lunes, 13 de junio de 2011

UN FINDE EN CAI.-



-Un claro en el bosque de la España profunda.
-Murillo, Zurbarán y Goya , además de la Tia Norica.
-Turiferario, al fin.
-El Pay-Pay estaba de cumple. Y nos invitaron.
-Un bien de interés cultural ¿?.
-Paradojas de la memoria histórica.
-Envoltorio anacrónico para un discurso civilizado.
-La cocina popular y la modernidad.


Comenzaré por el final, por el postre, que es ese buen sabor de boca que prolonga un ratito el placer de la buena mesa. Pescaito frito y lo que encarte.

Soy consciente de los resabios, del impulso indómito de una educación insuficiente –solo alcanza el grado de apta cuando, al final, ya no te sirve para nada – de la actitud frenética y compulsiva, del que quiere algo y lo quiere en ese momento, sin detenerse en las necesidades o apetencias de sus acompañantes, o de la falta de tacto y madurez que semejantes modales pueden transmitir a los de alrededor. Ese soy yo, como el escorpión del cuento. Como cada noche, cuando desaparece la luz, evocando el iris de tus ojos, y no puedo hacer otra cosa que sumergirme en ellos, cuando estan a mi alcance. Claro que, no solo de amor vive el hombre, aunque este sea un bien necesario y fundamental para la supervivencia propia y ajena. En este caso estaba buscando algo igualmente imprescindible, una tortillita de camarones.

Un plato que pertenece a la leyenda, a los cuentos de dragones y princesas, donde la imaginación pone casi todo lo que hay que poner sobre una estructura básica, unos ingredientes tan sencillos como previsibles, y no obstante.. se produce el milagro, a veces. El final feliz, el caballero y la doncella acaban comiendo perdices.

Aquí sucedió algo parecido. Uno estaba harto de roer unas galletas saladas mas o menos blandurrias o crujientes según la mano que el artista tenga con la freidora, y con ese sabor odioso, estrictamente vinculado a los anteriores ocupantes del aceite de marras, generalmente promiscuos y reiterados, durante días o semanas de fritanga. Por eso, cuando uno alcanza los muros de la roma de la cosa, insiste en olvidar el pasado y en volver al amor, en seguir buscando.
Y sucedió. En el templo de Afrodita.

Pedimos, en aquella lejana ocasión, un plato de tortillitas, junto a otras especialidades como ortiguillas o acedías y .. cuando dí el primer mordisco a la oblea calentita.. comprendí que la cuarta dimensión, el viaje a través del tiempo y el espacio , no eran solo el fruto de la fantasía científica – la fantasía es a la ciencia lo que el huevo a la gallina, o al revés – y comprendí que el delirio no es exclusivo de la mente enferma. Yo estaba comiendo, lejos de allí, decenas de años antes y también a la vez, el mismo rebozado que mi madre incorporaba a los platos de sartén, a casi todos. La harina, entonces recordé que era de garbanzos, el perejil, la pizca de sal y el ajo o sus indicios, bañados en algo cuyo nombre también recuerdo ahora, el aceite cruda.

No mentiría si dijese que alguna lagrima intentó escapar de mis ojos, aunque el placer consecutivo a cada bocado y la posible querencia del liquido salino por unirse a la saliva que mas abajo estaba disfrutando, en su papel de complice necesario para el orgasmo gustativo, hicieron el resto, lagrimas que siguen su conducto natural, para unirse al festín.

Lo que hice a continuación, pertenece a esos episodios que temes contar a los demás, al sospechar que van a pensar que hay algo que, tampoco, te funciona bien, la cabeza.
Indulté la segunda tortillitas de camarones.
No quise saber nada más de los manjares que seguían apareciendo. Quedé traspuesto un buen rato, y no dejé que nadie se acercase a ella. Hasta que no comprobé como se la llevaban, integra, para dejar hueco a otra bandeja, hasta que no la perdí de vista, estuve flotando entre dos luces, en un lugar donde estoy seguro, muy pocos han estado antes. O al menos no han realizado el viaje con medios tan naturales como una tortillita de camarones.

El que alguien honre al plato mas extraordinario que haya probado, dejándolo marchar , ya pertenece a esos mecanismos que el subconsciente usa para no romper nunca la distancia entre el deseo, motor de la vida, y la posesión del bien amado. Temor al momento sin retorno, cuando el ciclo comienza a cerrarse y empieza otra etapa donde la esperanza tiene un papel muy pequeño, demasiado pequeño. La esperanza , y la seguridad de que no debía, no podía renunciar a ella. La ilusión, al fin y al cabo, que suele ser la parte mas noble de todos los cuentos, y de la vida. De algunas vidas.

Por eso, cuando llegué el sábado a Cádiz, arrastré sin miramientos a la compañía, hasta volver a repetir, o al menos intentarlo, la experiencia. No fue posible. Estaban ricas, en su punto de sartén, pero el factor estupefaciente había desaparecido.

Supongo que no todos los días puede uno andar sobrado de experiencias extrasensoriales. Aunque aquella seguirá durante mucho tiempo rondando por el jardín de los recuerdos queridos. Me conformo.
Los salmonetes y las acedías, extraordinarios; si no irrepetibles -espero seguir renovando los votos- al menos dejaron el listón en la altura justa que te provoca volver a intentar el salto. Que es de lo que se trata.

P.D.- En la imagen, "Turiferario" de Zurbarán, en el Museo de Cadiz. Siempre creí, erroneamente, que turiferarios eran los pelotas de los póliticos que se creen dioses. Los autenticos, al menos tienen alas, además de incienso.
-----------------------------------------------------------------------------

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Opinar es una manera de ejercer la libertad.

Archivo del blog