sábado, 4 de abril de 2009

!QUE LÁSTIMA DE FUNCIÓN!



--------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------- EMILIO Y LOS CARACOLES III.-------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------
Calma chicha y barco a la deriva no son estrictamente términos contradictorios, son solo incompatibles.
Mientras en la primera la desesperación es absoluta y el transcurso del tiempo se mide como algo ominoso, tanto la ausencia de viento que condena el velero al colapso, como el descuento inexorable de las reservas limitadas con las que los navegantes contabilizan los días y las horas que pueden seguir esperando hasta que suceda el milagro. En las novelas de Salgari y en el cine americano, este no suele hacerse esperar, ya saben que al espectador la tragedia y la inacción le gustan solo como aderezo puntual y breve en las historias de aventuras, y así:

-! Capitán. El foque (amurado en el bauprés y sus botalones) comienza a moverse!
Y el capitán, que los había llevado hasta allí, y llevaba varias semanas recelando de las torvas miradas de la tropa, y de sus cuchillos, dice aquello de:
-Rapido. Izad la vela mayor y el trinquete y os sacaré de esta. ! Voto a Neptuno!- y..
-¡Timonel, quiero escuchar el canto de esas bisagras!- O algo parecido.

Para aquellos navegantes de secano, como yo, la navegación solo podía ser mental o literaria, hasta que a algún geniecillo perverso y pervertidor se le ocurrió la idea de subvertir y expandir el lenguaje, y permitirnos navegar por la Red, sin riesgo alguno de mareo o de naufragio, y llegar a confinar el concepto de calma chicha al lugar de la memoria donde guardamos los chistes poco afortunados -lo de chicha siempre sonó a chiste- y los peligros ficticios, inventados por los libros de aventuras que tanto daño hicieron al ingenioso.
Lo del barco a la deriva no es mas halagüeño, pero sin embargo permite un resquicio a la esperanza, ligado como el anterior a la bondad que se le atribuye a la madre naturaleza y que hace que el aire vuelva a moverse o a que las corrientes nos dirijan a un punto que, aunque no sea el destino proyectado de nuestro viaje, si al menos nos permita llegar vivos a un lugar mas o menos seguro, donde podamos replantarnos el “¿Hacia donde vamos?", si es que tenemos medianamente claro el ¿Quiénes somos? Por que de donde venimos ya está en los libros de historia, que como todo el mundo sabe, son infalibles y omniscientes.
Deriva: “Situación en la que se encuentra una embarcación o un objeto cualquiera que flota sin gobierno a merced del viento y las corrientes”. Es la definición que nos presta el Diccionario Náutico, al que yo otorgo todo el crédito del mundo, al menos en estos temas.
El símil ultimo, aparte de mas benevolente y entretenido, ya que al fin y al cabo el barco se mueve, como el planeta de Galileo, el nuestro, si bien el capitán, por muy escondido que esté en la sentina o por muy perfecto que sea su primoroso disfraz de odalisca facilona, corre un riesgo mucho, muchísimo mayor que en la situación inicial donde, una vez traspasadas las puertas sin retorno del Dante, aquello de “Voi che intrate, lasciate ogni speranza” ya no tiene sentido buscar culpable o pedir justicia. Solo necesita respuestas aquel que tiene preguntas, y en ciertas situaciones resultan absurdas y gratuitas las unas y las otras.
Aquí, en la versión optimista, a merced de las corrientes de superficie, situación previa a que la nao se transforme en pecio, el marinero busca la supervivencia suya, y la del resto, en cualquier signo, cualquier señal que aparezca en el horizonte, en el mas descabellado subterfugio del mas inútil de los miembros de la tripulación si es preciso, en la patata perdida entre las mondaduras - una patata = un dia de vida, según los supervivientes del exterminio- y en el recuerdo del guiso de caracoles aquel que fue la ultima comida caliente y placentera en el puerto.
Aquí hay vida todavía, y con ellas ganas de seguir y de buscar los errores, y las responsabilidades y la falta de previsión del armador si es que las hubo.

Y luego pasa lo que pasa, que los que aguantaron a bordo de “La Medusa”(15 de 150) fueron inmortalizados por Gericault en la foto que les hizo al ser rescatados, primero, y confortados después por la condena al capitán por negligencia y abandono de la tripulación. “Por el egoísmo de la oficialidad aristocrática, que llegaría hasta el extremo de convertirse en un símbolo de denuncia de la corrupción borbónica” según Wikipedia (Esto fue en Francia y en 1816, nada que ver con lo nuestro).

