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Empalamiento, lapidamiento,
inmersión, crucifixión,
desuello, descuartizamiento,
todas son dignas de admiración
Pero dejadme, ay, que yo prefiera
Pero dejadme, ay, que yo prefiera
la hoguera, la hoguera, la hoguera.
Javier Krahe
Ya se que nos acercamos a unos días en los que el deicidio prima. Y no precisamente en la mente del iconoclasta librepensador que era Don Pio (ya empezamos) si no en la sublime manifestación colectiva de la tortura y la muerte ajena, la ejecución de un ser humano con el pretexto de que así se ha hecho siempre, y con el otro mucho mas absurdo todavía de “está escrito en los libros sagrados”. Como si los libros sagrados, tablas de la ley aparte, no hayan sido escritos por manos pecadoras, y como si el siempre nos obligase a mantener las costumbres bárbaras de los tiempos de Atila y a negar cualquier esbozo de progreso, sobre todo si es beneficioso para la salud colectiva, la salud mental, si es que un colectivo puede llamar así al entorno moral que lo define. En resumen, la glorificación de los sacrificios humanos.
Conste que soy, o quiero serlo, respetuoso con las aficiones de los demás, pero se me sobrecoge la pelusa del ombligo cuando veo crecer y madurar a una generación bajo los estímulos del espectáculo de la crueldad, en público y hasta la muerte. De esta periódica apología de la injusta condena y de la pena capital, tan alejada del espíritu de la ciudadanía, de cualquier ciudadanía que estime merecer dicho nombre.
Y el que suceda en sentido figurado no cambia las cosas, toda muerte ajena es siempre en sentido figurado querido lector, y algunas ni siquiera eso. O acaso ¿Creerían ustedes si les dijera que los representantes sindicales, los agentes sociales hoy de congreso, han denunciado el hecho de que tres mil obreros solo el año pasado, han muerto en su viaje al tajo europeo desde su pais natal, bajo el epígrafe: “desaparecidos en el mar”? Harían mal en creerme. No lo han hecho. Son muertos en sentido figurado, no son obreros, no son personas, no han existido nunca. Todo es cuestión de fe, cuestión de intereses, cuestión de circo, y el espectáculo debe continuar. Disfrutemos pues con las tradiciones, ellas son las raíces, y como los hijos, son parte de nuestro árbol, y este es sagrado, es el árbol de la. vida.
Asi que, sigamos con los caracoles.
Cocción de los caracoles.-
Javier Krahe
Ya se que nos acercamos a unos días en los que el deicidio prima. Y no precisamente en la mente del iconoclasta librepensador que era Don Pio (ya empezamos) si no en la sublime manifestación colectiva de la tortura y la muerte ajena, la ejecución de un ser humano con el pretexto de que así se ha hecho siempre, y con el otro mucho mas absurdo todavía de “está escrito en los libros sagrados”. Como si los libros sagrados, tablas de la ley aparte, no hayan sido escritos por manos pecadoras, y como si el siempre nos obligase a mantener las costumbres bárbaras de los tiempos de Atila y a negar cualquier esbozo de progreso, sobre todo si es beneficioso para la salud colectiva, la salud mental, si es que un colectivo puede llamar así al entorno moral que lo define. En resumen, la glorificación de los sacrificios humanos.
Conste que soy, o quiero serlo, respetuoso con las aficiones de los demás, pero se me sobrecoge la pelusa del ombligo cuando veo crecer y madurar a una generación bajo los estímulos del espectáculo de la crueldad, en público y hasta la muerte. De esta periódica apología de la injusta condena y de la pena capital, tan alejada del espíritu de la ciudadanía, de cualquier ciudadanía que estime merecer dicho nombre.
Y el que suceda en sentido figurado no cambia las cosas, toda muerte ajena es siempre en sentido figurado querido lector, y algunas ni siquiera eso. O acaso ¿Creerían ustedes si les dijera que los representantes sindicales, los agentes sociales hoy de congreso, han denunciado el hecho de que tres mil obreros solo el año pasado, han muerto en su viaje al tajo europeo desde su pais natal, bajo el epígrafe: “desaparecidos en el mar”? Harían mal en creerme. No lo han hecho. Son muertos en sentido figurado, no son obreros, no son personas, no han existido nunca. Todo es cuestión de fe, cuestión de intereses, cuestión de circo, y el espectáculo debe continuar. Disfrutemos pues con las tradiciones, ellas son las raíces, y como los hijos, son parte de nuestro árbol, y este es sagrado, es el árbol de la. vida.
Asi que, sigamos con los caracoles.
