lunes, 23 de marzo de 2009

TOBACCO ROAD

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Siempre he pensado que los clásicos pueden esperar. Que van a estar ahí callados pero tranquilos, seguros de que mas temprano que tarde voy a recuperarlos, uno a uno y a hacerlos míos Es lo que tiene pensar, e incluso vivir, en primera persona. Te llegas a creer que aquello que te rodea, o al menos aquellas cosas o personas, dotadas de bondad intrínseca, no tienen otra cosa que hacer que esperar a que llegues tu a decirles aquello de levántate y anda.
Ni tan siquiera los objetos inanimados que encierran dentro el poder del arte, que sus creadores tuvieron a bien prestarles, ni tan siquiera esos me van a esperar. Tan solo conseguiré, estoy consiguiendo, con la indolencia propia de mi calaña el perder una tras otra, ocasiones que no volverán.
Sucede con los clásicos de la literatura, del dieciocho hacia atrás, con los del cine, anteriores a los cuarenta, con la pintura prerrenacentista, con todo aquel arte que me obligue a un esfuerzo adicional a la mera contemplación, con todo aquello que se aleje del tebeo con su muñeco y su globito explicatorio de lo que está diciendo, de lo que está pasando. Laxitud mental que ha justificado cierta parte de la deuda esta que me corroe, de la hipoteca cultural que, según pasan los años se me hace más difícil de amortizar, aunque sea solo en una parte infinitesimal.
Otra parte del olvido tiene sin duda el padrinazgo de la mandanga, de la estupidez innata del que pretende:
1.- Esperar que llegue el momento adecuado. Tiempo libre para ello, alineamiento de ciertos astros quizás, la traducción, la edición definitiva que está al caer desde el siglo pasado, la versión en HD , en MPG4, o la remasterización perfecta que me haga disfrutar hasta el éxtasis después de haber alcanzado la suficiente madurez personal para ello. Tonterías, ya digo.
2.- Atesorar y guardar a buen recaudo, como el mejor de los vinos, esperando a que haya perdido el color y el olor que lo prestigiaron en su momento de gloria. Del sabor ya no digo nada, probablemente cuando vaya a abrir la botella mis papilas gustativas solo puedan diferenciar entre frío y caliente o entre húmedo y seco, en el mejor de los casos.