Pero estábamos hablando de caracoles y no tiene sentido que nos pongamos a reflexionar sobre hechos que sucedieron siglos atrás, allende fronteras, y en lo mas profundo de una historia donde no había lugar para Porsches Cayenne, Touranes , o para X5 full, que es lo que hay aquí y ahora. Fuera con las penas y las telarañas. “Las telarañas pa los burgaños”. (Son arácnidos, en mi tierra, nada que ver con los bígaros, y mucho menos con los búlgaros).

De la degustación, guarda y maridaje, del guiso de caracoles.-

He visto tantas y tan bellas imágenes de la gastronomía malacófila, que han sembrado en mi la duda- ¡otra más no, por favor!- de si cualquiera de esas presentaciones en papel cuché y de evidente y abundante retoque con el photoshop, no supondrían un resultado mas suculento que el mió, y he tenido que alejarla con decisión. Categóricamente no. Es absolutamente imposible que sean más guapos ni más sabrosos, ni tantos, como los míos.
Tan solo queda un resquicio para la posible mejora del plato, el perfeccionamiento que el transcurso del tiempo, unos días bastan, suele asignar a los guisos en general sobre todo a los de caza en particular. ¿Es esto caza? Ciertamente, caza ínfima que no llega a menor, pero nadie puede negar el origen cinegético ni la pertenencia al reino animal de los susodichos.
El tiempo ha confirmado la norma y la mejoría que, al principio parecía improbable, se ha consumado.
Por tanto, aconsejamos lo que ha sido bueno para nosotros y deseamos que lo sea para los demás.
Cuatro días después de su elaboración, guardados en la nevera, entre 5 y 7 grados, son separados en raciones individuales y calentados hasta un punto en el que resulte agradable al paladar, sin quemar los labios al succionar ni la lengua al intentar dejar seco el orificio de entrada a la casita do habitaban, o sea unos dos minutos al 4 en el microondas. Siendo aconsejable su extracción con el uso de palillos por pares, es decir de dos en dos palillos de los llamados higiénicos, mejor de los cilíndricos que son mas resistentes y si tienen dos puntas, una en cada extremo, muchísimo mejor, porque , dandoles la vuelta, se podrán usar dos veces sin perder tiempo en limpiarse y/o lavarse los dedos en cada manipulación fuera del plato, ya que este es un menester ciertamente pringoso, aunque muy satisfactorio. De este modo, con el punzón pareado salen siempre enteros, sin perdida de su parte terminal y oscura, mas contundente y sabrosa que el cartílago inicial e, incluso, pueden sujetarse al modo japonés y mezclarse con los restos de jamón que asoman en la salsa, antes de llevarlos a la boca. Allí no está por demás acompañarlos, o en todo caso ayudarlos con un tinto crianza, por lo menos, de la tierra donde uno more, que siempre es el mejor vino de todos, y prescindir del pan y su consiguiente uso como cuchara virtual rebaña salsas que, aparte de estar mal visto en una comida tan elegante, la tengo proscrita por mi cardiólogo, y ya digo que, lo que no quiero para mi, no lo quiero para los demás.
Aún me queda otra opción de cuyo resultado les mantendré conveniente informados. Para un pretérito no muy lejano, pero no tan cercano como para que llegue a aburrirme de ellos, cual es aprovechar la ultima mitad del ultimo tuper, que es donde está concentrado el guiso, para hacer un arroz con caracoles que suele ser ya el acabose, el culmen, de esta experiencia primaveral. Esta es la parte más sencilla de la aventura novelada. Se apartan ellos del resto del guiso que servirá como sofrito. A este se añade agua y punto de sal y cuando rompa a hervir: ¡Bomba! (el arroz), a los diez minutos incorporamos los caracoles y ponemos el fuego al mínimo otros diez. Reposar y comer. No se les ocurra ponerles azafrán o cualquier aditivo amarillento que impida disfrutar de los colores, la textura y los matices de sus conchas helicoidales.
Buen provecho y que Simone Ortega- que está en el cielo- me perdone la injerencia.

P.D. Lo del título y la comida echada a perder de la chica del principio, es solo por provocar, ya saben. Aunque si quieren relacionarlo con alguna situación mas cercana, trascendente y dolorosa, no pienso hacer nada para impedirlo.-----------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------

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