jueves, 15 de marzo de 2012

BILLY WILDER EN EL MANUAL DE USO CULTURAL .-


Morir en Madrid.-

Decir que una película basada en una obra teatral, un melodrama judicial de Ágata Christie, necesita actores, parece algo obvio. Tanto como que en el Hollywood de los cincuenta los tenían a montones, excelentes y económicos. Y que cualquier director, podía hacerse con un buen puñado en la liquidación propia del fin de existencias.

Hitchcock lo tenia claro: "Nunca trabajes ni con niños, ni con animales ni con Charles Laughton". Y Samuel Wilder, más claro aun: “Me aburro si hago siempre lo mismo. No podría trabajar con Hitchcock. Siempre hace la misma película”

Por eso cuando le ofrecieron cien mil dólares y el cinco por ciento de la recaudación, por rodarla, dijo enseguida: "Quiero hacer una película de Alfred Hitchcock".

Y por supuesto con Charles Laughton, con Elsa Lanchester –La novia de Frankenstein “forever”- Con Lili Marlen –aka Marlene Dietrich- y con el galán, imprescindible en el teatro de provincias, galán en decadencia (doble) Tyrone Power.

La memorable pareja Laughton - Lancaster, el abogado convaleciente y su enfermera, matrimonio en la vida real, e irrepetible dúo tragicómico que aportando las dosis de ironía, cinismo y sátira, ingredientes básicos en el cine de Wilder; hacen añicos el claustrofóbico genero judicial. Inolvidable dieta blanda en paciente díscolo.

Tyrone tiene 44 años, y meses después, en Madrid, felicita en el estreno de la película a los dobladores españoles, justo el día antes de su muerte durante el rodaje de “Salomón y la Reina de Saba”. Imagen icónica del fin de una época. El cadáver, con apacible sonrisa, de un astro del cine, en el depósito de la Clínica Ruber, vestido con las ropas falsas, de un Salomón de pacotilla. Película, y fotografías, que nunca veremos.

Claro que, final inesperado tiene también Testigo de Cargo, (Witness for the Prosecution), 1958, esa y todas las de Billy Wilder, en cuya lápida puede leerse :

“! Soy un escritor! Bueno, nadie es perfecto”.

No desvelar el de esta película, sorprendente, fue la condición que impuso a la familia real inglesa para permitirles verla antes de su exhibición pública. Y en él aparece Marlene Dietrich, con su magia de mujer fatal, de alemana nacionalizada norteamericana que luchó, a su manera, contra el nazismo que, había exterminado en Auschwitz a la madre de Wilder, y había forzado el exilio de tantos otros: Von Sternberg, pigmalión de Marlene, o Peter Lorre, compañero de penurias de Billy.

Cuando preguntaron a la actriz por qué arriesgó su vida en el frente, como animadora de los soldados aliados, Lili Marlen les respondió: «Aus Anstand» («por decencia»).

Wilder consiguió, poco después, la formula perfecta para realizar obras maestras, una tras otra: “Si quieres decirle a la gente la verdad, se divertido o te matarán”. Es decir: “Haz comedias”. Y como también sabía aquello de: “Lo mas importante es un buen guión. Los cineastas no son alquimistas. No se pueden convertir excrementos de gallina en chocolate”, tuvo a su lado a Charles Brackett, I.A. L.Diamond, y Harry Kurnitz, por no citar colaboradores como Raymond Chandler o Walter Reisch.

Reinado indiscutible hasta finales de los años sesenta, en los que el sueño americano comenzó a evaporarse ante la ausencia de Marilyn, y la presencia de los efluvios de la hierba que anunciaban una nueva época, alejada de aquella comedia inteligente, basada en la ironía, el cinismo y la sátira, ingredientes austrohúngaros que tanto en el mayo del sesentayocho, como en el movimiento pacifista de las flores y el pop, estaban ausentes.

Y lo peor de su ausencia, la de Billy Wilder, fallecido casi centenario es, parafraseando su epitafio para Lubitsch: “Lo peor no es que nos hayamos quedado sin Billy. Lo malo es que nos hemos quedado sin más películas suyas”.

P.D.- Berlanga usaba “imperio austrohúngaro” como cameo personal en todos sus guiones. Tardé en comprender el mensaje.

“Al público no hay que dárselo todo masticado, como si fuera tonto. A diferencia de otros directores que dicen que dos y dos son cuatro, Lubitsch dice dos y dos... Y eso es todo. El público saca sus propias conclusiones.” (S.Wilder).

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