miércoles, 22 de junio de 2011

UN FINDE EN CAI. Y 3.-




El sordo, y la santa cueva.-

Los sordos, como Goya, Buñuel, o un servidor, tenemos que sufrir con las limitaciones propia de nuestra condición, desde el momento aquel tan intrascendente que pudo haber cambiado nuestras vidas, cuando la imposibilidad de escuchar las palabras mágicas que nos dirigían las sirenas de Ulises, nos privó de haber aceptado la dulce tentación, o de haberla rechazado, fortaleciendo el carácter y la personalidad honesta del que jamás ha escuchado las propuestas del pecado. Aunque somos conscientes de que nuestra integridad estará basada en parte en la condición humana que nos ha tocado en suerte, no lo dudo. Pero también en la imposiblidad de haber elegido el camino equivocado, cuando pasamos la vida ignorando que exista semejante camino. Eso, y no otra cosa es lo que hace de los sordos, personas de mal carácter, creedme. Algo así como el ciego que pasa junto a un billete de cien y no se molesta en cogerlo. Criatura.

Luego, existen otras impertinencias menores, como el que todo el mundo se empecine en hablar bajito para que no los oigas, o que griten mensajes desde lejos y te acusen de forzar su repetición, una o diez veces, o incluso que no hayas hecho caso del encargo aquel que te dieron al oido. Sin contar aquellos que te hablan de frente y a una distancia adecuada, pero como ventrílocuos profesionales, sin mover la boca ni un milímetro, y lo hacen adrede para que no te enteres; tu que eres capaz de escuchar conversaciones completas a diez metros de distancia, con solo atisbar el vaivén de los labios, igual que algunos son capaces de leer los misterios del universo en la cadencia de las olas del mar. Es mas, esta situación de las esfinges parlanchinas, se repite últimamente con mayor frecuencia desde que han descubierto la complicidad del botox y la silicona en los labios. Pueden hablar en silencio total, para mí. Y estoy seguro de que lo hacen adrede, lo del botox y la silicona quiero decir. Con lo útil que ha sido siempre el truco de la ventriloquia para castigar a los sordos. Solo que para eso habria que estudiar, supongo.

Lo cierto es que, las tertulias entre amigos, o la charla durante el paseo suelen ir acompañadas de un evidente incremento en el volumen vocal, cuando hay un sordo en medio, y ello condiciona el hecho de que los que están cerca, y a veces no tan cerca, escuchen parte de la conversación, e incluso participen en ella. Esto suele aparejar otra dimensión que, igual que el leer en los labios, es privativa de los que consideramos las orejas como un adorno facial.

Íbamos dando un paseo, el mismo de antes, de dos paginas atrás, rememorando los riberas – que no son vinos - y los zurbaranes, los murillos y los sarcófagos milenarios que habíamos visto, tres veces todo hay que decirlo, en el museo local, cuando se nos acerca una señora, una escucha vocacional sin duda, y nos espeta a bocajarro:

-¿Pero no habéis visto la cueva sagrada?- caminando a nuestro lado como si nos conociese de toda la vida y no estuviese dispuesta a permitir que semejante ausencia figurase en nuestro bagaje cultural ni un minuto mas.
-“La tenéis en la segunda esquina de la tercera calle –en Cádiz todo son calles llenas de esquinas, y se lo que me digo- y no podéis marchar sin haber visto semejante maravilla”.

El que estuviese cerrada la entrada, que abrían a horas fijas y concretas, nos obligó a intentarlo a través de una iglesia adyacente, en plena boda, en las que la moda ha cambiado el arroz por los pétalos de rosa, lujo oriental, y donde una chica portadora de una bandeja repleta me ofreció un puñado de buenos augurios florales a la vez que indicó que la cueva era otra cosa diferente y ajena.
Volvemos a lo de siempre, el mcguffin que tan bien dominaba Don Alfredo. El hilo de Ariadna que se te enreda entre los pies y te obliga a seguirlo hasta encontrar la madeja. Al dia siguiente volvimos, a una hora comercial, y previo abono del estipendio completo, accedimos a resolver el misterio. No sin antes recibir un sucinto y precipitado resumen de aquello que nos esperaba, por parte del portero, que también era el guarda, el taquillero y, al parecer, el guía turístico del monumento.

“Los caballeros, hacían sus rezos y mortificaciones , “se flagelaban” -creí escuchar al experto- en la oscura intimidad de la cueva, casi desnuda, antes de subir al templo, construido en la planta superior con los planos de otro romano, y allí disfrutar del lujo, de los placeres que las pinturas de Goya y la música de Haydn, que compuso para ellos por encargo, a la vez que dar las gracias al Señor”.

