jueves, 25 de marzo de 2010
SONATA DE PRIMAVERA O EL RETORNO DE BRADOMIN
---------------------------------------------------------------------------------------------------------------- Entre el lolailo y el lalala hubo un Laylalay
-¿Tienes Laylalay?-
La pregunta me dejó hundido. Tanto por no entenderla como por tener que admitir que aparte de ignorar que era Laylalay, no la tenía. Y esa es una herida que el orgullo no admite. Si te preguntan sobre si algo te pertenece, cualquier respuesta negativa es un baldón en tu estima. Inevitable.
Sin contar con el inconveniente de ignorar el significado de la palabra. Ignorante además de falto. Para hundir a cualquiera. Si bien los reflejos que fuerzan la veloz e improvisada respuesta, intentando dejar atrás la negativa deprimente a la vez que distraer al oponente, salieron en mi ayuda.
-¿Por qué no me la cantas?
Y ahí ya cambió el panorama. Las cuatro notas del estribillo, en la voz de un adolescente tan poco, o menos aun, dotado para el canto que yo, hicieron reconocible la canción que no podía faltar, de hecho no faltaba en el parco estuche de discos singles. “The boxer” de Simón y Telefunken, según otro presente que intentó ayudarme en el apuro.
Algo demasiado bueno para llegar a ser apreciado en aquellos momentos. Para ser considerado mas allá de la lista de éxitos radiados, que tenían una vida tan breve como el tiempo de reposición para el bolsillo del melómano. Tiempo estudiado por las distribuidoras musicales, hasta el punto de sincronizar el nuevo y necesario numero uno con la repleción apurada del monto suficiente para volver a la tienda.
Que pillines eran entonces. Y no como ahora que ni se esperan a que hayamos recompuesto el remanente para sacar el nuevo juguete imprescindible. El lector del libro digital dicen, cuando no he acabado de llenar el disco duro multimedia, ni de entender la mitad de las instrucciones de la PDA con GPS. Una ruina en toda regla, y no la del PIB griego,
El caso es que detrás del boxer vino “El cóndor pasa”, y luego “Cecilia”, y después “Bye bye love”, cada una con su excepcional cara B, y todas eran del mismo álbum, el del mismo título del mejor de sus sencillos, que se me olvidaba, de la mejor de sus canciones “Puente sobre aguas turbulentas”, que ya teníamos que pronunciar necesariamente en español, aunque solo fuese para no tener que mordernos la lengua mientras intentábamos balbucear “Bridge over troubled water”.
El álbum traía en la contraportada las letras de todas ellas. Esos versos en inglés que aprendí a fuerza de escuchar unas cien veces. Mas o menos las mismas que el exigente Simón hizo repetir durante la grabación a Garfunkel, y a la tremenda orquesta que concentraba una sinfonía completa en los dos minutos que duraba cada corte. Lo necesario para alcanzar la perfección de dos genios rebosantes, sobraos dicen por aquí, de todo lo necesario para hacer pasar a la posteridad ese puñado de canciones. La perfección del canto del cisne, que suele ser el mas bello y fatal, y que terminó con la paciencia del ricitos y con el dúo vocal.
Que es el disco mas vendido de la historia no es ningún misterio, aunque si una estupidez, porque hay cosas, la gran mayoría, que no pueden ni deben ser medidas por un índice tan superficial. El hecho, es que desbancó en el ranking al “Sonrisas y lagrimas”, o sea al “The sound of music” que años antes nos perdimos por la funesta e impuesta costumbre de doblar las películas con sus canciones incluidas, privándonos de conocer las voces originales de cantantes excepcionales. Aunque la voz de la monjita Maria no era en realidad la de Julie Andrews, ni la otra monjita, la Ana del negro bayón , es decir Silvana Mangano cantase jamás lo del negro zumbón, aunque en este último caso la imagen valía mas que la música, la canción y la superchería, inevitable, del playback. Pero no era lo mismo, no lo era, escuchar el éxito en su versión genuina, que en la domesticada adaptada a nuestras Gelus o Litas Torellós.
Afortunadamente las voces del dúo neoyorkino eran inimitables.
Supongo que cualquiera de estos días, alguien volverá a ponerlos de moda. Lo de la imposibilidad de imitarlos o de tan siquiera versionarlos es un inconveniente serio. Pero me resulta impensable que un hito semejante no haya sido reeditado y puesto al alcance de los aficionados cada cinco o seis años como sucede con todas las obras maestras. Cualquiera de sus canciones, me suenan como el primer dia, con la magia del que descubre la perfección en la familiaridad de un sonido , del único que mejora al silencio, y esa también era de ellos.
Tan solo hay un pero en este clásico del siglo pasado. En la canción que titula el álbum. El concierto para un puente, la sinfonía lento assai, (Lento assai – even more slowly than lento), es decir tan lento que permitía sacar a bailar a la chica con las expectativas previsibles de rigor. En los momentos sublimes donde se alcanza el mayor estrépito en la tempestad sonora, cuando las cuerdas asumen el protagonismo que los jóvenes bailarines intentan interpretar en un sentimental mood, en el momento justo en que la cascada de violines enmudece de repente, la chica se separa y abandona la pista para ir a reunirse con sus amigas , no vayan a pensar que, cuando la cascada se convierte en un chorrito, en una fuente amorosa en la que el concertino apaga lentamente la historia de desamor, mientras un servidor lleva todo ese tiempo, solo y abandonado , en un publico choreae interruptus, musitando algo así como, espera, todavía no, no es asi, aun no ha terminado ,y vuelve a sentir la misma sensación del principio la del laylalay, la del baldón en la estima del adolescente pertinaz en el que me convertí para siempre. Afortunadamente.
Ante la incredulidad de los desmemoriados, de ellos y ellas, que solo guardan los huecos valiosísimos de su memoria para las alineaciones de la copa del año tal o de las infidelidades de este y de aquel, me veo empujado a buscar pruebas , datos irrefutables de que mi imaginación no engaña, como casi siempre, a mi memoria.
En este caso la tecnología ha salido en mi ayuda. Podéis ver el grafico digital del espectro sonoro en el que he marcado con una línea vertical el momento cruel, ese, en el que las chicas, siempre, me dejaban con el culo al aire.
Quizás algo de culpa tengan también los compositores de la pieza,al no prever el trastorno que ocasionarian a los bailarines de baldosa; y aunque asumo que nadie es perfecto, como decía el novio de Jack Lemmon, no puedo menos que dedicarles esta dulce venganza. Son los de abajo. Los mismos.
Cuando llegue la oscuridad
y te envuelvan las penas
como un puente sobre aguas turbulentas
Yo me desplegaré
como un puente sobre aguas turbulentas
Yo me desplegaré
Navega, chica plateada
Navega
Ha comenzado a brillar tu estrella
todos tus sueños se verán colmados
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