El cine mudo. Que gran invento.-
Hay frases, mas oportunas que brillantes, que pasan a la posteridad con un innumerable reguero de supuestos padres, incapaces de probar, ADN mediante, que la idea fue suya.
Como aquella crítica teatral de corte monterrosiano, en la que el cronista comienza, y termina, diciendo:
- Ayer se estrenó en nuestra ciudad la obra tal del autor cual, y yo tan solo me pregunto. ¿Por qué?.
Yo la parafraseé, inconscientemente, al comentar “The Artist”, acortándola un poquito:
- Está bien. ¡Y qué!
Realmente podía haber sido mas agudo, dejando únicamente el ¿Y? que tanto gusta a los que pretenden implicar a la escucha.
O limitarme a ser solo práctico, útil, y no haberla mencionado en absoluto.
Pero la sombra del ciprés es alargada, y lo que es peor, te persigue aún después de ponerse el sol. Justo tras la hora del crepúsculo, que es cuando uno puede disfrutar, en días contados, con la contemplación de alguna película buena, buena a priori.
Así, encuentro en la carpeta “Cine < 1950” que incluye el 60% en megabytes del directorio “Cine”, un corto en V.O. sin subtítulos, de los que dan prestigio a la selección, aunque suelan relegarse la hora de hacer clic sobre ellos.
“Voyage dans la lune” en versión colorisée, y con música aggiornata del grupo AIR que le queda como el guante a Gilda, antes de comenzar el strip-tease.
Realmente es mucho más que una buena película, seguramente notable en su tiempo, es un documento extraordinario que te desplaza mas de un siglo atrás, y te hace pellizcarte y sobresaltar tu raciocinio en cada minuto, son catorce, de su corto metraje. Te das cuenta de que ya, entonces, en 1905 en el cine estaba “todo” inventado. Que cien años después los cineastas no hacen otra cosa que dar vueltas a la idea original, añadiendo, la mayoría de las veces, una mera excusa para justificar el tiempo que van a hacer perder a sus espectadores.
Dos veces casi seguidas tuve que verla. Sorprendido por la aventura, la fantasia julioverniana, las piernas de las señoritas, los monstruos del subconsciente y hasta la bandera, roja y gualda, gracias a que la única copia existente estaba en Barcelona, y había sido coloreada, es decir, doblada, en versión española. Hoy todos los que quieran contemplarla, verán ondear, curiosamente, la bandera española, en la escena final.
Sorprendente, el teatrillo de aficionados cuenta una historia completa y ajustada a la estructura sagrada del teatro clásico, y de cualquier relato que se precie, presentación nudo y desenlace. Pero es mucho más que eso. Veo moverse por la pantalla a los protagonistas de la comuna parisina, la que glosaba Flaubert en su “Educación sentimental” la que rememoraba Kropotkin en:
E incluso son los mismos que pude ver en la retrospectiva de Atget, en las fotos sepias que mostraban los cadáveres, victimas de la represión, vestidos con sus mejores trajes, los propios del siglo. Idénticos a algunos del guardarropa de los estudios Melies.
Es como un salto inesperado a una época de la que no conocía la existencia de imágenes animadas, tan cercanas y tan intercambiables con la de un ahora que se ve anacrónico, repetitivo.
Inmersión historicista, y no solo en la del cine. Muy recomendable su contemplación, sin descartar algún resultado emocional inesperado en espectadores sensibles. Comprobadlo.
Claro que es solo el comienzo de mi reciente inmersión en el cine mudo, que usualmente es en blanco y negro, o gris oscuro y gris claro para ser más precisos.
Fui a ver en la sala - otra experiencia litúrgica anual, para no perder la costumbre - la del Hugo, que firma Scorsese, otro pájaro de cuidado y estimulante apóstol del medio. Y allí estaba el mismo argumento, idéntico, al de “The Artist”, la eterna historia del triunfador caído en desgracia y su redención, más o menos forzada, por aquello de la lágrima fácil y del final feliz - y no estoy reventando la historia, que esta es eterna – solo que esta vez, con tal exceso de medios, 3D incluidos – mi primer 3D - que parecen coronar momentáneamente, con este último truco, la sucesión de actos de magia blanca con que el cine nos viene obsequiando desde sus comienzos. Bien está. Que sea un homenaje a Melies, también. Volví a casa satisfecho.
Aunque, probablemente, lo mas destacable sea el jersey del zagal, por señalar algo significativo. Miraré a ver si lo trae Massimo, o quizás en Mango, ahora que tienen sección propia para los maridos aburridos de esperar a la señora.
Tan emocionado que ayer, ya absolutamente entregado, me atreví con otro clásico del cine mudo, Aelita reina de Marte, Yakov Protazanov 1924, que pasa por ser la primera película soviética de ciencia ficción.
Rodada en la Rusia de 1920, ofrece análoga ocasión de contemplar un documento histórico, mirando entre bastidores, sobre la revolución rusa y las penalidades consecuentes. Historia de amor, celos y pasión, y en paralelo unos marcianos encantadores que finalmente son redimidos gracias a los viajeros espaciales rusos que, revolución mediante, proclaman la primera republica socialista soviética de Marte.
El argumento ya veis que está logrado, y aquí si que os estoy fastidiando el final, pero es que no quiero que nadie que no sea tan vicioso y perverso como yo, pase por una experiencia semejante.
Que no debemos confundir la afición con el fanatismo, y que el martirio hay que reservarlo para los que lo buscan y así consiguen la santidad, si es que además son de buena familia, que también es condicionante para el asunto. Los demás solo podemos, y debemos, asomarnos al agujero e imaginar lo que hay al final.
En esto el cine también ayuda, la verdad.
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