En todo caso, y a pesar de esos fantasmas que no dejan de poner escalones en el más llano de los caminos, de vez en cuando se escapa uno de la disciplina que la tontería impone y va y echa una cana al aire.
Bien es cierto que ello no ha requerido una actitud temeraria minimamente quijotesca, ni dejar al albur la letra inicial del autor o la época a revisitar. Tampoco ha sido motivo de un esfuerzo titánico ofrecido por la mejor de las causas, el ya mencionado pago del efecto timbrado numero 58. Afortunadamente ha sido motivado por algo tan sencillo, como es la búsqueda del placer. Quizás sea esa la más noble de las razones que nos acerquen al arte, y nuestra actitud mas correcta sea la darnos el gusto, aunque ello sea pecado. Pero eso ya se sabe.
Le tenia yo ganas a Gene Tierney, en sus años mozos, y esperaba como agua de mayo que la técnica revitalizadora del glorioso blanco y negro en formato tres por cuatro y en emulsión fotográfica que apenas diferenciaba el gris claro del gris oscuro, y no había mas colores que esos dos, que los milagros de la imagen digital pusieran a mi alcance esas imágenes que, nunca antes han podido gozar de semejante calidad. La verdad es que después de la experiencia de "Sundown", Henry Hathaway 1941, de la foto de estudio en la que aparecía la diosa, en mi mano izquierda, y el puño en el pecho de la derecha mientras musitaba ¡No es verdad! ¡No es verdad! Cuando en la pantalla ligeramente abombada aparecían unas extrañas sombras procedentes del VHS y en las que la protagonista resultaba indistinguible de la misma sombra que había dejado antes Santo el Enmascarado de Plata.
Así que, cuando he podido conseguir “Tobacco Road” John Ford 1941, en formato DVDRip, que es a lo máximo que puedo aspirar de momento, no he dudado en subtitularla, para que no perdiese lo que no debería perder ninguna película, y me he puesto a verla. Vamos que la he visto, y de eso estoy escribiendo.
Una extraña novela, de Erskine Caldwell, versionada para el teatro, americano no asustarse, con un éxito arrollador y que mereció los honores de los estudios cinematográficos en una época que marcaba el final de la anterior, la Gran Depresión, - siempre ponen el gran, delante- y el comienzo de la siguiente, la Guerra de cuyas cenizas surgiría la prosperidad y el confort que nos ha acompañado hasta antesdeayer.
De la novela, de la historia, solo digo extraña. Quizás porque esté casi todo dicho. Igual que de la película solo diré que los personajes quevedescos sufren unas peripecias valleinclanescas con diálogos de Buero. Dirán los expertos que son herederos del profundo Sur, que tan bien retratara Faulkner y tal y tal.
¿Son monstruos? ¿Son simplemente supervivientes? No lo se. A mi me parecieron seres humanos, sucios y crueles y modestamente felices, como la mayoría de los seres humanos. Aunque en Australia prohibiesen la película, en España puede que ni se estrenase, y de que, paradójicamente, tuviese continuación en una serie televisiva de las que usaron en los sesenta para intentar deformarnos mentalmente- aunque con nosotros, los niños del Cotolengo, no pudieron hacer nada. Simplemente llegaron tarde- y posteriormente en otra igual de penosa en dibujos animados, que todavía aparece en las parabólicas con la frecuencia de las perseidas, en el verano, y de año en año.
De la señorita Tierney poco puedo decir, con justicia, sale poquísimo, y era la razón que me movía. En los pocos segundos que sale- no creo que sumen un minuto- demuestra dos cosas que ya sabia yo. Que actriz no era, vamos que no estaba la cosa para compararla con esta ni con aquella, y sobre todo que era guapísima, mucho más de lo que yo podía imaginar. Baste decir que en la escena aquella en la que el padre consigue quitársela de encima colocándosela al bueno de Ward Bond, diciéndole aquello tan significativo de -¡Lávate y ve con el! Baste decir que el plano del enjuague facial en la jofaina me pareció algo tan glorioso que me hizo olvidar el sentido de la frase y el como la censura, la jodida censura, suavizó ese elemento constructivo de esta historia tan bestial, a la vez que me hizo reconciliarme con ella. Paradojas del destino.
Pero algo debe tener el cuento cuando lo repiten. Y a mi me quedó una desazón tremenda, un golpetazo en la cabeza y una patada en el culo que me recordaban la falsedad de todo aquello que, habitualmente, consideramos verdadero.
De cómo las migajas de un pasado próspero, el polvo y las hojas que arrastra el viento, el agua de la lluvia que riega unos campos yermos, donde no hay semillas para fecundarlos ni mula para trabajarlos, y la necesidad de sobrevivir un poco mas a la ruina, una semana, un mes o un año quizás, mueven a aquellos personajes en una dirección tragicómica que a los españoles no nos resulta del todo desconocida.
Imagino los diez años que la versión teatral estuvo en cartel, entre 1930 y 1940, e imagino su público, que había vivido unos años tan duros como para poder identificarse, reírse, o espantarse de esas figuras tan terriblemente cotidianas. Supongo que ,- ya los griegos-, era la catarsis de un drama-quizás tragedia- que debía asumirse y a la vez dar por superado de esa manera, en publico, y aceptando el resquicio de que la mas miserable astilla, alentara el comino de esperanza que nos mueve a seguir adelante, por encima de lo que sea menester.
P.D.-
Inevitablemente he recordado "Brutti, sporchi e cattivi", de Ettore Scola, 1976. Gran película con demasiados puntos en común con la de Ford, como para que estos pertenezcan al azar, y con la omisión habitual sobre su procedencia. Además les contaré, y no me pienso callar, que su titulo en nuestra cartelera fue “Sucios feos y malos” cuando el original decía claramente “Brutos, cerdos y delincuentes”.
Que, por cierto, han sido y son adjetivos sustantivos, mas que apropiados para calificar a ese segmento –tenaz y discreto- de la población de Mongo que nos lleva a todos camino del escenario donde se desarrolla “Tobacco Road”. Y yo de actor no sirvo.
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2 comentarios:

  1. Te interesa:
    http://www.europafilmtreasures.es

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  2. Una película que he visto no sé cuántas veces y nunca me cansa (al contrario que algún otro de los títulos más consagrados de Ford). Da usted en el clavo, lo que deviene comedia salvaje parte como todas las de su especie de una historia de brutalidad y degradación. Como el auto de Dude, deshecho y maltratado por la más feroz ignorancia...

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