lunes, 20 de abril de 2009

ENTILDADOS




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GRACIAS POR LOS BUENOS RATOS.-
En una de las bibliotecas literario-musicales donde habitual, y compulsivamente a veces, me prestan la música que suelo descargar- y mal vamos si la música hay que descargarla en lugar de escucharla- suelen encabezar el cotidiano enlace, con excesiva frecuencia, con un latinajo lapidario “In memoriam” para hacernos participes del dolor por la perdida del santo del día. Y ya saben que la santidad, el carisma del artista no se confirma, jamás, hasta después de su fallecimiento.
Esta regla, como todas las eternas, es sagrada. Si quieres triunfar, muérete.
O bien, si quieres que tu pupilo- mecenazgo- pase a la posteridad en loor de éxitos de ventas y el consiguiente rebosamiento de tus arcas, mátalo.
Esto último no llegan a hacerlo en sensu estricto, no seria ético en un mundo en el que la falsa ética, la aparente moral lo es todo, lo impregna todo. Pero sibilinamente, estos promotores musicales o de lo que sea, invierten sus monedas en fichajes mas o menos depauperados en los que al magro coste de la exclusiva y al previsible valor oculto del autor, se asocia cierta enfermedad incurable, cierto aura maldito-de maldición- que acorte la expectativa en la supervivencia hasta extremo tal que la parquedad de la espera se vea cuantitativamente invertida en el “inesperado” éxito de ventas post mortem, fajado con letreros en los que figuren las palabras “póstuma” “Inédita” “In memoriam” etc.
Si a ello le añadimos el factor carencial,- vaya mierda de generación de escritores, tenga usted puesta sus esperanzas en el baby boom para esto-, o en el mas controlable “de moda”- a la derniere- hábilmente auspiciado por los medios de comunicación asociados al editor, el negocio suele ser redondo. Al menos para la industria del dinero, que es la que mueve al mundo, no lo olvidemos.
Y nuevamente, nos encontramos ante otra, la enésima joven promesa, arrebatada para menor gloria de las artes a la temprana edad de cincuenta años. Y es igual, para el negocio, que resulte temprana a los veinte o a los cincuenta, porque siempre habrá dejado atrás una obra “inagotable” que irá saliendo de cajones ocultos, de carpetas extraviadas, de legados insospechados, y de cartas más o menos apócrifas o bastardas, al ritmo que marque la demanda del lector, sobre el santo en cuestión.
Y aunque estamos sobrados de fe en los asuntos del arte y de la política, lo cierto es que en los otros no. Nunca estamos sobrados.
Sin ir mas lejos, estuve releyendo el otro día, entre cuento y cuento de Bolano, que es de quien quiero hablar, un episodio bíblico recreado por la pluma de Thomas Mann “Las tablas de la ley” donde interpreta en clave posibilista, dentro de la normalidad mas consuetudinaria para la especie humana, los presuntamente mas que probables sucesos sobre los que se ha construido, y seguimos construyendo, eso a lo que llamamos civilización. Es decir: El pueblo elegido. El mago que hace creer que todo lo bueno sale de sus manos – y hay que pagarle- y todo lo malo es culpa nuestra – y hay que pagarlo-. El asunto de las dinastías. Que mira Inés, que al niño le quede el riñón cubierto. Que no importa quien es mi padre, pero mejor que creáis que es el Faraón, y si cuela mejor. Y sobre todo, que aquí hay que poner orden, porque si no luego se va a liar gorda y es mejor dejarlo todo atado, y… Ale Hop: Las tablas de la ley.
Todo esto mucho peor escrito que aquí, mas farragoso, y sujeto a otras interpretaciones que, además de erróneas, no son las mías. Y aunque ni Thomas ni yo estuvimos entonces allí, lo cierto es que estamos hablando de lo mismo.
Hablo de que un escritor de raza, -valiente majadería-, debe ser ante todo una persona ídem, un ser humano que haya vivido lo suficiente, en experiencia = dolor, no en tiempo, y que se limite, con mayor o menor fortuna, a contarnos su vida. Y esta tarea tan grande, por sencilla, son muy pocos los que lo han hecho, los que lo han escrito.
Uno de estos pocos afortunados posiblemente sea Roberto Bolano.
Ya de entrada, ha cargado durante toda su vida, corta o larga ha sido toda, con el estigma, con la cruz, con la tilde de la maldita eñe que lo condena a la marginación, como el augur del buitre que persigue incesante la sombra de la precariedad física desde el momento para ti imperceptible en que la naturaleza trueca tu vitalidad en el aroma de la comida desestructurada con la que el mejor chef del universo regalará el paladar del gourmet mas exigente, el carroñero editor. Ya saben lo del mustio collado que fueron un tiempo la Itálica famosa. No insistiré.
