lunes, 9 de marzo de 2009

PARA CRUZ, LA QUE LLEVAMOS.


Estaba yo releyendo a Junior, Kurt Vonnegut, y desternillándome con su antibelicismo naif, - alguien le sugirió la vanidad de su lucha contra las guerras, aconsejándole que hiciera lo mismo contra los glaciares, que al igual que ellas siempre estarán ahí. Una profecía bastante cutre, al menos por lo que respecta a la durabilidad del permafrost- en su “Matadero cinco”, cuyo titulo inicial era, y es, “La cruzada de los niños” con la intención de comparar la segunda guerra mundial con la cruzada en la que miles de chavales europeos se lanzaron hasta la muerte y la esclavitud en el siglo once; y con la guerra de Vietnam, que era el fondo de la cuestión de cuando entonces.
Allí nos cuenta su experiencia guerrera alrededor de su oficio de tinieblas, de auxiliar de capellán, de su dominio del órgano portátil con dos registros: Vox humana y Vox celeste, y de cómo la muerte hace tabla rasa de todo lo puede, que no es todo, porque con la imaginación no tiene nada que hacer; y ese es el regalo de ese escritor tan estupendo como injustamente olvidado que es Junior. Digo yo que cuando los americanos dicen llamarse así es porque les gusta, yo por ejemplo me estoy quedando calvo y no antepongo ese dato a mi nombre. Es cuestión de gustos.
Lo cierto es que me picó la curiosidad el asunto de la cruzada infantil, y aunque el tema de las cruzadas es más del dominio del Capitán Trueno, que me ha prometido un relato sobre su incidente con Saladino, me puse a indagar.
Resulta que un pastorcito alemán, Nicholas, y otro francés, Stephen, habiendo recibido la llamada de Cristo, y una carta de este para el Rey de Francia, reclutaron hasta treinta mil niños, en sus respectivos países, y los dirigieron a Niza para, una vez se abrieran las aguas a su paso, marchar contra el infiel para recuperar los Santos Lugares y demás.
Como las aguas no se enteraron del asunto, la mayoría murió de hambre en la espera y el resto fueron embarcados gratis por unos generosos mercaderes que los vendieron como esclavos al otro lado del charco, el pequeño charco de entonces que era el Mediterráneo.
Hasta aquí la leyenda, claro está. Expertos en el tema, sostienen que los cambios económicos que asuelaron Europa en los siglos once y doce, generaron una multitud ingente de desocupados y vagabundos, campesinos pobres que perdieron sus tierras y, de este modo, buscaron una salida a su desesperación. Chicos del campo llamados pueri, de donde vino el desliz que condujo a la verdad apócrifa -cualquier analogía con el tiempo actual queda fuera de lugar, como siempre-y formaron otra horda que arrasó nuevamente todo lo que encontró en su camino hacia la muerte a manos de los turcos, algo mas allá de Bizancio.
Lo cierto es que fueron ocho cruzadas, ocho, que contabilizaron mas de dos millones de muertos de la época, que con la inflación y un buen actuario podrían equivaler a tropecientos millones de ahora. Y si no me creen fíjense en aquellos que sin ganar las ultimas elecciones, -han quedado los segundos-, están dispuestos a gobernar democráticamente. Si creen en ellos y en su justa actitud , sean generosos con mis cálculos que, aparte de ser verosímiles están amparados por la mejor y la mas desinteresada, de momento, de las intenciones.
Y verdad es que, seguimos jugando a lo mismo. Y, si entonces lo único que consiguió la cristiandad fue mantener un par de reyezuelos durante menos de un siglo, en Jerusalén, ahora no vamos a conseguir mucho mas manteniendo a nuestros cruzados en Afganistán, sin tener además un fin tan alto ni tan sublime como el de los caballeros que obedecían las ordenes de Benedicto II. Les juro que esta coincidencia también estaba ahí, seguía estando cuando me desperté esta mañana.
Aparte de la vigencia de las órdenes militares, que seguirán enviando chicos al matadero como siempre ha sucedido, nos queda la desesperanza de que la situación de hambruna mueva a las masas sin empleo a buscarse uno en otra movida similar a la del medioevo. Y no es que nos guste ese panorama, sino que en determinadas circunstancias sociales, de precariedad, al personal le gusta compararse con los que están mucho peor, y consolarse de ese modo miserable. Quizás sea ese el motivo de esta mirada atrás sobre la mayor de las barbaridades del tiempo oscuro. Quizás sea que yo no esté dotado, tampoco, para la otra alternativa a las situaciones difíciles, cual es la de cantar y bailar y contar cosas graciosas para distraer al lector, que no teleespectador -ese lo tiene resuelto-, de la comezón del séptimo año. Y ese era el titulo de la película de Billy Wilder que aquí, otra vez, titularon “La tentación vive arriba”.

Con lo del séptimo año quiero ser optimista, no vayan a creer.
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