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4ª Etapa.- Mark Twain en la Provenza.
Lo tenía muy claro cuando dijo que si le dieran a elegir, preferiría “El Cielo” por su benévolo clima, de reconocido prestigio, pero elegiría “El Infierno” por la compañía, indudablemente más amena y divertida.
Y es que estas genialidades, suelen venir apuntadas tiempo ha, por la sabiduría popular. Además de estar reconocidas en la documentación, en la imaginería al uso.
Ese fue el fogonazo mental que recibí, al ver en la parte izquierda del pórtico de la iglesia de San Trófimo en Arles –observad la ubicación derecha e izquierda de las figuras en los templos, y observadlo desde dentro, veréis que la cosa viene de atrás – al ver una hilera de felices danzantes marcando el paso de La Conga, o algo parecido. Mientras en el lado opuesto otra hilera de aburridos padres de la cosa parecían estar hartos de su inmóvil estancia mirando al público y presumiendo de lo único que pueden, de estar a la diestra.
Luego, con más detenimiento me fijé en el personaje esquinado, con aspecto de mala persona, y que empuja la fila de danzantes, condenados, hacia la extrema izquierda, donde se presume está el fuego eterno. (Doble click en la imagen).
Y es que, como apunta Mark Twain, no se puede tener todo; y tener que elegir es siempre tener que perder, por más que intentemos convencernos de lo contrario, de que acertamos siempre.
Esto era en Arles. Donde viven muchos del episodio en la vida de Van Gogh, tras una corrida de toros y media botella de absenta, cuando decidió emular la escena de cortar la oreja al astado y regalarla a los transeúntes. Enjaulado contra su voluntad, dejó en escalofriante tebeo – precursor de la bande dessiné- media docena de viñetas relativas a esta ciudad, que los comerciales del Camino de Santiago – que de todo tienen – no se cansan de emular y de vender a los incautos.
Esta es, en cierto modo, un escaparate de la leyenda urbana; como tantas otras ciudades que basan su imaginario prestigio en el casual paso de unos viajeros, convertidos en genios más tarde por sus vidas legendarias, o por el dogma impuesto por los propios mercaderes. Afortunadamente no tienen, ni pretenden, museo alguno, ni obra de Vincent de mayor relevancia que las postales al uso. Y la verdad es que la ciudad, negocio aparte, no lo necesita. Se siente Roma por los cuatro costados, Parece que vas a encontrar a Constantino detrás de cualquier esquina. Y Egipto, en el obelisco, en los miles de años de la figura asiria con un eterno surtidor de agua en su boca, justo enfrente de los chicos que bailan la conga. Escalofriante.
La cena, huyendo de las habituales terrazas turísticas – La Plaka ateniense multiplicada por mil, por donde quiera que vayas- la hicimos en el lugar recomendado en primer lugar por la guía Lonely. P. Y como lo bueno no pienso contarlo, porque no me parece de buen gusto, me remitiré al postre, el exquisito pero incomestible arroz con leche y fresas, especialmente recomendado por la amable jefa de la cosa.
Que nos sirva de lección, que me sirva de lección cien veces aprendida y otras tantas olvidada. Jamás, o sea nunca jamás, nos dejemos aconsejar por el encargado de un restaurant sobre el plato a pedir – eso solo funciona en las novelas y en las películas- En realidad van a abusar de nuestra infinita tolerancia – no conozco casos de clientes que hayan pegado fuego al local, a mayores se van sin pagar – y nos van a colocar los restos de las sobras de aquellos platos a punto de caducar. Abusando además del grado de indefensión a que nos somete la botella de excelente Chardonnay helado que nos ha alegrado la ensalada y el estupendo pescado.
Repito para los distraídos. Ni pedir ni aceptar consejos en lugares de paso. Nos equivocaremos al elegir, pero lo haremos solitos, sin ayuda ajena.
Por cierto, ¿Os imagináis el contenido de un plato denominado “Supreme de volaille? Suena poderoso. Verdad. Aquí pudo la prudencia, al esperar a que lo sirvieran en la mesa de al lado, con la correspondiente impaciencia por degustar semejante especialidad provenzal: "Pechuga de pollo"
-¿A la Villeroy, peut etre?. Pregunto.
-Non Monsieur c´est nu-
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