Cocción de los caracoles.-
Al tercer dia de reclusión, después de soportar temperaturas bajo cero, impropias de estas fechas, y de superar la congelación in situ, tan apreciada por nuestros buques bacaladeros, que así llaman ahora a los esquilmadores del pescado oceánico, que, con el pretexto de que este no es de nadie, bien mostrenco lo llama la jurisprudencia, pues eso no siembro, no labro, no abono, pero recojo el resultado de la cosecha, y así ha sido siempre, también,- pero esto tiene un hasta cuando-, y como no es justo, y como no tengo nada contra los pescadores, volvemos a los caracoles que, miren por donde, es mas de lo mismo, no vayan a creer que los he plantado y criado uno a uno y con esmero, es solo que el mundo es injusto, y no se por que.
Al tercer dia los encuentro que se han comido toda la harina, que esta ha desaparecido, salvo por sus restos en forma de hilillos blanquecinos que cuelgan de la parte trasera del caracol, que por cierto ha despreciado la ramita de romero, ni siquiera la ha tocado, y esto, ¡Ay, Ay!, introduce sin duda un nuevo sesgo en el proceso culinario. Veremos en que queda esto.
Curiosamente en ninguna receta, oral o escrita, se habla para nada de matar a las criaturitas, dicen cocer sin mas, y se sobrentiende la alevosía. Aparte del ya visto modelo Titanic, de ahogamiento colectivo, también citado en el primer capitulo, nos encontramos con artimañas a cual mas ingeniosa al objeto de que el caracol salga de su concha, y saque sus cuernecillos de marciano despistado, para pasar a la posteridad en su forma reptante que, entre otras cosas facilitará la tarea del helicófago poco avezado que, de esta manera perderá unos de los placeres añadidos a su degustación, cual es el sacarlos de su cubiculo con un palillo o alfiler ad hoc y sorber el liquido restante en el caparazón, a la vez que rechupetear el palillo y liberar los espacios interdentarios de los restos de la victima anterior. O sea que se pierden la mitad de la función, pero a pesar de ello se esfuerzan con trucos variados, con el objetivo mencionado y que suelen entretener al cocinero/a al objeto de “engañar” al caracol, es decir, hacerle creer que va a salir de paseo en la madrugada cuando en realidad van a….(no se desvíen del argumento, por favor, el humor negro y la ideología política deben quedar siempre fuera de la cocina según Fourquet, que no sé quien es) y para ello recurren a:
1) Ponerlos al sol.
2) O en agua templada .
3) Ofrecerles comida que les guste, las hay variadas según las distintas creencias de los distintos grupos étnicos.
4) Un poco de vinagre.
5) Especias afrodisíacas, creo que ya hablamos de ello, y/o
6) Decirles que el Atlético de Madrid ha sido campeón de liga.
Cualquier cosa que los “engañe” sirve para ello. Y una vez que han comenzado su lento caminar, se los coge y…en fin, no quiero insistir.
A continuación viene el siguiente capitulo, que es el mismo, la cocción propiamente dicha. Y la consiguiente y repetida disparidad en los criterios culinarios. Veamos:
El agua con sal o sin sal, mucha o poca, fría o caliente, de todas las manera, al parecer sirve. Sobre el tiempo de cocción no quiero insistir, entre cinco y treinta minutos, aunque si se dejan otros veinte minutos más tampoco pasa nada. Yo solo transcribo.
Una vez superada la degeneración térmica de los tejidos, escurridos ellos, y ajustado un cierto nivel de salinidad, se procede sin mas a mezclarlos con la salsa previamente elaborada y someterlos a un ultimo y breve hervor antes de dejarlos en reposo hasta que llegue la hora de su degustación.
Sobre la elaboración y elección de la salsa en cuestión no voy a insistir, porque no haría más que repetirme sobre la incongruente disparidad de elección entre los distintos chefs/efs ( la segunda es el femenino). En nuestro caso ha sido un sofrito de cebolla con puntitas de jamón, chorizo, una guindilla., pimienta y pizca de harina. El tiempo de hervido en olla tradicional fue de treinta minutos, y los chicos estos tienen un aspecto y un sabor excelente, aunque me reservo el retrogusto del postprandio para dar la ultima opinión. Por cierto, pertenecían en vida a la casta de caracoles pardos de huerta, del tamaño de una nuez pequeña y de consistencia tal que no pueden estallarse con la mano pero si con un pisotón mediano. También llamados “serranos” y de gran valor gastronómico si juzgamos por los precios de mercado, en mi Boqueria local, antes de la deflación.
Aquí la masacre, la matanza colectiva, el intento de genocidio, ha sido motivada exclusivamente por el placer del que esto suscribe. Podría hablarles de las tradiciones mediterráneas, del consumo responsable, de la autogestión de recursos renovables, y de otras razones que no dudo serán del agrado de muchos, y que sin duda los acompañaran todas las noches hasta la cama. Pero ya ven como son las cosas, para hacer una tortilla hay que romper los huevos, y ello supone yugular la vida futura de dos polluelos nonatos, y así hasta el infinito. No es cosa de hacer sangre, solo de entender que si no tenemos en cuenta para casi nada a los semejantes de nuestra propia especie, vidas incluidas, no es honesto ponerse a rasgar vestiduras por un plato de caracoles.
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