Algo así en veinte segundos, no mas, mientras se iluminaban las escaleras y comenzaba a sonar, ciertamente, la orquesta de cuerda con la partitura sobre las siete –últimas- palabras que nos acompañaría el resto de la breve jornada.
Abajo la cueva, el sótano más bien, evidentemente austero, espartano y en el que la simbología religiosa se centra en una talla valiosa de una escena del calvario, del que la madera acusa lo mal que se ha llevado siempre con la humedad, y un tablero oscuro en un lateral, donde destacaban en letras doradas los apellidos de la familia benefactora y creo recordar que, mas bien en su aspecto testimonial de quien puso los maravedíes, que en el habitual de la tumba y el reposo.
Medio minuto para presagiar que habíamos sido victimas de la venganza de Moctezuma, de la diarrea del turista, de la que, afortunadamente, ya hemos sido vacunados con anterioridad, en innumerables ocasiones.
Subimos al piso superior, con la idea de terminar cuanto antes con la broma, y lo hacemos por escalones de mármol rosa, con laterales incrustados en lapislázuli y taraceas sencillas paro a todas luces valiosas, giramos en el primer rellano y .. voilá, el templo de las maravillas.
Realmente una capilla renacentista, una muestra del lujo italiano, a las puertas del Atlántico y rigurosamente oculta, intencionadamente escondida en el altillo de una fachada anodina.
Planta oval, coronada por una lucerna central que no desentona con la de cualquier catedral de la zona, carente del mínimo hueco o nicho que ubique al altar mayor, y adoptando este la forma de custodia gigantesca, de sagrario o caja fuerte cubierta de materiales nobles y de figuras alegóricas a su contenido. Y rodeada de las habituales columnas corintias de jaspe y plata. Así como otra media docena periféricas, jónicas y ya mas sencillitas, aunque tambien jaspeadas, como de andar por casa, si es que vives en el Vaticano. Abrumadora ornamentación que sirve como imagen perfecta de la imaginación dotada de medios ilimitados a la hora de componer una capillita intima en una casa privada.
Oratorio de la santa cueva, que muestra, enfrente del sagrario los Goya, los tres que anunciaban en el programa de mano, y que bien merecen por si solos una vista a Cádiz, si es que no hubiese otra docena, al menos que aportasen semejantes razones.
La multiplicación de los panes, El convite real, y La santa cena.


Goya en toda su madurez, composiciones familiares donde aparecen ecos de la pradera madrileña, y donde por primera vez encuentro a los comensales sentados en el suelo, como probablemente correspondía a los usos y costumbres de la época retratada.
Restaurados hace bien poco, y con acceso permitido a “las mujeres” desde 1981, para que luego digan algunos que no ha cambiado nada, o para que otros nos asombremos que desde su construcción, y durante doscientos años, las mujeres tuviesen proscrita su entrada.
La primera impresión, una vez que abandonamos el lugar, era la de haber visitado un centro de reuniones clandestinas de señores adinerados y de una variante religiosa olvidada. La conclusión casi unánime de nuestra logia turistica, lo asociaba con la masonería. Cádiz a finales de mil setecientos, solo varones, y ahítos de simbología mística, señores cultos, viajados y adinerados que no dudaban en importar el arte, probablemente hicieran lo mismo con las ideas, tan de moda en ese tiempo, olía a logia. Solo que la planta oval no me cuadraba, y el encargo al sordo – en gerundio: estaba perdiendo la audición, secuela de la sífilis que intentaba curar en Sanlucar- sobre esos motivos tan queridos al nuevo testamento, me hizo dudar de la propuesta.


Luego estudié que la cueva en cuestión era solo la modificación de antiguo aljibe, y me pareció algo natural y carente del menor interés. Pero sigo tirando del hilo y encuentro un nudo magnifico. Resulta que allí terminaba la ciudad hace tres mil años, y que en la entrada del puerto existió un santuario dedicado a Astarté y ubicado en una cueva, y que los restos encontrados en los alrededores confirman la idea de oráculos griegos, dioses fenicios y hasta alguno egipcio, insistiendo en el mismo lugar, la misma cueva, lugar de ritos milenarios que bien merece el adjetivo de santa.
Si la próxima vez que vuelva a visitarla, la encuentro convertida en la sede de una peña madridista, no me extrañará en absoluto, tiene poderío para ello.
Y mientras siga siendo más fácil creer que aprender, seguiremos siendo humanos. A Dios gracias.

P.D.- De verdad que lo he probado todo, solo que cuando me dieron a elegir entre la prótesis auditiva y la otra…

“Total para las ….. que hay que oir” como respondía D. Luis a los ….. que insistían en preguntarle que se siente cuando hay que lidiar con ese déficit que, ahora, algunos políticos han convertido en virtud.

La última parte del FINDE EN CAI, es el relato del aniversario del PAY PAY. Os adjunto alguna imagen, pero os ahorro la historia. Supongo que no os gustan las frivolidades. Ni el gintonic.

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