaje
ajeno, que relacionan con dificultad sus mundos tan diferentes, el
primero que lleva camino de dejar de serlo, y el tercero que por
momentos no lo es. Diálogos que horas después de escucharlos, retumban en tu cabeza con la
precisión de un guión de Billy Wilder, donde nada sobra, donde nada
falta.
Situaciones extrañas,
solo en apariencia, y personajes esperpénticos, que no lo son en
absoluto. Solo sirven para que medites por qué actúan así, tan
diferente a como lo haríamos nosotros, y sobre todo que pienses
sobre quien lo hace correctamente, si tu, el protagonista, o quizás
ellos.
El asunto sugerido como
principal, nunca dejará de serlo, el maldito holocausto, pero queda
en un hábil y discreto segundo plano, haciendo de telón de fondo
sobre lo que te quieren contar, lo que tienes que descubrir, la
ignorancia de los hechos por aquellos que estaban allí, o al menos
sus padres y abuelos. tan cercanos que, la inexistencia de ello en
su memoria te hace sospechar sobre la capacidad del ser humano para
ignorar involuntariamente situaciones tan terribles que se convierten
en no sucedidas por la mera necesidad de supervivencia.
Y no trata de eso la
película, o al menos solo de eso. Trata de la herencia de esas
vicisitudes y de sus consecuencias, por tremendas que hayan sido. De
la asunción por cualquier etapa en las generaciones familiares, de
los pecados y virtudes de quienes les precedieron.
Tantas cosas más que no
dejan de enriquecer las posibilidades de un modo de vida, el nuestro,
sobre el que estamos empeñados en su artificial deterioro.
Tantas costumbres absurdas
que hemos adoptado contagiados por la moda imperial, y por esa
relación de oyente sumiso que nos impide cuestionarnos su sentido.
Tanto es así que, no puedo ni citarlas por aquello de no acabar
lapidado por los creyentes en esto o aquello, en cosas y hábitos que
solo por pertenecer a ese todavía primer mundo, consideramos
perfectamente razonables, o razonablemente perfectas, siempre y
cuando no razonemos en absoluto.
Ciertamente puede verse, y
disfrutarse, como una comedia amable que termina con su final
habitual. En mi caso, agradezco que además haya resultado ser una película
memorable.
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