Pero la letra ausente en el teclado, la entildada, te persigue, te oprime el espíritu en la convicción de tu inexistencia, en la premonición de que tu exilio no va a ser exclusivamente terrenal, y en la revelación de que nunca mas serás Buñuel ni serás Bolaño, y que así tendrás que aprender una no vida de escritor mutilado, y que tendrás que distraerla primero, ahogarla después, con licores extraños, con alcoholes lejanos que van a aliñar tu hígado hasta convertirlo en algo parecido a un mi cuit al calvados, en algo que a tu carroñero editor le va a saber a gloria. Aunque quizás las hienas lleguen a desplazar a los buitres en medio del banquete, cuando tu ya no estés para contarlo.
Arturo, perdón, Roberto, Belano o Bolano, perdón, Bolaño, cuenta pocas cosas, aunque las cuenta muchas veces. Y dos de ellas ya las conocemos, que es un apátrida victima del alambique; pero con ser tan escasos los temas sobre los que va a bordar uno, dos, y hasta cien relatos, no dejan de ser una base extraordinaria, vivida y doliente, mas que suficiente para construir el edificio del prestigio literario sobre el que su figura se erigirá, se yergue, sonriente.
Una de esas cosas es la amistad, la generosa aceptación de todos los innumerables, pero perfectamente nombrables, y nombrados, sujetos que han ido compartiendo su vida en retazos de tamaño variable, e incluso aquellos que compartieron solamente la de sus amigos, tanto importa, y que serán retratados a lo largo de centenares, millares de páginas con la óptica del escritor optimista, la visión del poeta generoso, en la versión minuciosa de sus pequeños quehaceres y sinsabores cotidianos. Chejov quizás. O mejor, Chejov también.
Otra de ellas es el picor que produce la cicatriz, por antigua que esta sea, la marca de fuego en la historia del hombre, y la pequeña porción que de ella, toca sufrir a cada uno. La tragedia. La colectiva, la nacional, la de la raza, la del genero, la de los mil nombres distintos y un solo ser verdadero. La del exterminio del hombre por el hombre. Las armas como evangelio. El poder como iglesia verdadera. Y el desprecio al valor de la vida ajena, del diferente, del extraño, como cima y objetivo de la incultura universal.
Quizás esta última sea la motivación “artística” que a mayor número de lectores atraiga, a pesar de que el autor no insista ni abunde explícitamente en ella. Quizás solo sea una referencia lejana pero constante en su vida y este, una y otra vez, no haga otra cosa que contárnosla, la suya propia.
Pero no deja de transmitirnos su sabiduría, la del desahuciado, mucho antes de serlo, del que sabe que el azar, y solo eso, permite que sigamos aquí, mientras el resto, probablemente, haya sido exterminado. La sabiduría del que acepta como hecho natural el mal sobre el que se rompen una y otra vez las palancas de la historia, intentando apartarlo del camino. La sabiduría del que conoce a los que manejan esas palancas y sabe que, ellos también. Sí, ellos también están contaminados.
Y no es el de las profundidades sociológicas o metafísicas su terreno natural. Es más bien el del cronista, del apuntador meticuloso a lo largo de una vida llena de intensa lectura. Es la del poseedor de toda una colección de anécdotas, aparentemente triviales, que solo le suceden a aquel que sabe, que es consciente de que el mismo es solo una anécdota.
Por el desparpajo con el que nos lo relata y por la efervescencia a que debió estar sometida su mente, reflejada en todas y cada una de sus paginas, nos resulta inevitablemente simpático, acreedor de nuestro cariño, familiar incluso, y nos hace sentir la necesidad, asumiendo el engaño de la fantasía, de que nos hubiese gustado, mejor, nos gustaría, tener un amigo así. Locuaz, brillante y humano.
Un amigo inteligente a quien acercarnos de vez en cuando, aleatoriamente, sin la premura de la frecuencia establecida, y que al hacernos cómplices de sus experiencias, mas o menos terribles, de sus juicios inconclusos sobre la gente que lo/nos rodea, y sobre sus pequeños desvaríos mentales, nos reconforta con algo tan sencillo, y tan necesario, como el saber que hay alguien cerca de nosotros, y que este alguien siente y piensa, vive.

P.D.1.- El antes y el después. La primera obra suya que leí,”Amberes” lo fue gracias al préstamo gratuito y desinteresado de la pagina web citada al principio.
Desde el cielo seguro que Roberto estará orgulloso de que sus lectores hagamos algo de lo que siempre presumió: usar las librerías para llevarse libros de otros. Bendito trasgresor.
P.D.2.- Lecturas aconsejables de Roberto Bolaño: ¡Todo!. Dos veces.
P.D.3.- Si buscan en Internet por Roberto Bolano, encontrarán al actor que interpreta al Chapulín Colorado. Usen la tilde. Es nuestra.

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